EL CASO DEL MONSTRUO DE CARRASCAL: EL VERDADERO "VIEJO DEL SACO" EN CHILE

El universal mito del Viejo u Hombre del Saco, tuvo un caso real en Chile...
Muchos niños caídos en la vagancia y en una situación extrema de vulnerabilidades en el viejo barrio de los mercados del Mapocho, no alcanzaron a ser acogidos por algún brazo protector como los que ofrecieron instituciones benéficas y filántropos, entre ellos Polidoro Yáñez Andrade y, con más éxito, el Padre Alberto Hurtado Cruchaga y su Hogar de Cristo. Penosamente, gran parte de estos niños seducidos o empujados a una vida miserable arriba y abajo de los puentes, provenían del sector más al poniente de Santiago, desde los oscuros secretos que se esconden entre callejones peligrosos, de esforzados vecindarios colonizados por las clases populares.
Ha sido en las riberas mapochinas donde, coincidentemente, se había gestado la aparición de importantes personajes populares recurridos por madres desesperadas de distintas épocas, para motivar con el miedo a los niños porfiados de comerse su cena, no callejear o sólo portarse bien, bajo amenaza de su llegada a la casa en caso de que desobedezcan. Así, si en tiempos coloniales se le podía adjudicar el cargo de verdugo castigador de niños al propio Corregidor Luis Manuel de Zañartu (célebre por su endemoniado mal carácter e implacable afán de provocar escarmiento), en el siglo XIX fue don Paco, el encargado de la vigilancia de los puestos de la plaza del Mercado de Abasto (hoy Mercado Central) y posible gestor involuntario del apodo con el que conocemos hasta ahora a las fuerzas uniformadas de orden, bien sean los carabineros en las calles o de gendarmes en los recintos penitenciarios.
Sin embargo, otro recurrido y aún medianamente vigente en el imaginario de los refuerzos negativos para la educación familiar, si bien tiene un vínculo indirecto con la vida en las riberas mapochinas, se relaciona con un episodio nada pintoresco y, por el contrario, sangrientamente trágico ocurrido en Carrascal: un infanticidio que horrorizó a la sociedad chilena de aquellos años.
Nos referimos al famoso Viejo del Saco, una popular leyenda que, aunque puede ser de origen hispánico (el Hombre del Costal o el Viejo de la Bolsa) y existe también en varios países de América (como el Ropavejero mexicano, que muchos conocimos gracias al programa humorístico "El Chavo del 8" a través del personaje encarnado por el comediante Ramón Valdés), en Chile tuvo una terrorífica correlación real que ayudó a difundir con mayor potencia traumática el mito, haciéndolo sobrevivir incluso hasta nuestros días y en franca competencia con el más internacional cuco o coco.
Así, visto desde hoy, el caso que fuera recordado como el del Monstruo de Carrascal muchas veces es referido sólo en la dimensión del fomento que hizo en Chile a la leyenda del Viejo del Saco y la descripción del siniestro asesino acreedor de este apodo, relegando a un inmerecido segundo plano (a veces anónimo) a los policías que lograron desplegar los increíbles esfuerzos contra reloj para resolver el acertijo criminal y, sobre todo, a quien fuera su víctima: otro típico pelusita del Barrio Mapocho y sus puentes, niño vagabundo y en total indefensión, personaje que llegó a ser tan propio de estos lados de la ciudad en aquellos años.
Niños mendigos del Mapocho, los "cabros de río" como los definía Alfredo Gómez Morel. Imagen actualmente en las colecciones fotográficas del Museo Histórico Nacional.
Niños pelusas del barrio Mapocho, en el Puente los Carros. Imagen de inicios de fines de los sesenta o principios de los años setenta, aproximadamente, en los bancos fotográficos del Museo Histórico Nacional.
LA AVENIDA CARRASCAL DEL MEDIO SIGLO
La avenida Carrascal con sus barrios obreros, en la comuna de Quinta Normal de Santiago, nace como consecuencia del activo sector industrial crecido desde las cercanías de la desaparecida Estación Yungay y la avenida Matucana.
Por muchos años, este lugar de Santiago fue considerado algo menos que la periferia misma de la ciudad: un territorio semiurbanizado y ya en las afueras, como un pobre suburbio casi sin derecho a sentirse parte de la gran capital. Reinaban allí las calles sin pavimentar, pedregales, terrenos eriazos y restrojos de antiguos fundos a espaldas de grandes propiedades, como La Haciendita de Lo Franco con el edificio municipal, cuando era éste el Camino del Carrascal que se convertía en sólo un sendero hacia el pueblo de El Resbalón, a partir del empalme con el Camino de Lo Espinoza, lugar de nuestro interés para el caso que abordamos acá.
El gran impulso para el poblamiento, empleo y desarrollo de infraestructura industrial y urbana en Carrascal, lo había dado el grupo Indus S.A., fundado a inicios del siglo XX por la asociación de empresarios industriales de Santiago y Valparaíso. Tras quedar constituidos en enero de 1901, iniciaron operaciones en una planta de abonos, materiales químicos y pegamentos fundada por los socios Ernesto Anwandter y Teodoro Körner, ubicada en un sector llamado Higuera de Zapata, en el antiguo Camino de Carrascal. La sociedad fue comprando otras industrias, ampliando sus plantas y productos por toda la avenida, y creando los barrios obreros alrededor. Después, producto del mismo crecimiento, comenzaron a abrir fábricas en otros puntos de la ciudad e incluso fuera de la región.
Eran aquellos, pues, los orígenes del barrio industrial de Carrascal, quedando vestigios interesantes de esta historia por toda la avenida, como las viejas plantas con galpones, el inmueble del sindicato en las primeras cuadras o la villa obrera con el mismo nombre de la sociedad, Población Indus, que será el escenario del sangriento caso que da razón a esta entrada.
Un sector característico e inconfundible de Carrascal es también el del barrio Lo Franco, crecido alrededor del parque del mismo nombre y la antigua hacienda, en donde está la concentración del comercio, los colegios (Escuela Lo Franco, Colegio Víctor Hugo, Colegio Elvira Hurtado Matte), el cine-teatro, la parroquia y la sede de la Ilustre Municipalidad de la Quinta Normal, entre otras dependencias.
La avenida Carrascal de mediados de los cincuenta, corría ya a mediana distancia del río Mapocho atravesando barrios bravos con rincones que, muchas veces, estaban ajenos a la civilidad y al orden de la urbe, en sus época más sombría. Así describió los paisajes carrascalinos de entonces el sagaz detective y cronista policial René Vergara, actor protagónico del caso de marras que acá tratamos, en la última de sus crónicas reunidas para la obra "Crímenes inolvidables. 1923-1954":
Carrascal es el nombre de una calle larga, pobre y polvorienta. Su puerta de entrada, al oeste del paso a nivel de Matucana, es un basural. Termina en un intransitable camino de tierra donde se están levantando modernas poblaciones. El río Mapocho es su límite norte, que sigue ahondando su lecho entre veras verdes, caballos sueltos, perros flacos, gatos huraños, acuáticos guarenes oscuros, moscas apiñadas y patrullas de zancudos. El viento barre, con frecuencia, los eternamente 'pelados' cerros de Renca y obliga a cerrar los párpados y a girar el cuerpo. Los niños abundan. No hay obesos de ninguna edad. En las calles laterales, de las distintas e improvisadas poblaciones, hay acacios, pinos, cipreses, palmeras y sauces grises: aparentemente envejecidos por el polvo fino. Hacia donde se mire, el paisaje es una colección de tarjetas postales pueblerinas… del siglo pasado.
