EL ESCABROSO CRIMEN DE BOTITAS NEGRAS EN CALAMA
Autoridades judiciales y efectivos policiales revisando el lugar del hallazgo del cuerpo, en fotografía publicada por la prensa de entonces (Diario "La Estrella del Norte").
Desde sus orígenes en el siglo XIX, la minería cuprífera de Chuquicamata siempre acarreó un hasta los poblados obreros y los campamentos una gran cantidad de cantinas, cafés, casas de juego y licorerías ligadas de un modo u otro a la intensa prostitución del ambiente. Muchas trabajadoras sexuales llegaban a la zona desde Antofagasta o Tocopilla para reclutarse en los burdeles de localidades adyacentes a la misma ciudad de Chuquicamata, como su vecina Calama o el desaparecido pueblito de Punta de Rieles, pero cuando el material humano se hizo insuficiente para la enorme demanda comenzaron a aparecer también desde el sur del país.
Una de las mujeres dedicadas a la entretención y remolienda de los obreros de minería fue la trágica Irene del Carmen Iturra Sáez, prostituta de origen penquista residente en Calama. De rasgos al parecer atractivos, aspecto jovial y con 1,65 metros de altura, tenía 27 años cuando la muerte la encontraría trabajando en la nortina ciudad y protagonizando de manera póstuma uno de los más intrincados y sobrecogedores casos de la crónica roja sucedidos en el Norte Grande, además de gestar con ello una leyenda de milagros y favores concedidos desde el Más Allá que aún es muy creída en la Región de Antofagasta.
Según lo poco que quedó para reconstruir su biografía, se sabe que Irene había sido una joven de extracción muy modesta, nacida en 1942 en Concepción según lo que dejó anotado el escritor talquino Fernando Lizama-Murphy, en sus "Crónicas chilenas de cielo, mar y tierra". Ya dedicada a la prostitución en la famosa y entonces pecadora calle Orompello de su ciudad natal, la chiquilla decidió viajar a tierra nortina buscando mejor sustento, logrando establecerse en Calama en los años sesenta pero tratando de encontrar empleo primero como empleada doméstica. Ciertas versiones de esta historia dicen que recién se introdujo en la actividad sexual estando ya en la nortina ciudad minera, sin embargo.
Como sea, a Irene no le habría ido bien en Calama: la leyenda local decía que, por ser muy bella o de rasgos exóticos interesantes a los varones de la ciudad, resultó sumamente difícil para ella ser aceptada en esta ocupación, ya que las dueñas de casa y mujeres mayores se manifestaban celosas, negándose a reclutarla en sus hogares y dejarla tan cerca de sus maridos. Desesperada por encontrar subsistencia, entonces, Irene cedió a la última de sus posibilidades y empezó a ejercer comercio del sexo entre las comunidades mineras de la provincia.
De acuerdo a la misma tradición oral sobre la chica, entonces, esta habría llegado siendo aún adolescente hasta un burdel de Calama para ofrecer sus servicios, hacia 1960. El lugar preciso en donde pudo establecerse era regentado por la tía María Centenario, de acuerdo a lo que señalan Lizama-Murphy y otras fuentes. Aunque esta cabrona hoy está prácticamente olvidada, en la edad dorada de la prostitución minera había llegado a ser muy famosa y célebre dentro del ambiente nocturno. Su lupanar, ubicado más exactamente en un modesto sector de la población Independencia, era sitio de entretención y huifa para muchos trabajadores de Chuquicamata, por lo que no era raro que algunas de estas niñas también tuvieran su propia fama en el medio nocturno.
La forastera era un tanto tímida, sin embargo. Se la describía como creyente en Dios, muy generosa aunque algo ensimismada en sus relaciones sociales. Como buena sureña, además, solía usar unas características botas negras de taco con tapilla metálica, aunque cierta creencia aseguraba que esto era para ocultar la cicatriz que sí se sabe tenía en uno de sus tobillos o en la pantorrilla, producto de un accidente en la infancia. A pesar de su carácter tan quitado de bulla, sin embargo, Irene iba a lograr un papel protagónico dentro del burdel de doña María.
Sucedió que, dada su belleza o quizá sólo por ser una novedad en el mercado sexual de Calama, la chiquilla se hizo bastante popular entre aquellos mineros y una de sus prostitutas favoritas. Es difícil discriminar hoy los mitos de los hechos, pero se aseguraba que la vieja María olfateó dinero en aquella preferencia y no tardó en dedicar la disponibilidad completa de Irene exclusivamente para los más acaudalados clientes y con alto precio, además. Por aquella cama suya pasaron, entonces, algunos ingenieros, supervisores, inspectores, capataces, comerciantes, jefes de faenas, etc.
