EFRAÍN PLAZA OLMEDO Y UN SANGRIENTO ATENTADO EN AHUMADA CON HUÉRFANOS
Efraín Plaza Olmedo detenido por el personal de vigilancia y con las marcas en la cara de la paliza propinada por los transeúntes de Santiago Centro, en la revista "Sucesos" del 18 de julio de 1912.
El caso de Efraín Plaza Olmedo es una materia intrigante y, para muchos, hasta apasionante. En su momento causó gran atención de la prensa por las características del crimen, muy desconocidas en la realidad chilena de entonces. Sin embargo, su condición de luchador anarquista y una suerte de anticipo para lo que fue el italiano Severino di Giovanni en Argentina, se aparecen de pronto un tanto idealizadas y exageradas, incluso beatificadas, vicio en el que cayeron el escritor Manuel Rojas desde el periódico "La Batalla" y posteriores grupos anarquistas más cercanos a nuestro tiempo. El asunto ha sido tratado también por autores como Alberto Harambour, en su artículo "'Jesto y palabra, idea y acción' La historia de Efraín Plaza Olmedo", texto que forma parte del libro "Arriba quemando el sol".
El joven Efraín Plaza Olmedo aparentaba haber sido un sujeto culto y bienhechor en aquellos años alrededor del Primer Centenario Nacional, cuando su nombre quedaría grabado a fuego en la historia de los crímenes de naturaleza política. Contaba 26 calendarios al momento de saltar hasta las páginas de noticias, desempeñándose a la sazón como carpintero. Sin embargo, incubó desde temprano un gran desprecio hacia las clases dominantes, en especial por los abusos a la clase obrera y la indiferencia hacia sus desgracias: el origen de todos los problemas era el Estado, en su interpretación, aunque en la misma mirada no distinguía muchas diferencias de complicidades entre este y la burguesía. En la introducción del libro "Un joven en la batalla" con recopilación de artículos de Rojas, además, recuerda Jorge Guerra Carreño que Plaza Olmedo, a la edad de ocho años, hacia fines de 1894 había ayudado a salvar a unos niños pequeños que un pariente de estos intentaba matar de hambre para apoderarse de su herencia. Estas experiencias calaron profundo en su ánimo y motivaciones.
Empero, en su individualismo indómito o acaso un delirio megalómano saliéndose de madres, sentía que el mundo ya no había correspondido ni escuchado, pasando del resentimiento incontenible a una desesperación potencialmente asesina y feral. Lo curioso es que seguía siendo identificado hasta entonces como un hombre bueno, o al menos así fue hasta que el odio, las heridas de una vida dura y la incapacidad de controlar sus ímpetus pasarían la cuenta. Abrazó así las ideas ácratas aunque desde una posición muy solitaria y particular, al menos en esos años.
Lo que parece detonar la furia final de Plaza Olmedo fue la muerte de 37 obreros de la minería, más una mujer y una niña en la infausta Tragedia de El Teniente, a las 16 horas del domingo 7 de julio de 1912. El desastre se produjo por una explosión accidental, al tratar de descongelar unos cartuchos de dinamita poniéndolos junto a un brasero cercano a una tonelada de dinamita guardada dentro de un socavón, en lugar de usar la máquina eléctrica que los deshelaba más gradual y lentamente. El caso tuvo ciertas analogías con la dantesca Tragedia del Humo que ocurriría el 19 de junio de 1945 en el mismo mineral cuprífero, el que se llevó la vida de 355 trabajadores.
Cegado por la sed de venganza y la necesidad de cometer un acto que provocara públicamente y masivamente la consternación, Plaza Olmedo va hasta el centro de Santiago el sábado 19 de julio siguiente, a las 19:15 horas, justo en el rato de los paseos por aquel sector, especialmente de familias y gente joven. Llega solitariamente a la esquina de Ahumada con Huérfanos mientras mira a los paseantes intentando esculcar con los ojos sus prendas y adivinar, así, quienes eran de estrato social más alto. Entonces divisa en el mismo cruce, en la esquina suroriente, a un grupo de inocentes jóvenes que departía afuera de la cigarrería Khani: decide al instante que esas serán sus víctimas.