El puente que lo unía a la Renca agrícola está roto. La línea férrea también lo aísla. Hacia el oeste, dirección natural de su crecimiento, topará con el aeropuerto de Pudahuel. ¿Qué le queda? El sur está densamente poblado. Es un barrio prisionero, un cuartel escondido para derrotados por la durísima vida metropolitana, y, sin embargo, sus pobladores barren las puertas de sus casas con hojas de palmas y escobas informes, riegan árboles y plantas; trabajan en lo que se presenta, hablan poco, beben mal vino y esperan. Si Montes de Oca (graciosísimo y obeso clown español que actuó en Chile, hace algunas décadas) viviera, fracasaría en Carrascal, porque la máscara trágica se ha anidado en los ánimos de sus pobladores.
Aquella pobreza y su carga cruel de marginalidad, se reflejaban en las caras de varios de los niños de Carrascal, como un rasgo asociado por aprendizaje y experiencia a sus calvarios sociales: pequeñas criaturas, las más fieles representantes del mestizaje en las clases populares chilenas, con la tez morena, muchas veces sucia, y el pelo que ellos mismos llaman "chuzo", enmarañado, tal como el niño de la tragedia que allí iba a tener lugar. Y así fue que, tras la venida a Chile de ese coro de angelitos teutones de los Niños Cantores de Viena, se había creado una parodia para la cartelera de humor del Teatro Balmaceda, en el barrio de la Vega Central, llamada "Los Niños Cantores de Carrascal", con Orlando Castillo como actor principal, como informaba el diario "El Mercurio" a inicios de junio de 1936.
Eran ellas, pues, las almas de los hijos de una clase obrera en tiempos duros, poniendo en lucha la marginalidad contra con su propia inocencia, muchas veces expuestos a las peores atrocidades de la noche en la ciudad, esas que incluso en nuestra época se niegan o desconocen, con la carga de hogares mal constituidos y los vicios que merodeaban tocando las puertas de las clases trabajadoras más pobres de aquellos años.
Uno de esos niños  se extinguió protagonizando otra de las más trágicas y horripilantes historias que han enlutado a la ciudad y que revelaron a muchos, de paso, ese lado más profundamente pútrido de la degradación y de la decadencia humanas, como las descritas por Alfredo Gómez Morel en "El Río" o Luis Cornejo en "Barrio Bravo", e incluso situaciones peores a todo retrato literario posible.
Sería en esos escenarios de marginalidad de espacio y tiempo en Carrascal, entonces, que aquel pelusita viviría su última y peor tragedia, coronando con la tiara del destino más cruel una corta vida que ya había sido suficientemente infeliz y penosa.
Retrato del niño vagabundo del Mapocho cruelmente asesinado en Carrascal, con el diseño del tejido en su chaleco, publicado en los periódicos y exhibida en el Cine Lo Franco, durante las horas de intensa búsqueda de la identidad del muchacho y la de su asesino.
Portada de "Las Noticias Gráficas" del 19 de abril de 1954, con el retrato del niño asesinado y los primeros datos que se conocieron sobre su identidad.
Desde el inicio, como lo confirma esta nota del diario "Las Noticias de Última Hora" también del 19 de abril, el caso del niño asesinado tuvo alcances de discusión social, sobre la vulnerabilidad de los infantes en situación marginal.
EL HALLAZGO DEL CADÁVER
El día 16 de abril de 1954, hacia las 8 de la mañana, una devota vecina del sector de la Población Indus iba desde su casa hasta la iglesia de la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, ubicada a algunas cuadras en Carrascal con Embajador Gómez. Era Viernes Santo, por lo que ella escuchaba la voz de su propia fe llamándola al templo.
Al ir acercándose al paradero de Lo Espinoza ubicado en la calle del mismo nombre, y pasar enfrente del Sitio 50 de la población por la Calle Siete, divisó algo semejante a una pequeña figura humana que llamó su atención, dentro de un inmueble de albañilería y ladrillos aún en construcción, de un terreno no cerrado. Esto sucedía del lado Sur de Calle Siete, en la cuadra entre la Calle Uno, hoy correspondiente a Dr. Hérctor Lehuedé, y la Calle Dos.
Aproximándose al bulto, la mujer confirmó con espanto que era un niño muerto, tirado de bruces y en posición extendida sobre el suelo, parcialmente desnudo. Instantáneamente, entró en un ataque de pánico y gritos que alertó a todos los residentes del sector. Uno de estos vecinos, domiciliado en la corta Calle Ocho de la misma población, decidió dar aviso del hallazgo en el Retén de Carabineros de Carrascal, que envió personal al sitio del hallazgo confirmando la denuncia.
Según informaba después el diario "Las Noticias de Última Hora", el primer aviso se dio por una llamada telefónica, ya que nadie quería comprometerse en el asunto. Y desde el cuartel, tras verificar la presencia del cuerpo, se llamó entonces a la Brigada de Homicidios, dirigida en esos años por René Vergara, personaje casi mítico de la Policía de Investigaciones. En aquella llamada matinal decía la voz del carabinero, según testimonios recogidos por el mismo periódico y que recreaba con sensacionalismo:
Señor. Habla a Ud. el Retén de Carabineros de la Población Carrascal... Los llamábamos para avisarle que en una "casucha" de la calle Siete, de la población Indus, encontramos el cadáver de un niño de más o menos nueve años de edad. Está boca abajo, semidesnudo, lleno de sangre y con demostraciones claras y patentes de haber sido estrangulado... también, el asesino -¡que Dios lo hunda en su reino de maldad!,- lo...
La voz del uniformado se quebró y no pudo continuar, según el redactor. Y sin perder tiempo, el detective se limitó a asegurarle que partirían a la brevedad y que sólo mantuvieran aislado el lugar.
Cinco funcionarios policiales llegaron en el primer grupo al sitio, en una camioneta radiopatrulla un cuarto de hora después de la llamada, probablemente entre las 8:30 o un poco más. Venían capitaneados por el Subcomisario Orlando Corrales Sánchez, reputado segundo Jefe de la Brigada de Homicidios después de Vergara, con el Inspector Mario Arnés Villarroel, el mismo sabueso que, unos años después, participó en la solución del también célebre caso del "cementerio" de Dardignac 81. El resto del grupo lo constituían el fotógrafo, el dibujante y el médico examinador del Laboratorio de Policía Técnica.
Los detectives, impresionados con la brutalidad de la escena, confirmaron que el cuerpo correspondía a un niño asesinado y vejado de manera terroríficamente violenta. Permanecieron cinco largas horas inspeccionando el lugar del crimen y tomando muestras e imágenes en el mismo, en una jornada que marcó sus vidas.
El cuerpo del pequeño occiso estaba en el lado Sudeste del cuarto a medio construir, en posición decúbito ventral. Yacía descalzo y mal vestido, con las piernas y nalgas descubiertas, pues su pantalón de harapienta y parchada mezclilla le había sido bajado. Tenía una camisita gris manchada de sangre y un sweater de color verde gastado y desgarrado, con un diseño como de rejilla en cuyas celdas alternaban pequeños rombos y la abstracción geométrica de un caballo. Correspondía a un niño varón aún no entrado en la preadolescencia, de 1,25 metros de altura pero sólo 20 kilos de peso, según se precisó después, lo que hablaba de una muy mala nutrición y deficiente desarrollo.
El cadáver presentaba ya cierta rigidez y color amoratado de algunas partes del cuerpo, por el rigor y el livor mortis, respectivamente. Fallecido ocho o diez horas antes, según determinaron los peritos, esto hacía sospechar que su asesino vivía en la zona y que probablemente durmió en el mismo sector de Carrascal durante la noche, pues el crimen habría tenido lugar cerca de la medianoche o un poco después.
Las heridas, laceraciones y la propia expresión de horror del niño, con sus ojos casi fuera de las cuencas y la lengua amoratada colgándole, indicaban el terrible sufrimiento final de su vida. Sus manos estaban contra el suelo, como un desesperado intento por aferrarse a la vida antes de terminar de perder por completo la conciencia. En el cuello del niño, además, estaban frescas las desgarraduras producidas por una enorme mano rematada en duras y sucias uñas, las garras del asesino, muy crecidas según delataban las marcas.