Irene no tenía intenciones de perpetuarse como prostituta, sin embargo: quiso dejar el oficio cuando un obrero enamorado y de cierto buen pasar, don Orlando Álvarez Mendoza según la información de prensa recogida por el mismo Lizama-Murphy, le habría ofrecido comenzar una vida juntos. No fue posible, lamentablemente, porque la regenta del burdel hizo todo para impedir su partida. En una entrevista posterior que dio aquel al diario "La Estrella" de Calama, el sujeto aseguraba que había conocido a Irene en Concepción cuando ella ya ejercía la prostitución en un local de Orompello, pero en Calama se habrían reencontrado comenzando una relación. La regenta, una vez enterada de esto, llegó a recurrir a recursos tales como la magia negra tratando de apartar a Orlando de su pequeña mina de oro, solicitando para ello los servicios de una conocida bruja de esos años, quien residía en San Pedro de Atacama.
Pasó el tiempo y la pobre Irene no podía separarse aún del ambiente prostibular de Calama y Chuquicamata. Al parecer, también habría tenido que comenzar a estar disponibles para clientes de los bajos fondos, como en sus peores momentos, y otros que, cuando era más joven, simplemente habría rechazado. Era el triste capítulo al final de su vida.
Desgraciadamente, se dio por desaparecida a Irene desde el 20 de agosto de 1969, cuanto menos desde el mediodía y sin volver a tener novedades sobre su paradero. Al parecer, había sido el conviviente de Irene quien dio el primer aviso de alerta por la ausencia de la mujer, aunque ciertas versiones de esta historia aseguraban que estaba perdida desde el día 8 anterior. La denuncia se habría hecho no mucho después de las grandes celebraciones que se hacen cada año los mineros para su santo patrono, el mártir San Lorenzo, tradición de religiosidad popular abundante en alcohol y fiesta, paradójicamente. Chuquicamata y Calama, además, había sido teatro de reuniones y mítines obreros en esas semanas, exigiendo la nacionalización de la recientemente chilenizada industria del cobre, por lo que hubo gente que llegó desde otras provincias.
Confirmando el peor escenario posible, el cadáver de la joven fue encontrado accidentalmente y ya varios días después de muerta, el domingo 7 de septiembre, dándose a conocer la noticia en el día siguiente. Apareció parcialmente sepultada con muy poca tierra encima en el sector de la salida de Chuquicamata hacia Tocopilla, cerca de la mina Andacollo, al norte del Cerro Negro. Esto era cerca de las ruinas del pueblo fantasma Punta de Rieles, un rancherío que desde el 1900 y por cerca de 35 años había sido todo un enclave de prostitución, comercio ilegal y criminalidad en los contornos del gran complejo minero, hasta que las autoridades municipales y los propios jefes de la compañía cuprífera lo desmantelaron sin misericordia.
Desconociéndose todavía su identidad de la fallecida, llegó hasta el lugar el juez del Primer Juzgado del Crimen de Calama acompañado por el personal policial, observando una escena realmente repugnante por su brutalidad y sadismo extremo: el cadáver estaba destazado y con evidencia de que había estado siendo devorado por zorros y ratones. Un charco de sangre había escurrido sobre el suelo reseco del lugar en donde reposaba su cráneo, el que había sido abierto por un tremendo golpe. Parte del rostro, las orejas, el pelo, las mamas y piel de las extremidades habrían sido removidas, muchas con un objeto filoso del misterioso Jack el Destripador criollo autor del asesinato, lo que hizo más difícil su identificación. Así informaba de tan escabrosos detalles el diario "La Nación" del martes 9:
Chuquicamata (Corresponsal).- Un horroroso homicidio quedó al descubierto la tarde del domingo recién pasado, en el camino que une este mineral con Calama cuando un minero ubicó, a la altura del kilómetro 11, osamentas humanas.
Según lo informado por la Prefectura de Investigaciones de Antofagasta, el cadáver, del sexo femenino, hasta el momento no ha sido identificado, dadas las condiciones en que se encuentra. Un cálculo aproximado le hacen aparecer como de 20 o 30 años, con la cabeza totalmente destrozada a golpes y corte en el cuello que separó esta del tronco. Asimismo, le fue escalpado el cuero cabelludo, siempre a tajos de cuchillo, además del cercenamiento de ambos senos, y cortes el diferentes partes.
El informe policial agrega que gran parte del cadáver presenta faltas de piel en las manos, tendones de las rodillas y brazos, lo que se atribuye a que comenzó a ser devorado por animales de la zona. El examen médico determinó que las lesiones en la cabeza son de origen post mortem, pero las heridas a cuchillo en el vientre son de reacción vital.