Todo fue rápido y chocante: en unos segundos suenan cinco disparos de revólver cortando el trajín de peatones, tranvías y coches, tres de ellos dando en sus víctimas. Los atacó tirando desde el lado oriente a aquel sector en donde estaba el grupo. Caen heridos e inconscientes dos chicos, haciendo rápidamente un charco de sangre: Joaquín Guzmán Vergara, de 19 años, con una bala que atravesó su columna vertebral, quedando alojada en su abdomen; y Carlos Consolín, de 17 años, con dos perforaciones de bala por el lado derecho del cráneo y una de salida por el lado izquierdo.
"¡He vengado a los oprimidos!", gritó Plaza Olmedo después de su fechoría, para luego marcharse del lugar pretendiendo huir de la escena del crimen ante la mirada de todos los testigos en shock. Los detalles de lo sucedido a continuación están en la revista "Sucesos" del 18 de julio:
Entre tanto y con la presteza del caso, algunas personas que transitaban por allí procuraron ponerse a salvo de un nuevo posible disparo huyendo en distintas direcciones, mientras un crecido número de jóvenes que habían presenciado lo ocurrido se abalanzaron sobre el victimario que se disponía a huir por la calle de Huérfanos hacia el poniente.
No a muchos pasos del sitio del suceso lograron prenderle. Dada la indignación general, las intenciones del público fueron desde el primer momento linchar al victimario Plaza.
La policía entonces, con la oportunidad del caso, lo encerró en un carruaje del servicio público para llevarlo en calidad de detenido a la 1.ª Comisaría.
Colocado dentro del carruaje contra la voluntad del numeroso público que quería vengar la vida de los jóvenes, que en esos momentos peligraba, el delincuente no se vio todavía libre de la indignación general, y aun dentro del vehículo recibió algunos bastonazos.
Mientras esto ocurría frente al Teatro Royal, la policía y numerosos jóvenes habían trasladado a los heridos a la Botica Italiana, vecina al teatro nombrado.
Las heridas eran demasiado graves para la sobrevivencia de las víctimas, sin embargo. Tras ser llevados a la Asistencia Pública, a Guzmán Vergara le fue extraído el proyectil desde su intestino grueso cerca de las 22 horas, por los doctores De la Fuente y Valenzuela, pero quedó hospitalizado en estado de extrema gravedad. Consolín no pudo ser intervenido quirúrgicamente y fue declarado muerto al día siguiente. Guzmán Vergara lo siguió poco después, sin haberse recuperado de las lesiones.
La conmoción pública crecería cuando aparecieron las fotografías de los reporteros con Plaza Olmedo ensangrentado y humillado pero a cargo de la policía que lo salvó del linchamiento. La prensa lo catalogó como un "chiflado", un "loco" y un "degenerado", mientras la opinión general exigía a coro su cabeza. El "Diario Ilustrado" del 14 siguiente iba más allá, condenando las "ideas sediciosas" del victimario, relacionándolas con lo que podría definirse como el odio de clase. Mientras tanto, interrogado por los agentes por el móvil de su crimen y pidiéndole explicar las frases que lanzó en el lugar de los hechos, el sujeto sólo respondía con todavía más confusas proclamas y lo que se estimó como muchas incoherencias.
Plaza Olmedo era un serio candidato a la pena de muerte al comenzar el juicio en su contra, entonces. Ya más sereno, agregaría que el revólver del crimen lo había adquirido para tratar de asesinar al presidente Pedro Montt o a algunos jefes militares involucrados en la Matanza de Santa María de Iquique el 21 de diciembre de 1907, de la misma manera que el anarquista español Antonio Ramón Ramón intentaría dar muerte después al general Roberto Silva Renard en Santiago, en 1914. Este paralelismo es observado también por Harambour, por cierto. Con la muerte de Montt en su viaje a Europa en 1910, sin embargo, los planes de Plaza Olmedo habían quedado frustrados, pero no sus inclinaciones hacia validar la venganza sangrienta contra algún "burgués" sólo por ser tal, idea con la que salió armado esa fatídica tarde.