A mayor abundamiento, aquellas marcas de dedos y uñas habían sido hechas por un zurdo con escaso higiene o cuidado personal. "El médico legista, Sergio Larraín, informó que el autor del homicidio era, casi sin lugar a dudas, un individuo que usaba con más facilidad su mano izquierda que la derecha", señalaba categórico el parte policial. Habían sido estas heridas, además, las que le produjeron a la pequeña víctima los sangrados que mancharon sus pies y ropas.
El análisis más detenido del cuerpo, demostró también que el niño había sido violado de forma vesánica y colérica, pues los peritos detectaron manchas de semen y defecación sanguinolenta, más restos de vellos púbicos de color castaño y canosos, de un hombre cincuentón según calcularon. La prensa informó también que la mano cadavérica del muchacho retenía aún restos de pelos canosos que arrancó a su asesino, en su angustia por liberarse. Además, por unas huellas marcadas en el suelo y la distribución de manchas de fluidos, se determinó que el misterioso sujeto medía alrededor de un metro ochenta o más de altura.
La macabra muerte del niño aquella noche, le había sido provocada ahogado por dos razones: primero por la asfixia, estrangulado por la mano del misterioso asesino, y luego por la sofocación, pues estando ya sometido, fue ultrajado sexualmente con la cabeza presionada contra el suelo, impidiéndole respirar.
Pese a todo, las primeras pericias realizadas alrededor del lugar del crimen no aportaron mucho más de lo que ya había quedado relativamente claro al momento de arribar los detectives de homicidios. Sólo encontraron marchas de sangre cerca del cuerpo, afuera de la construcción, y un arrugado billete de cinco pesos acompañado de tres o cuatro monedas de un peso, caídos sobre la vereda asfaltada seguramente desde la mano del niño en sus momentos finales antes de comenzar a desvanecerse.
El periódico "Las Noticias de Última Hora", logró entregar una descripción muy precisa del sitio del suceso y los intrigantes detalles del crimen, pocos días después:
El lugar exacto no es en un sitio eriazo como primero se informó. El estremecedor asesinato tuvo como escenario el interior de una habitación a medio construir, sin techo y con varias entradas, ubicada en el sitio 50 de la calle Siete, a menos de 40 y 30 metros, respectivamente, de las calles Uno y Dos.
Exactamente a cuatro metros de distancia, caminando hacia el interior de la propiedad por el costado derecho de la escena, levanta su maltrecha armazón una casa bastante modesta. Allí viven doña Juana María Ramírez y sus familiares, que suman cinco personas. Hoy, enfrentados al adusto ceño de la policía especializada, todos ellos juran 'no haber escuchado nada extraordinario, ni siquiera el ladrido de los perros, la noche del jueves al viernes', cuyas horas utilizó el asesino para estrangular y ultrajar de forma feroz al pequeño (...)
Por el costado izquierdo, hay, en la esquina, un sitio vacuo de pequeñas dimensiones. Sigue, a continuación, un chalet en construcción, e inmediatamente después, pegado a él y a 1o metros del sitio que fue escenario de la tragedia que hoy sacude a la opinión pública, existe un rancho, cuyos moradores son un obrero y varias mujeres, los que, al igual que sus vecinos más arriba mencionados, 'no sintieron nada de nada' a pesar de que el crimen se cometió bajo sus mismas narices.
Al fondo de la propiedad dan los patios abiertos, y con comunicación, de las casas que se alinean a lo largo de la vereda noroeste de la calle Uno.
Al costado derecho del inmueble en construcción, en la vereda, estaba el lugar en donde se suponía que fue realizado el primer ataque del asesino. Era el sitio en que se encontraba la sangre y el dinero abandonado en el suelo. En ese momento, no se sabía si la frágil víctima había llegado siendo arrastrada hasta el interior de la habitación a través de unos accesos posteriores, o bien por una entrada en el costado izquierdo pero saliendo otra vez a la calle para tal caso.
Tan escalofriantes y escabrosos eran estos y otros detalles allí anotados que, con la llegada de la noticia a la prensa y en una sociedad menos acostumbrada que hoy a esta clase de abominaciones, el misterioso asesino fue apodado el Monstruo, el Vampiro Negro y el Chacal de Carrascal, dando inicio a uno de los más famosos casos de la criminología chilena del siglo XX.
Vista de la avenida Carrascal entre las calles Santa Fe y Entre Ríos, hacia la altura del antiguo Parque Lo Franco y enfrente de las actuales dependencias municipales. Se observa parte del Teatro Lo Franco, a la derecha. Fotografía con el paisaje urbano de estos barrios hacia el año 1950, publicada por el divulgador de imágenes históricas Alberto Sironvalle (Twitter).
Esquema del lugar de los hechos, publicado por el diario "Las Noticias de Última Hora", el día 20 de abril de 1954. La flecha entre la habitación medio construida y la vereda, señala el lugar en donde comenzó el ataque de la víctima. La figura de un cuerpo al interior del mismo inmueble muestra el lugar en donde fue hallado. Se indican las distancias del lugar con los otros inmuebles vecinos.
 
Niños del barrio mostrando a los reporteros de "Las Noticias de Última Hora" en dónde fue atacado el niño, afuera de la casa a medio construir. Es el lugar en que se encontró la sangre con un billete y unas monedas, que pertenecían al niño asesinado.
LA IDENTIDAD DE LA VÍCTIMA
Pero tan importante como dar con el monstruo de garras enormes, era identificar a su víctima. Para ello, un dibujante realizó un retrato a color del muchacho con las ropas que traía puestas y una ampliación a su lado con el esquema del diseño de su chaleco, procedimiento sencillo pero muy novedoso por entonces para la historia policial chilena.
Con la intención de recibir datos que permitieran reconocerlo, la ilustración resultante fue exhibida en el Cine-Teatro Lo Franco, en el sector de avenida Carrascal cerca de Santa Fe. Aquella sala de proyecciones todavía existe en el barrio céntrico de la comuna, enfrente del Colegio Elvira Hurtado de Matte, pero ocupada ahora por un centro religioso.
El Jefe de la Brigada de Homicidios mandó a producir diapositivas del mismo dibujo para que fueran exhibidas en el mayor número posible de cines de Santiago, con una breve relación de los hechos en torno a su muerte. Inmediatamente también, el retrato pasó a los periódicos de los días 17 a 19 de abril, por lo que a sólo un par de días del horrendo asesinato, la sociedad tenía ya un rostro para la joven víctima, como informaba "Las Noticias Gráficas":
Durante todo el sábado, funcionarios de la Brigada de Homicidios, con personal del Laboratorio de Policía Técnica, estuvieron en la Morgue junto a los tristes y vejados despojos del niño, haciendo un retrato hablado que damos a conocer en estas columnas. Al mismo tiempo, se hizo una copia en película de celuloide, coloreada de acuerdo a la piel de la víctima y sus vestimentas, con todos los detalles. El retrato estaba destinado a publicarse en diversos órganos de prensa capitalinos y la película a pasarse en todos los cines de la ciudad.
El diario "El Mercurio" de ese mismo día 19, informaba también en su segundo cuerpo:
Para lograr la identificación, la Brigada de Homicidios puso en práctica un sistema que tiene alguna similitud a los métodos usados en Estados Unidos y países de Europa por medio de la televisión, y en el cual la colaboración del público desempeña la parte fundamental.
El sábado en la noche, fue exhibido en el foyer del teatro Lo Franco un dibujo en colores de cuerpo entero del menor, con todos los detalles de la ropa; además, se hizo una relación del crimen, al mismo tiempo que se solicitaba la cooperación del público para ayudar a identificar y precisar el domicilio del menor. Los asistentes se interesaron vivamente por el caso y dieron a conocer varios antecedentes de valor para la policía.