La policía agregaba que el cadáver, por su estado de descomposición, llevaba allí unos diez a 15 días, y que junto al mismo se hallaron algunas prendas de vestir pertenecientes a la víctimas. Se conjeturó también que parte de las mutilaciones del cuerpo se habían realizado también para meterlo en la cajuela del desconocido vehícul en que el o los asesinos llevaron los restos hasta aquel árido lugar, dejándolo allí y procediendo a huir. Incluso se propuso enviar el cadáver hasta Santiago para que pudiese ser periciado en el Instituto Médico Legal de la capital.
Retrato de Irene en su propia tumba-animita actual, en el Cementerio Municipal de Calama.
La tumba y animita poco antes de su último mejoramiento, en el Cementerio de Calama. Fuente imagen: diario "La Estrella" de Antofagasta (2009).
Vista del mausoleo de Botitas Negras en nuestros días.
Las muchas flores, ofrendas y placas de agradecimiento que colman la sepultura de Botitas Negras.
La prensa señaló también que el cadáver de la mujer llevaba puesto vestido de flores en diseño de color café sobre amarillo, un pañuelo de este último color, con un calzón que estaba bajado hasta los tobillos de sus pierna moreteadas y calzando unas botas de color negro, una de ellas sin taco, lo que hizo suponer que hubo un breve forcejeo o resistencia de ella antes de serle arrebatada la vida. Por esta última razón el caso fue llamado el de "la mujer de las botas negras": eran las mismísimas botas de Irene, como se supo después. Se estimó también que el crimen no debió tener lugar allí, sino en algún inmueble, suponiéndose inicialmente que habría ocurrido en Chuquicamata.
Los mismos medios impresos y la opinión pública pública especularon intensamente, desde conocida la noticia, que debía tratarse de una prostituta o copetinera de la zona, muy probablemente relacionada con los antros y cabarets de la provincia. Era evidente que había muerto a causa de graves agresiones, fuera de la formidable agresión con fractura de cráneo y salida de masa encefálica, provocada con algún objeto contundente pero no precisado. Muchos residentes de la zona fueron llevados al lugar para tratar de reconocerla, además, pero no hubo avances hasta que se hizo presente su pareja, informando que podía ser la desaparecida prostituta Irene, sirviendo en el reconocimiento del cuerpo su cicatriz en el pie y otra que tenía en la mejilla, cerca del mentón. Esta identificación confirmó parte de los rumores que corrían en el ambiente, pero también dio pábulo a nuevas especulaciones sobre las motivaciones de tamaño crimen.
Un gran cantidad de leyendas sobre lo sucedido circularían, en consecuencia, algunas muy alejadas de los hechos. Cierta versión dice hasta ahora que la mujer había notado que estaba siendo seguida en la calle y resistió a los sujetos quienes intentaron secuestrarla, muriendo en el ataque. También se contaba erróneamente que el enamorado de Irene había fallecido en un accidente durante unas explosiones mineras, justo cuando ella había tomado la decisión de irse a vivir con él y dejar la vida oscura: se habría sentido culpable de lo ocurrido, entonces, asumiéndolo como un castigo a su "vida lujuriosa" (ver artículo "Conozca la leyenda de 'Botitas Negras' de Calama", de Juan Ángel Torres, en el periódico "El Diario de Antofagasta" del 1° de enero 2015). Condenada así a seguir en su oficio, el no haberse podido retirar de la actividad prostibular en el medio más deslucido de la noche fue lo que sentenció su vida.
Otra versión aseguraba que su asesino fue un cliente obsesionado con ella, algo comentado en el artículo "La enigmática 'Botitas Negras' de Calama cumplirá 47 años de su muerte" del diario "El Mercurio de Calama", el martes 28 de junio de 2016. También se ha asegurado que la sangre de Irene había quedado por todas las paredes de la pieza número cinco del burdel de doña María, en donde realmente habría ocurrido el crimen: cama, catre, velador, incluso en el techo estaban salpicados, como leemos en "La noche eterna de la 'Botitas Negras'" del diario "El Mercurio de Calama", sábado 8 de mayo de 2004. Se supone, en este caso, que las influencias o el estatus del misterioso cliente asesino habrían impedido que el lugar del crimen se hiciera público desde el inicio, logrando el silencio de la cabrona y las demás asiladas.
En campos menos fértiles a las conjeturas, varios sospechosos pasaron por los cuarteles y los peritajes continuaron por varios días, incluso en el lugar del hallazgo. La nota policial de "El Mercurio de Calama" del domingo 28 de septiembre siguiente, titulada "Preocupan infructuosas pesquisas en torno al homicidio de Irene Iturra S.", señalaba que el último contacto conocido de Irene había sido con dos hombres y una mujer de unos 50 años, quienes quizá la convocaron engañada después de las 12 horas de la tarde, en el mismo día de su desaparición. Esto no llevó a ninguna puerta de salida, sin embargo, quedando entre las demás teorías que naufragaron en el caso.