El acusado también intentó sostener por su cuenta una defensa en el tribunal, justificando todo el tiempo su proceder y sus motivos. Estando en calidad de detenido y procesado, continuaba haciendo apología del asesinato como cuando fue entrevistado por el semanario "José Arnero" del 29 de julio de 1912. Declaraba allí que, si bien el anarquismo no ordenaba matar, se había vuelto necesario "que caigan muchas cabezas, hasta que la sociedad, aterrorizada, conceda por la fuerza lo que no quiera otorgar por la razón". Su actitud rebelde e montaraz seguía aflorando en el recinto penitenciario, además, en donde debió ser aislado y castigado varias veces.
Calle Ahumada hacia Plaza de Armas, en los mismos años cuando tuvo lugar el atentado de Plaza Olmedo.
Las víctimas fatales: Carlos Consolín y Joaquín Guzmán Vergara. Imágenes publicadas en la revista "Sucesos" del 18 de julio de 1912.
Una de las últimas imágenes públicas conocidas de Plaza Olmedo, publicada en el diario "La Nación" en abril de 1925.
Llamado de la Unión Local I.W.W. dando aviso de la realización de los funerales de Plaza Olmedo en su sede de Nataniel Cox, publicado en los medios de prensa.
Funerales de Plaza Olmedo en imagen publicada en el diario "La Nación" del 30 de abril de 1925.
Ese mismo año, Moisés Pascual Prat fundó el periódico anarquista "La Batalla", desde donde se harían acaloradas defensas externas al proceder de Plaza Olmedo y su ideología durante parte de los cuatro o cinco años que duró su primera etapa editorial. Siendo un adolescente, Manuel Rojas escribió allí firmando con el pseudónimo Tremalk Naik, cuando acababa de regresar desde Argentina, como señala también Guerra Carreño. El 1 de noviembre después del atentado debutaba allí el futuro escritor social y autor de "El vaso de leche" con una visceral defensa del criminal, aunque todavía filtrándose cierta ingenuidad juvenil reflejada en su redacción:
Cayó. Pero su caída equivalió a su triunfo. Gritó en contra de las injusticias sociales y su grito repercutió en los horizontes oscuros de los desiertos áridos del salitre. Su extremado amor por los de abajo prevaleció y su odio para los de arriba explotó rabioso por la negra boca del revólver. Fue un vengador, y la venganza más que venganza es equidad.
Los histriones harán de él lo que quieran pues está en sus manos. Son muchos o todos los que piden su muerte. Y ahora cabe una pregunta: ¿Qué son esas lociones que os atruenan los oídos de cuando en cuando y esas gotas de sangre que os salpican el rostro, comparados con los arroyos de sangre derramados, en todos los tiempos y en todas las partes, por la canalla militar? ¡No son nada!
Se dice que el criminal zafaría de una pena más dura, finalmente, porque los peritos aseguraron que estaba comprometida su cordura, a pesar de no haberse demostrado esto: en realidad, se evitó el patíbulo apelando a su irreprochable conducta anterior, entre otras cosas. Sin embargo, los afanes por hallar en él alguna clase de trastorno mental llegaron al absurdo de relacionarlo con el alcoholismo de la madre o casos de locura en la familia, entre otras cosas mencionadas también en el trabajo de Harambour. En "Construyendo un sujeto criminal. Criminología, criminalidad y sociedad en Chile. Siglos XIX y XX", Marcos Antonio León León señala que el tercero de los facultativos que evaluaron a Plaza Olmedo también consideraba que este había actuado en un arrebato de locura, cuadrándose con la idea que venía cundiendo en la prensa sensacionalista desde el inicio del caso.