La respuesta del público fue excelente. Incluso se anunció que este método sería empleado, en lo sucesivo, para casos similares. Y tan positiva resultó la experiencia que, antes de la llegada de las imágenes a colores a los demás cines, ya se tenía información concreta sobre la identidad del muchacho, gracias a un testigo clave. La portada de "Las Noticias Gráficas" del lunes 19, además, ya reproducía el retrato hablado del niño muerto con su respectiva identidad, e informando más al respecto en páginas interiores.
Fue gracias a aquellas campañas que había aparecido quien pudo identificar el cadáver en la morgue de Santiago, reconociéndolo como un conocido niño que solía vagar por Carrascal, el Barrio Mapocho y el río mismo. El testimonio fue entregado por Mario Soto Vidal, de 28 años, vecino residente en la Calle Cuatro de la misma Población Indus en donde apareció el cadáver.
Con esta revelación, dada a conocer ese mismo día 19, los sabuesos tenían ahora el nombre del infeliz muchacho: Luis Gastón Vergara Garrido, de sólo nueve años, más conocido como Luchito y Luisito, que había vivido con su madre Uberlinda Garrido Jaramillo, viuda, y su padrastro el comerciante José Ignacio Vivanco Vivanco, además de tres medios hermanos menores, en calle General Brayer 530 de Quinta Normal, hacia el sector Tropezón.
Según medios como "Las Noticias Gráficas", Soto había partido a avisar de sus sospechas hasta la casa del muchacho, luego de ver la ilustración con el retrato y pensar que podía tratarse de él, pues habían pasado algunos días ya sin que diera noticias en el barrio. Al parecer, el testigo trabajaba a veces para el padrastro del niño, por lo que conocía bien al infante. Y si bien aquellas ausencias eran para nada extrañas en la vida del muchacho, algo malo intuía ahora. Al llegar Vivanco de vuelta a casa, cerca de las 10 horas de ese día, se enteró del temor de su vecino y partieron ambos hacia la morgue, llegando a las 11 horas, reconociendo el cuerpo allí.
Vergara agrega en sus crónicas, el detalle de que había sido el propio Vivanco quien solicitó a Soto Vidal ir a la sala del Instituto Médico Legal a reconocerlo, pues no había tenido fuerzas para ir personalmente allí, atormentado también por la parte de la responsabilidad personal que sospechaba haber tenido en los hechos que culminaron en su muerte. Franco Berardi, en cambio, en una columna de "Las Noticias de Última Hora", tiene la versión de que Vivanco entró a la sala de reconocimiento y salió descompuesto diciendo a Soto: "Es Lucho... Pobrecito". A continuación, Vivanco regresó a su casa y, acompañado de la madre del chiquillo asesinado, fueron a informar al Retén de Carabineros de Carrascal, desde donde se puso en conocimiento de la noticia a la Brigada de Homicidios. Los detectives despacharon un patrullero hasta la dirección de la familia en General Brayer, para proceder a interrogarlos.
Según se supo por los testimonios de los familiares y conocidos en aquella dolorosa jornada, Luisito era un niño muy triste e introvertido. Cuando estaba en casa, hacía las compras y parecía tener amigos de juegos, pero solía ser retraído y silencioso, marcado por una corta pero desgraciada existencia. Como invariablemente sucedía en estos casos, un hogar mal constituido y la falta de socialización lo habían inclinado a la vida callejera y vagabunda. De hecho, el mismo señor Soto que tuvo después la ingrata tarea de alertar a la familia y reconocer sus restos, lo había encontrado en el mes de marzo anterior, durmiendo afuera del Teatro Lo Franco, desde donde se lo llevó a su casa intentando acogerlo, pero el problemático infante se quedó por sólo 15 días y luego marchó a sus correrías de ser indómito.
El infortunado pelusita gustaba de las aventuras por las riberas del Mapocho, seducido por esa extraña atracción colorida del lugar, como la de un hongo o sapo venenoso. Era un candidato seguro a lo que Gómez Morel definiría como "cabros de río". En sus fugas, solía ir a buscar refugio por el sector de los mercados donde encontraba, como tantos otros niños, lo más parecido al mismo calor de hogar que la existencia dura y menesterosa le había negado en su propio hogar disfuncional.
En una de estas rapaces aventuras, su propia madre lo encontró y arrastró de vuelta, tras haberse subido en un tren que estaba a punto de salir con rumbo a la costa, en la Estación Mapocho. Y también se infiltraba como polizón entre los trabajadores de la Vega Central, costumbre muy común entre los niños callejeros que pululaban por el barrio, pues informó su madre que al pequeño Luis lo halló, en otra oportunidad, encaramado arriba de un carretón del popular mercado. Ella también lo había matriculado en la escuela pero, tras enfermar, abandonó los estudios y nunca aprendió a leer ni escribir. Intentaron ponerle un profesor especial, pero el niño no quiso y terminó rechazándolo.
Una mala relación con el padrastro, dado a la bebida y a la violencia doméstica, motivaba a Luis a fugarse constantemente de casa desde el año 1951, prefiriendo siempre las correrías en la ribera del Mapocho que el encierro en el calabozo de un mal hogar. Además, en sus escapes solía ir a los basurales para buscar huesos y venderlos para talleres que los usaban como material, con lo que obtenía mínimos ingresos para ganarse la vida en tan precoces años.
Pese a todo, Luisito trataba de ser un niño limpio y de hábitos marcados: cada vez que salía se bañaba y se cambiaba sus humildes y andajosas prendas sucias por otras lavadas. Incluso en sus recaídas de vagancia se daba espacio para ello, dentro de las precarias posibilidades que el ambiente le permitiera, metiéndose hasta en el agua del río Mapocho, pues su madre también lo encontró allí tras otra de sus interminables fugas, bañándose cerca del Puente Bulnes, según recordaba el detective Vergara. Algo prístino y propio de su joven edad se había mantenido aún incólume y cristalino en él, en lo profundo, después de todo.
Lamentablemente, la última tragedia del pelusa mapochino comenzó al final del día jueves anterior al hallazgo de su cuerpo, cuando su padrastro llegó nuevamente ebrio a la casa y -como parece que era corriente en ese hogar- comenzó a golpear a su madre, cerca de las 10 de la noche. La escena de gritos y agresiones desató la desesperación del muchacho que, al ver el abuso de Vivanco, lo enfrentó tratando de detenerlo, sin éxito, para luego salir corriendo a la calle, pidiendo auxilio para que alguien interviniera a favor de su sufrida progenitora. Allí se perdió Luis, penetrando las tinieblas de la noche de Carrascal: por más que lo buscaron en el barrio al día siguiente, no volvieron a verlo y dieron por hecho que ésta era otra de sus constantes escapadas… Nunca más aparecería con vida.
La noche de horror para Luisito, se completó con su propia violación y asesinato en la Calle Siete de la Población Indus, varias cuadras más al nororiente de su insegura casa.
René Vergara en fotografía de la editorial Zig Zag, en 1971, hoy perteneciente a los archivos fotográficos del Museo Histórico Nacional. El Subprefecto Vergara era el Jefe de la Brigada de Homicidios cuando tuvo lugar el caso del Monstruo de Carrascal.
Muchos detalles del caso están en los libros "De las memorias del inspector Cortés" y  "Crímenes Inolvidables", del detective Vergara.
 
Los sabuesos fueron los grandes protagonistas de todo este caso. La veloz, astuta y eficiente labor fue llevada adelante en tiempo récord por los detectives de la Brigada de Homicidios, dirigida por el Subcomisario Orlando Corrales Sánchez, que adquirió ribetes casi heroicos para la comunidad de vecinos de Carrascal. Imagen publicada en "Las Noticias de Última Hora".