Los restos de la infortunada Irene, en tanto, habían sido sepultados en el Cementerio Municipal de Calama, en el histórico sector Topáter a orillas del Loa, con una concurrida ceremonia. Desde un inicio comenzó a ser venerada como una "santita" popular por los habitantes de la ciudad, atribuyéndole virtudes de generosidad enorme: las mismas que habría tenido en vida, especialmente con los más pobres según se idealizaba, ahora se habían extendido hasta después de su muerte.
Aquellos fueron días oscuros para las prostitutas, por cierto, los que se prolongaron con su tenso clima hasta el verano siguiente o incluso más. Las trabajadoras vieron de pronto a la clientela huyendo hacia formas de vida más correctas y a sus locales allanados por la policía, en esos meses. Los menos intervenidos eran vigilados atentamente, mientras comenzaban a escucharse también las campañas moralistas y sociales condenando el desenfado sexual entre las pobres clases obreras. También se temía la presencia de un asesino psicópata merodeando dentro de todo el ambiente nocturno, apodado el Chacal de Chuqui y quien podía atacar en cualquier momento otra vez, con la misma bestialidad que había desatado contra Irene.
La incertidumbre, la incapacidad de resignarse y la indignación por el crimen seguían encendidas a principios de año siguiente, cuando "El Mercurio de Calama" del sábado 17 de enero 1970 informaba ahora que presuntos testigos o sospechosos del asesinato había sido detenidos en Talcahuano. Posteriormente, el mismo periódico daba por resuelto y policialmente cerrado el caso, en su edición del domingo 25 de enero, pero la noticia resultó ser demasiado apresurada y optimista. Una gran cantidad de bulos, prejuicios, especulación y los inevitables efectos de la ansiedad pública contaminaron toda la información vertida por la prensa aparecieron en aquel período, como hace notar el trabajo de investigación "Botitas Negras en Calama. Género, magia y violencia en una ciudad minera del norte de Chile", de Lilith Kraushaar.
Nunca pudo resolverse el caso de Botitas Negras, en consecuencia, y siempre quedó penando en el aire la posible relación del crimen con el ambiente de excesos y remolienda, así como los clientes de categoría que podían acceder a la misma. Ninguna de las muchas conjeturas que se manejaban en Chuquicamata y Calama condujo a algún puerto, muchas veces dificultando la investigación más que aportando algo. Como no hubo más detenidos ni avances, entonces, el caso fue cerrado sin culpables en 1971.
Los acongojados calameños continuaron visitando devotamente la tumba de Irene, volviéndola una informal santa patrona de pobres, trabajadores nocturnos, desposeídos y gente vulnerable en general. Las prostitutas de esta región y de otras en el país han sido, desde entonces, también fieles a su fama de milagrosa. Se le han pedido tradicionalmente intervenciones de salud, dinero, estabilidad familiar, rendimiento escolar, trabajo y seguridad personal. No es el primer caso de una prostituta que terminó convertida en santa popular, sin embargo, pues sabemos que sucedió lo mismo con la célebre Carmencita del Cementerio General de Santiago, a pesar de la expiatoria imagen de niña o adolescente que consensúan sus devotos.
La tumba actual de Irene es un mausoleo convertido en animita, cercano a la entrada al camposanto por calle Los Suspiros. Según el personal de la necrópolis, sería la tercera sepultura que ha tenido allí Botitas Negras. Fue restaurada casi por completo luego de un incendio ocurrido en ella el miércoles 5 de mayo 2004, del que nunca se supo si fue intencional o accidental. Cuenta con un jardincito propio y con cierta preferencia por dejar allí flores rojas, ya que un cartel lo sugiere así. Hubo procesiones y peregrinaciones de los devotos de Irene hasta esta tumba en 2009, al cumplirse 40 años del asesinato, así como algunas en el cincuentenario del 2019. Muchos concurren también desde Antofagasta, Iquique y Arica, habiendo placas de agradecimientos incluso de seguidores magallánicos y otros desde Salta en Argentina.
La prostitución de las tierras mineras ha cambiado mucho desde aquellos años, especialmente desde la masiva llegada de elementos extranjeros en la zona. La vieja remolienda y los cabarets rojos han sido desplazados por propuestas tan excéntricas como las schoperías de niñas o lo que podríamos definir como ofertones de sexo a domicilio. Botitas Negras, sin embargo, sigue siendo una de las animitas y tumbas milagrosas más veneradas de toda la Región de Antofagasta, muy importante en la identidad y el legendario calameños.
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