En conclusión, 20 años recibió Plaza Olmedo por cada una de las víctimas, sumando cuatro décadas de castigo en prisión a partir de mayo de 1913. Sin embargo, el criminal no se rendía: continuó justificándose y escribió tres artículos para "La Batalla" en los que seguía sosteniendo la validez de su acción y sus propósitos, derramando todavía el odio incontenible que tenía contra lo que consideraba la clase de los privilegiados aplastando a los obreros, posición extremista que incluso algunos anarquistas radicales llegaron a reprochar en su tiempo.
En la cárcel la vida de Plaza Olmedo transcurrió en penosa situación, sin embargo. Tras largo tiempo de castigos, una profunda crisis de convicciones comenzó a debilitar su actitud otrora pendenciera y violenta, dejando de enviar artículos para "La Batalla" a partir de 1914. Como ateo convencido siempre fue reacio a acudir a la misa dominical, sin embargo, pero a la larga acabaría enfocándose en mantener una buena conducta e intentar sobrevivir en un ambiente de reclusión que nunca había sido suyo.
Moderando sus ultranzas y fanatismos, entonces, en la cárcel estudió, trabajó, se ilustró y trató de ayudar en lo posible a los grupos obreros desde atrás de las rejas, además de su propio hogar. Tuvo recaídas y hacia inicios de los años veinte, no obstante, razón por la que estuvo largo tiempo postrado en un incómodo patio de castigo en la cárcel santiaguina. Así fue hasta que el abogado y escritor acrático, el controvertido Carlos Vicuña Fuentes, echó a andar sus hilos e influencias para que el reo fuera trasladado hasta la cárcel de Talca, logrando este cambio gracias a la intervención de Fernando Alessandri, hijo del presidente Arturo Alessandri durante su primer mandato, como informa también Guerra Carreño.
Cabe comentar que algunas imágenes de la época sugieren cuánto se había avejentado y deteriorado físicamente Plaza Olmedo en el período de los juicios, por lo que podemos presumir cómo decayó su ánimo y aspecto detrás de las rejas en todos aquellos años. A pesar de esto, el régimen carcelario de Talca era menos estricto para la comunidad penal, y además podía recibir algunas visitas de dirigentes sindicales y sociedades obreras que no lo abandonaron ni olvidaron.
En el cautiverio mantuvo relaciones estrecha, entonces, con la recientemente fundada Unión Sindical de Panificadores, hacia inicios del políticamente caótico año de 1925. Esta agrupación sindical era liderada por miembros de la Internacional Word Workers o I.W.W., también de corte anarquista. Desde esa misma relación iba a gestarse la petición que lograría dejarlo en libertad, cuando organizaciones de trabajadores firmaron una solicitud de indulto para él, atendida ese mismo año de 1925.
Así se cursaría la orden para su liberación a fines de febrero, durante el mando de la junta presidida por Emilio Bello Codesido. Los trabajadores de las cárceles y otros funcionarios no sólo estuvieron de acuerdo en devolverle la libertad, sino que la celebraron, apelando a la virtud de la gracia que ya había sido concedida en esas semanas a otros procesados y presos. Fue homenajeado así con un acto en la salida de la cárcel y otro en la Plaza de Armas de Talca. Desde allí, una vez recogidos el confeti y serpentinas, marchó a Santiago para recomenzar su vida.
Sin embargo, no bien pasó el eco de los aplausos y las arengas, Plaza Olmedo volvió también a la cruel realidad: sin ocupación estable y llegando a los 40 años de edad, intentó realizar algunas actividades en círculos obreros y de organización ciudadana, pero ya muy lejano ya al descontrol refractario con el que había actuado hacía tantos años. Aunque su deseo de trabajar y reinsertarse productivamente era enorme, poco logró en esos meses del que iba a ser el último verano de su vida... Paradójicamente, el haber dejado el encierro y retornar a la libertad lo dejó sumido en una gran oscuridad, depresión y total olvido.
Viéndose solo, sin capacidades de subsistencia y en un país que había crecido y avanzado prescindiendo de él, Efraín Plaza Olmedo tomó la trágica decisión de quitarse la vida en un sector del Camino a Conchalí, carretera rural vecina al área urbana del Santiago de entonces, valiéndose de un revólver. Fue el lunes 27 de abril cuando todo se acabó, a un costado del mismo camino, abajo de un sauce... Tragedia para unos, justicia poética para otros.