LA FRENÉTICA BÚSQUEDA DEL ASESINO
En tanto se conocían detalles sobre la tortuosa corta vida del muchacho, la policía buscaba intensamente a todo posible sospechoso que fuera zurdo, alto y con adicción a la vagancia, sin poder dar con el asesino. Prácticamente, no hubo gañán, vagabundo y sujeto de mal vivir en el sector, que no haya sido interrogado aunque fuera a la pasada por los sabuesos, debiendo dejar muestras de sus uñas y cabellos para la investigación en los casos de mayor sospecha.
Volvemos a lo descrito por "Las Noticias Gráficas" tras la identificación del cuerpo:
En primer lugar se ha detenido e interrogado minuciosamente a los vagos y delincuentes del sector Carrascal que tienen características con las tendencias homosexualoides. Todos son mayores de 40 años, ya que un análisis hecho a cabellos y vellos de la región pelviana, encontrados en el cuerpo de la víctima, indican que esa edad tiene más o menos su feroz homicida.
De los interrogados hasta ahora, no hay ninguno detenido, ya que todos han hecho declaraciones luego confirmadas que los libertan de toda sospecha. Uno que otro ha sido entregado a unidades judiciales por encargos pendientes por delitos comunes.
Las primeras descripciones sobre el posible asesino, entregadas por la policía y reproducidas por el mismo diario, no iban a resultar totalmente precisas, sin embargo:
Dice la policía que el asesino del niño Luis Vergara Garrido debe ser un hombre de más o menos 50 años de edad, de estatura mediana,  regularmente vestido, de rostro afable y de maneras cariñosas y convincentes. Su cabello debe ser entrecano y crespo.
Actualmente, sus manos y posiblemente su rostro, conserven las marcas que en ellas hizo con sus uñas el pequeño agonizante. Se supone esto último, debido a que en las uñas del niño se encontraron restos de piel humana y cabellos blancos.
La cacería había comenzado desde antes de la identificación de la víctima, como dijimos. Los detectives llegaron a jurar no dormir hasta que hallaran al monstruo, según se supo poco después, en algunos casos trabajando disfrazados en almacenes, negocios, bares, depósitos de licores y "clandestinos" para reunir toda información útil y posibles nombres que anotaban sigilosamente. Papeles protagónicos en la dirección hacia el éxito de la misma cruzada, además del célebre Vergara a la cabeza de la brigada y actuando personalmente en los operativos, tuvieron el Subcomisario Corrales y el inspector Arnés, asistidos por sus colegas Rodolfo Melgarejo y Arturo Roa Trujillo, todos héroes olvidados de aquella hazaña.
El día 19, bajo el título "Crimen del 'Vampiro Negro' pone nuevamente el dedo en la llaga de siempre: el problema de la infancia desvalida", escribía Berardi en "Las Noticias de Última Hora", el medio que quizá mejor cubrió y siguió el caso hasta el final:
Unos cabellos canosos tiene en su poder la Brigada de Homicidios. Con ellos, piensa hacer lo indecible por identificar al asesino. Por lo pronto, tras sus huellas se encuentra todo el personal de esa unidad, de capitán a paje, desde René Vergara hasta el detective más novato.
El centro de la atención policial era, hasta anoche, el Teatro Lo Franco. Todo parece indicar que por esos lados campea el 'Vampiro Negro'.
Se da por descontado que si el criminal es un enajenado mental, puede volver a repetir (sic) su crimen en cualquier instante. Por eso, los detectives especializados están trabajando a una velocidad inusitada. Es una lucha contra el tiempo.
(...) No hay duda que, más temprano que tarde, las manos que estrangularon a Lucho Vergara, y dejaron, en su cuello, las marcas de sus uñas, conocerán el rigor de las esposas policiales.
La fotografía del asesino, entonces, será publicada con profusión, porque todo el mundo querrá conocer cómo era el "Vampiro Negro"...
Cerca de 40 sospechosos habían sido reunidos ya por los detectives a cargo del caso, en el Cuartel de General Mackenna, enfrente de la Cárcel Pública. Tenían entre 40 y 55 años, prácticamente todos ellos ya prontuariados. El diario "La Tercera" los describía de forma nada decorosa:
La verdadera caravana de personajes de estrafalaria indumentaria, acusados de corrupción de menores y prontuarios como peligrosos y abyectos depravados, pasó por las oficinas de la B.H, para quedar estrictamente incomunicados en los calabozos del cuartel...
En la institución estaban tan seguros de que el asesino debía ser uno de ellos, que al ser consultados por el mismo periódico, informaron: "De dos decisivos informes saldrá la solución del crimen del niño", uno elaborado por el Instituto Médico Legal y otro por el Laboratorio de Policía Técnica de Investigaciones. Y en la sociedad santiaguina también lo estaban, porque ya entonces hubo los primeros intentos de tomarse la ley en las manos contra los sospechosos, tratando de "lincharlos y quitárselos a los detectives para vengar la espantosa muerte del infortunado pequeñuelo", agregaba "La Tercera" de aquel día.
Sin embargo, justo había aparecido a los pocos días un testigo de 17 años informando que había sido agredido, en la noche del 18 por un repulsivo sujeto muy parecido al que se intentaba capturar, que pretendió violarlo y ahogarlo en una acequia, cosa que habría conseguido de no intervenir unos vecinos alertados por sus gritos. Este ataque parecía, claramente, obra del mismo sujeto, por lo que los investigadores se volcaron de inmediato al sector, tomando nuevos detenidos.
Por otro lado, entre los nombres e identidades de los sospechosos que manejaba la prensa, estaba un delincuente llamado Juan Sepúlveda Sáez, de 45 años y con graves antecedentes penales como corruptor de menores que se guardaban en la Asesoría Técnica de Investigaciones. Había sido detenido por tres sabuesos que llegaron a su casa en calle Radal en la mañana del 19, siendo recibidos por una mujer de cabello despeinado que salió a atenderlos a la puerta ignorante de lo que sucedía. Entre otras cosas que ponían a Sepúlveda bajo sospecha, estaba el que conocía al pequeño Luis y también había sido visto caminado por las veredas de Calle Siete el martes 13 previo al crimen. A pesar de ello, sin embargo, también acabó siendo descartado.
Otro de los principales sospechosos era uno apodado "El Borrado", según señalaban en "Las Noticias Gráficas", especulando sobre su culpa en este caso:
Pero todo indica que de un momento a otro el crimen puede quedar totalmente aclarado. Los hombres de René Vergara ya tienen un sospechoso con todas las características del hechor. Se trata de un delincuente apodado 'El Borrado', de 47 años, con el rostro picado por una antigua afección, y que hace años, en el barrio Carrascal, se desempeñaba como carnicero. Los detectives andan tras sus pasos y es muy posible que entre hoy y mañana lo detengan y así quede aclarado el horrendo crimen de la Calle Siete.
Por descarte, entonces, unas horas después de comparados los nuevos datos y realizadas las pruebas científicas con resultados a la espera, quedaban sólo cuatro sospechosos. Los detectives trabajaron hasta la madrugada aquella noche del 20 al 21, tanto en los cuarteles como en las calles.
La cuadra de Calle Siete en donde sucedió el crimen, entre la ex Calle Uno y la Calle Dos, cuya esquina se observa al fondo, entre los postes.
Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, Carrascal junto al Parque Lo Franco.
Edificio del ex Cine-Teatro Lo Franco, hoy Catedral Adonnai, en Carrascal enfrente del Colegio Elvira Hurtado de Matte.
Fachada del ex Teatro Lo Franco, donde se exhibió la imagen del niño asesinado pudiendo ser identificado, así, como Luis Vergara Garrido.
 
Diario "El Mercurio" del 21 de abril, informando (con algunas erratas) de la identidad del sujeto que resultó ser el Monstruo o Vampiro Negro de Carrascal.
EL MONSTRUO ES IDENTIFICADO
Con todos los datos obtenidos por el nuevo testigo y los perfiles estudiados de cada sospechoso, los detectives pusieron atención sobre uno de ellos, que había sido arrestado totalmente borracho cuando treinta funcionaros se arrojaron a peinar el sector de Carrascal en donde vivía, esculcándolo en todos sus rincones durante esos días del fin de semana. Fue el último de los sospechosos que quedó en el cuartel luego que se fueran los últimos tres, casi dando por confirmada su culpabilidad.
Se llamaba Francisco Varela Pérez (Valera, según las crónicas de René Vergara), domiciliado en una pieza arrendada en la dirección de calle Frontera 368, en la Población Barea, vecina a las poblaciones Indus y Abraham Gómez. La prensa que conocía entonces sólo su apellido, ya estimaba desde antes de que se precisara su culpabilidad, gracias a informaciones extraoficiales, que podía tratarse del hombre que buscaban.
Oriundo de Hierro Viejo, poblado del valle de Elqui al interior de Vicuña, el atípico sujeto medía 1,86 metros de altura según detalla Vergara; pesaba poco más de 90 kilos y tenía 55 años en ese momento, coincidiendo perfectamente con el perfil del depravado asesino.
Hombre soltero, sin rumbos claros, su vida era andariega y frecuentemente en la calle: un constante vagar a la deriva y trabajando ocasionalmente como jornalero y carpintero. Además, se advierte en las fotografías que tenía un grotesco aspecto, con el rostro destruido por el alcoholismo, quizá las riñas y casi la marca de maldad de un Caín: asimétrico, con una enorme y abultada nariz, pero sobre todo una mirada de animal salvaje disimulada entre pequeñas sonrisas cínicas. Una anquilosis articular le había inutilizado parcialmente su brazo derecho, empeorando su aspecto y dejándolo virtualmente manco. Algunos medios señalan que era analfabeta, mientras que otros indican que sabía leer y escribir, además de expresarse en forma afable y fluida, pero sólo en los momentos en que no estaba bajo efectos de la ebriedad.
Hasta el día 18, cuando fue el único sospechoso que quedó en el cuartel, Varela seguía negando decididamente cualquier participación en el crimen, creyendo que aún podía zafar en los intensos interrogatorios a los que fue sometido durante 72 horas por los propios detectives Corrales, Arnés, Melgarejo y Roa. Sin embargo, además de la situación de su mano derecha inservible, todas las principales evidencias y testimonios recaían contra él. Su perdición vino con los resultados del análisis de las muestras de cabellos y el de las enormes uñas de la mano izquierda del extraño y corpulento engendro, que reaccionaron al Test de Adler de detección de sangre: definitivamente, él era el monstruo que los policías habían estado buscando tan afanosamente.
Confrontado con esta evidencia y sabiéndose ya irremediablemente acorralado por los resultados de las pruebas, se le hizo saber al sospechoso que estaba desde ese momento a disposición del Jefe de la Brigada de Homicidios, el Subprefecto Vergara. Fue trasladado de inmediato a la oficina de la jefatura de la brigada y allí, puesto ante 20 detectives, entendió que no le quedaban más recursos y accedió a hablar. "No me hagan nada, voy a confesar", dijo al iniciar entonces su declaración. "Yo soy el autor del crimen del niño... ¡Yo lo maté, y nada saco con negar!".
El interrogatorio de otras fatigantes horas más, había de tener lugar el día 20 de abril, hasta la noche. Admitió sin más evasivas ni negaciones el asesinato del pelusita y entregó otros escalofriantes detalles que dejaron choqueados a los experimentados detectives.
Varela relató que, en la noche fatal del jueves 15, en calle Lo Espinoza, encontró al muchacho que venía llorando y sin zapatos, buscando ayuda para su madre y evitando ser golpeado por su padrastro, como se recordará. El sujeto venía de otra de sus habituales correrías alcohólicas por el barrio, y al parecer habría sido visto con el niño una media hora antes de la medianoche, según se filtró a los medios de comunicación. Lo había hallado solo, a dos cuadras del lugar de su martirio, según informaba "El Mercurio" del miércoles 21. Marchó con él por esos callejones, pero el niño se negó a seguir acompañándolo, deteniéndose porque "no conocía más allá" del Parque Lo Franco, según le dijo la víctima. Aseguró que Luis le había suplicado no ir más allá de la Calle Dos, porque había allí un callejón muy oscuro. Él quería llevarlo hasta su cuarto en la Población Barea y le propuso directamente ser objeto de sus abusos, en el camino. Muy seguramente, el pequeño se asustó e intentó zafar de la situación con aquella excusa, para poder devolverse sobre sus pasos.
Fue entonces cuando se inició el ataque. El resto, lo explica "Las Noticias Gráficas":
En vista de esta negativa, Varela Páez volvió con él hasta la población Indus, y al llegar a una calle cercana al sitio del suceso, recordando que allí había un lugar apto para dar satisfacción a sus apetitos, lo tomó del cuello con la mano izquierda y lo llevó así, suspendido, hasta el sitio eriazo.
Agregó que, cuando entró al lugar, el menor ya no respiraba. Estaba asfixiado. Luego lo puso boca abajo, lo despojó de los pantalones, y finalmente lo hizo objeto de sus bestiales apetitos. Hay otros detalles que por impublicables no damos a conocer.
De la investigación se desprende que el infortunado Luis Vergara Garrido dejó de existir cuando era víctima del tremendo ultraje, cuando el cuerpo de su depravado victimario le impedía respirar.
Tras agredir a Luis y arrastrar unos metros el cuerpo hasta dentro de la residencia en construcción, dejándolo tendido allí tras violentarlo sexualmente, le arrojó encima los andrajosos los pantalones, recuperó energías durante un rato y luego escapó por Calle Siete sabiendo que dejaba atrás un cadáver.
Habría sido después de aquella noche, según Vergara, cuando encontró al segundo muchacho que también intentó violentar, y éste se zafó del ataque gracias a la intervención de lo que Varela calificó con total desparpajo ante los policías como unos "viejos sapos", que frustraron sus intenciones. Tal como habían previsto los detectives, el frenesí criminal del monstruo estaba liberado y era muy probable que atacara nuevamente si seguía libre. De ahí tantas urgencias por darle caza.
Como Varela estuvo decidido a atacar al niño levantándolo del cuello y a usarlo para liberar sus torcidas e irresistibles ganas de violarlo, con el resultado de la muerte del chico, las circunstancias del crimen lo hicieron "candidato seguro al patíbulo", como concluía el mismo periódico citado arriba.
Buscando justificar sus aberraciones, sin embargo, Varela confesó también que "el vino lo excitaba" y que, si bien le gustaban las mujeres, por su particular aspecto físico no lograba atraerlas, ni siquiera a las prostitutas. También reconoció ser un violador permanente de niños y niñas: abusaba de uno o dos infantes al mes, según sus propias palabras, como una "indiecita" que había ultrajado en el norte del país, de acuerdo a sus confesiones aquella noche en que fuera arrinconado por la evidencia.
Fotografías conseguidas por los reporteros de "Las Noticias de Última Hora" con los rostros de los últimos cuatro sospechosos retenidos en el Cuartel de Investigaciones para determinar, de entre ellos, quién era el asesino. Los cuatro tenían prontuarios por casos parecidos. El del círculo es Francisco Valera, que resultó ser el infame monstruo.
Francisco Varela, en la fotografía difundida por la prensa al ser identificado como el asesino de Luisito Vergara.
Imagen del asesino divulgada por "Las Noticias Gráficas". Después del alcohol, parece ser que el tabaco era uno de sus vicios más fuertes, al menos estando ya detenido.
 
Otras dos imágenes del asesino, fumando cigarrillos y comiendo, publicadas por "Las Noticias de Última Hora".