Su cuerpo fue hallado al día siguiente por una mujer que dio aviso a la Novena Comisaría. Aunque sus simpatizantes y amigos trataron de sembrar la especie de que su muerte fue extraña e inexplicable, deslizando con ello la idea del homicidio y el que no había dado señales de depresión, los peritajes realizados entonces habrían demostrado en que fue un suicidio, incluidas unas cartas entre sus ropas y que estaban firmadas por él, si bien en ninguna de ellas explicó las razones fundamentales de su decisión. No obstante, León León asegura que las primeras indagaciones no arrojaron un resultado categórico sobre la causa de muerte, algo que se contradice con lo informado en la edición del día siguiente de algunos diarios como "La Nación", dando aviso de su muerte y de una forma bastante benevolente para con la memoria del fallecido.
Los funerales de Plaza Olmedo se realizaron el miércoles 29 de abril de 1925. Acudieron los representantes sindicales de los panaderos, trabajadores del calzado, estucadores, carroceros, pintores, hojalateros, estudiantes y otros centros obreros y comités comunales de arrendatarios. El cortejo de cinco cuadras de largo partió a las 15:30 horas desde el lugar del velorio, en la Unión Local de la I.W.W. de la calle Nataniel Cox 1057, rumbo a Arturo Prat, Alameda, doblando hacia Mapocho, Independencia y desde allí hasta el Cementerio General. En este lugar hubo unos últimos discursos para la despedida. El director de la Unión Local de la I.W.W., Evaristo Lagos, había hecho sacar también el molde en mascarilla al rostro de Efraín, pieza que fue colocada después en el mismo local de la organización, junto con publicar folleto biográfico sobre él.
Las visiones posteriores sobre Plaza Olmedo varían entre la redención, la justificación y la condena, desde posiciones políticas fácilmente adivinables cada una. Constatamos también que, ya en la adultez y dejando atrás el derecho a la insensatez de los años tiernos, el escritor Rojas rectificaría parte de su posición sobre Plaza Olmedo y cesaría de justificar la violencia gratuita con la que actuó, como se lee en un pasaje de su novela "Contra el muro", de 1964, haciendo hablar a uno de sus personajes: "Plaza Olmedo mató a un joven que no conocía sólo porque deseaba manifestar su disconformidad con la justicia y la moral burguesas; eso me parece absurdo: pudo matar a su madre, disparó al bulto".
La maldición de Efraín Plaza Olmedo parece haberse extendido hasta nuestro tiempo, penosamente. Una llamada Banda Dinamitera con su nombre, formada en la primera década de su actual siglo, terminó con uno de sus jóvenes agitadores, Mauricio Morales, literalmente desparramado en la calle cuando pretendía instalar una bomba de pólvora confeccionada con un extintor para atentar contra la Escuela de Gendarmería, estallando en su mochila antes de llegar a destino en mayo de 2009. Posteriormente, en junio de 2011 el activista chileno-italiano Luciano Pitronello, supuestamente reivindicando también a Plaza Olmedo, activó accidentalmente la bomba que pretendía instalar en una sede bancaria de avenida Vicuña Mackenna, quedando gravemente mutilado y quemado. Sobrevivió, pero su sino trágico lo llevó a morir electrocutado en un accidente laboral, 13 años después.
Los últimos atentados explosivos que se adjudicara algún grupo anarquista chileno con aquel nombre, la autodenominada Célula Incendiaria Efraín Plaza Olmedo, tuvieron lugar en 2013 o 2014 (no hubo confirmación de si la bomba en una mochila que mató al indigente Sergio Landskron Silva en barrio Yungay, durante ese último año, pertenecía al mismo grupo), desapareciendo de las nóminas subversivas y terroristas desde entonces. El nombre del infortunado personaje de los años diez y veinte, sin embargo, de vez en cuando reaparece entre algunos círculos políticos, académicos e históricos, más como objeto de estudio y de discurso que de imitación.
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