UNA CAÓTICA RECONSTITUCIÓN DE ESCENA
Enterado de los hechos y de la chocante confesión a la policía, el juez Raúl de Goyeneche, del 7° Juzgado del Crimen, ordenó con celeridad la reconstitución de escena, llevada a cabo ese mismo día 20 de abril, a las 22:15 horas, en la misma propiedad de la Calle Siete donde tuvo lugar el crimen. Este trámite iba a permitir la reunión de todos los antecedentes y detalles que faltaran del espantoso infanticidio, para llevar al asesino al banquillo.
Pero sucedió que, durante la misma reconstrucción de la escena iniciada unos 15 minutos después de lo previsto, iba a tener lugar una situación muy curiosa, aunque esperable: la tensión que generaba la gran cantidad de público y los curiosos llegados al lugar. El Juez Sumariante, Sr. De Goyeneche, solicitó entonces que llevaran a Varela a su presencia, bajándolo del carro policial e interrogándolo in situ. Recién a las 23 horas comenzó la reconstitución de escena propiamente tal.
Resultaba indignante la despiadada indiferencia con la que el asesino informaba de su aborrecible crimen, a pesar de que intentó suavizar sus culpas diciendo ahora que ésta era la primera vez que cometía tal atrocidad y que la causal de todo era el vino, que lo "volvía loco".
Despeinado y sin esposas, Varela detalló que sólo le bastó la fuerza de sus dedos pulgar y anular izquierdo para levantar del cuello al niño; y que, tras cometer la violación con asesinato, agotado por el esfuerzo y por su propia borrachera, se quedó un rato dormitando en la misma escena del crimen, probablemente una hora, antes de despertarse con el ladrido de un perro. Y lo había hecho tranquilamente, sin prisa ni remordimientos, dejando a su espalda la macabra escena de muerte; incluso se lavó las manos y se mojó la cara y el cabello en una poza de agua estancada que había cruzando la calle, antes de partir perdiéndose por la Calle Siete hacia su lugar de residencia.
También dijo que, al rato y después de dormir en su cama, volvió a pasar por la Calle Siete como todos los días, cerca de las 8:30 de la mañana, pues trabajaba cortando adobes en una casa cercana. Ahí vio cómo se había acumulado mucha gente y carabineros en el lugar de su crimen, recién alertados de lo que sucedía. Repitió el mismo trayecto el día sábado, además, siendo detenido horas más tarde tras la denuncia del segundo ataque intentado en el sector.
En tanto, los pobladores seguían acercándose al lugar atraídos por la cantidad de policías y periodistas, formándose así una muchedumbre enardecida, cada vez más furiosa por la descripción del crimen, algo que comenzó a arrojar chispas sobre el reguero de pólvora de los ya muy caldeados ánimos. Más todavía, cuando el modelo que se usó para actuar como el pequeño Luis, fue un niño del sector, que hacía más dramática y conmovedora la representación.
Mil personas observaban en silencio toda la reconstitución hacia el final de la misma, a unos 80 metros de distancia. Sin embargo, al percibirse la indignación explosiva, fueron retirados otros 20 metros hacia atrás, para que el asesino pudiese desplazarse con seguridad por la escena sin ser atacado. La ya señalada nota de "El Mercurio" advertía:
Luego de la reconstitución de la escena, el público movido por la indignación que ha causado este homicidio, lanzó improperios y demostró sus deseos de hacerse justicia inmediata contra el detenido.
Como era inevitable, sin embargo, los vecinos comenzaron a caer totalmente posesos del deseo de venganza, pidiendo la cabeza del monstruo. Los más temerarios intentaron agredirlo y la policía tuvo que desplegar esfuerzos enormes para protegerlo de no morir destrozado en la misma calle y lugar de su pecado. Se cuenta que el mismo Varela había pedido protección a cambio de confesar, luego que no pudieran garantizarle el no ser fusilado.
El detective Vergara comenta que los pobladores y especialmente las mujeres, insistían en tratar de linchar al monstruo, llegando incluso a apedrear los carros policiales y a herir a algunos funcionaros. En medio de esta trifulca, el abusador y pervertido comenzó a tiritar de miedo y entró en pánico ante la posibilidad de ser destrozado por la chusma furiosa, en otra patética revelación de su propia inferioridad y naturaleza salvaje. Terminó aturdido de un fierrazo en la cabeza que lograron meterle en un momento de caos, propinado por uno de los indignados vecinos. Seguramente le habrían dado muerte allí mismo, si no hubiese sido rescatado por funcionarios de Carabineros de Chile, que llegaron a apoyar la acción.
Para peor, cuenta Vergara que los detectives tuvieron que pasar a una cantina de camino al cuartel, para que Varela bebiera de urgencia un trago, pues cayó en los temblores y ataques característicos del estado de abstinencia en un alcohólico, haciendo más deplorables estos momentos de su ocaso como hombre libre.
Entre los misterios inexplicables que quedaron de la reconstitución de escena, sin embargo, estuvo el porqué el seguro alboroto que debió causar el ataque de Varela al niño, por tenue que fuera, no fue escuchado por ninguno de los vecinos ni sus canes aquella fatídica noche.
A pesar de verse involucrados en la comprensible ira popular, las estrellas y el reconocimiento para los detectives de la Brigada de Homicidios fue algo que nunca se olvidó entre los habitantes de los barrios y poblaciones de Carrascal. Incluso fueron despedidos con contrastantes aplausos y "vivas" cuando se retiraron aquella tormentosa y contradictoria noche, como aseguraba "Las Noticias de Última Hora" del día siguiente:
No pudo haber premio mejor, más justo, más sincero y más profundo para estos cansados funcionarios, que, sin tregua ninguna buscaron a lo largo de ciento diez horas al asesino de Luchito Vergara, que esos aplausos y esos gritos que anoche estremecieron la calle Siete.
Durante la reconstitución de escena, en "Las Noticias de Última Hora".
Otra imagen de la reconstitución de escena, en "Las Noticias de Última Hora". Quien está de pie en primer plano, parece ser el Jefe de la Brigada de Homicidios, René Vergara.
Reflexiones finales de una columna policial en el diario "Las Noticias de Última Hora", del 27 de abril de 1954. El crimen fue resuelto, pero no la tragedia subyacente de niños como Luisito Vergara.
 
Varela ya sin su sonrisa hipócrita, durante la reconstitución de escena y rodeado por vecinos iracundos que llegaron al lugar. Imagen publicada por "Las Noticias de Última Hora".
FINAL DEL CASO Y COMIENZO DE UNA LEYENDA
Desde el primer momento en que se supo del asesinato, el fantasma de la ejecución reinó en los comentarios sobre el destino que merecía aquel verdugo nocturno.
Para contextualizar, varios casos sangrientos tuvieron lugar en esos mismos años, muchos de ellos resueltos con la pena capital. Los titulares de los periódicos de la época confirman lo ajetreado que estuvo el patíbulo en aquel período de nuestra historia, con gran anuencia y simpatía de la sociedad chilena por el castigo máximo para los delitos más sangrientos. Incluso un periódico de línea editorial contraria a la pena de muerte, como era "Las Noticias de Última Hora" que tanta atención y cobertura dio al caso del monstruo o vampiro negro de Carrascal, terminó cediendo al clamor popular contra el infrahumano asesino, en su edición del día jueves 22, cumpliéndose ya una semana exacta después del crimen:
Sabemos que la pena de muerte no es la solución más indicada para detener la ola de criminalidad que, cada cierto tiempo, se abate sobre esta aproblemada ciudad de Santiago. Pero no podemos menos que desear que la justicia, por esta sola vez, sea implacable, rápida y ejecutiva, para sancionar con la más drástica de sus penas a este hombre que manchó sus manos con la sangre inocente de un simpático muchachito que confió y que se entregó de lleno a la fundad de sus palabras. Federico Varela Páez (sic), que aquí aparece luego de haber confesado con lujo de detalles, fumando y comiendo tranquilamente, sin demostrar arrepentimiento o cinismo, debe pagar con su vida la vida que en forma tan feroz arrancara a Luis Vergara Garrido.
Se recuerda que el proceso judicial fue más bien rápido y dejó abierta la posibilidad de que el monstruo haya tenido más de diez otras víctimas (o 20, en algunas versiones) en sus negros haberes, especialmente por su costumbre movediza, desplazándose por varias ciudades de Chile. La actitud sin remordimientos de Varela fue de profundo impacto emocional para los testigos y actores de aquel proceso, justificando hasta el final su despiadada brutalidad en el consumo de alcohol.
Hablando desde un enfoque personal, aun siendo un convencido de la pena de muerte, puedo comprender la bondad y la inspiración sincera de quienes se oponen a este castigo, en nuestros días. En esos años, sin embargo, la atención judicial estaba principalmente en procurar una pena proporcional y rotunda de los malhechores, equivalente en la balanza a sus delitos más que a sus mentados derechos a misericordia o a garantías humanistas. Se dice, entonces, que el infanticida fue fusilado por un pelotón, en 1956. Había sido uno de varios casos con similar pena en aquellos años.
Empero, aunque así lo informan por ejemplo, la revista "Detective" de la PDI, edición N° 159 del 80° Aniversario (19 de junio de 2013), el "Noticiero Judicial" del canal del Poder Judicial Chile (17 de mayo de 2016) y un artículo del diario "La Cuarta" titulado "Conoce quiénes fueron los asesinos seriales más retorcidos de Chile" (30 de noviembre de 2017), no tengo claridad de estos datos sobre su ejecución ni más información. Dichas fuentes reproducen también otros datos erróneos que he tratado de esclarecer en este texto. Pero como no siento me corresponda a mí arrogarme más facultades o poder destinar más tiempo, recursos y esfuerzos en este tema, si algún historiador o periodista se interesa en el tema, los detalles sobre el final de Varela deben estar en el 34 Juzgado del Crimen (ROL, legajo, etc.) y su carpeta en el Archivo Judicial de Santiago. Me excuso ante el lector por mi falta de tiempo y de ánimo, que me ha impedido confirmar más detalles de lo que habría sido su ejecución.
Y ya concluyendo, es inevitable reflexionar sobre el caso... Podría pensarse, quizá, que la tragedia del pequeño Luis Vergara pudo quedar cerrada con el castigo al repugnante monstruo que le quitara la vida con tan horrendo despecho; mas no es así, porque la existencia entera del pobre muchacho fue toda una historia completa de dolor y ultrajes con muchos culpables directos o indirectos que, a diferencia del zurdo maldito, quedaron en la tibia y acogedora comodidad del anonimato y jamás pagaron su cuota en el cargo criminal de haber desgraciado una joven alma... Es el drama que arrastraban en silencio tantos otros niños de la calle, paseantes habituales de los barrios del río, como el triste pelusa de pies descalzos de Carrascal.
Y es así como el mismo detective Vergara, que abordó con tanta atención este caso particular de la historia criminal chilena, expuso en las líneas finales de su sobrecogedor artículo sobre "El Monstruo de Carrascal" un dato tan perturbador y feroz como el asesinato mismo, revelando que en el punto 5 de la necropsia realizada a cuerpo del niño en el Instituto Médico Legal, decía textualmente: "En el ano del occiso se encuentran signos correspondientes a pederastia crónica"... En otras palabras, Luis era víctima de abusos sexuales reiterados y permanentes, no sólo del ocurrido con el ataque del monstruo.
Algo ya reflexionaba al respecto el cronista Berardi, en su citado artículo escrito antes aún de conocerse la identidad del asesino:
...La justicia echará a andar las disposiciones legales, y el victimario recibirá la condena que le corresponde. El expediente será archivado mucho después que la atención pública se haya esfumado sobre este caso.
Pero la mayoría de los ciudadanos respetables y de los otros, sabrá reclamar las penas más feroces contra este terrible asesino. Es lógico. Para eso, siempre se produce una curiosa unanimidad. Es como si se quisiera descargar sobre él, todo el peso de una culpa que no le pertenece en su totalidad. Pero no importa. ¡Es tan fácil condenar! Y, cuando se produzca un nuevo crimen de estos, pues, se vuelve a condenar. Y así, hasta que... ¿hasta cuándo?
Porque, la verdad es que el crimen de la Calle Siete es uno de los tantos. Pero la tragedia de nuestra infancia desvalida es una sola. Y como ésta sí que requiere de especial atención, la mejor manera de enfrentarla, es castigando al primero que cae en las redes policiales.
Todo esto lo decimos, porque no es la primera vez -ni será la última, desgraciadamente- que tenemos que escribir sobre un hecho semejante. Muchas campañas públicas se han hecho para encarar la situación del niño abandonado. Ninguna de ellas ha logrado traspasar la tremenda compuerta de los intereses afincados en otras cuestiones. Total, los niños todavía no sufragan en las elecciones.
En tanto, como aquella aberración humana pasaba su vida sumido en la borrachera, la vagancia y la holgazanería callejeras, muchas madres de hijos desobedientes aprovecharon en esos días la consternación social provocada por el caso del monstruo para asociarlo a la figura del Viejo del Saco, la antítesis del Viejo Pascuero o Santa Claus.
No es cierto que haya dado origen a la leyenda, como aseguran algunas fuentes, pero sí fue una gran inyección de fomento al mito. Aunque no está del todo claro este punto, sucede que el andariego Valera Pérez también habría usado esta famosa bolsa errante en algunas de sus jornadas como vago por las calles, profundizando la comparación con el ya originalmente temible personaje. O bien, el susto que fue capaz de provocar su mención entre los infantes, llevó a fusionar su amargo recuerdo con el del temido personaje del Viejo del Saco, volviendo al primero la encarnación y confirmación de existencia del segundo.
El mismo diario "Las Noticias de Última Hora" ya explicaba algo de aquella psicosis colectiva y trauma infantil general, cuando aún no era identificado el asesino:
El frío asesinato de Luis Vergara Garrido ha conmovido a todos los habitantes de Carrascal, especialmente a aquellos que residen en las poblaciones más cercanas al sitio en donde se consumó la tragedia de las primeras horas de la madrugada del Viernes Santo. Los padres, aterrados, y temiendo que el criminal repita su golpe, obligan a sus hijos a recogerse a sus hogares junto con las primeras sombras de la noche.
El recuerdo del monstruo servía, así, para asustar con su evocación a los infantes, conminándolos a portarse bien y a no fugarse de la casa, o se arriesgarían a ser secuestrados, metidos en su fétida bolsa y hasta devorados por el malvado. Más tarde, su invocación sirvió también para otras varias instancias de buena conducta: invitar a través del susto a los niños a mejorar sus hábitos en la mesa, y comerse el charquicán de cochayuyo o la ensalada de espinacas.
Después de tanto tiempo transcurrido desde el macabro crimen que fuera capaz de abofetear la tranquilidad de toda una sociedad y consolidar el recuerdo de una figura que garantizará el temor infantil por muchos años más, uno puede ver todavía a algunos pocos pelusas como era y hacía el mismo Luis, paseando por La Vega, el Mercado Central, bajo los puentes del Mapocho, las inmediaciones de la estación y esos mismos lugares precisos que él frecuentaba junto a otros noctívagos del barrio, unos inocentes y unos culpables, condiciones casi adivinables por el mero semblante de sus rostros.
¿Cuántos de ellos, ya más crecidos pero atrapados en el mismo hábitat, habrán sobrevivido a sus propios Viejos del Saco, salidos desde parte más siniestra y terrorífica de una infame realidad urbana?
Vista desde Lo Espinoza con Calle Siete hacia el cerro Renca, al fondo.
Conjunción de Lo Espinoza con Carrascal. Cerro Renca al fondo.
Casas antiguas de General Brayer, la calle en donde vivía la familia de Luisito.

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