EL CASO DEL MONSTRUO DE CARRASCAL: EL VERDADERO "VIEJO DEL SACO" EN CHILE
El universal mito del Viejo u Hombre del Saco, tuvo un caso real en Chile...
Muchos
niños caídos en la vagancia y en una situación extrema de
vulnerabilidades en el viejo barrio de los mercados del Mapocho, no
alcanzaron a ser acogidos por algún brazo protector como los que
ofrecieron instituciones benéficas y filántropos, entre ellos Polidoro Yáñez Andrade
y, con más éxito, el Padre Alberto Hurtado Cruchaga y su Hogar de
Cristo. Penosamente, gran parte de estos niños seducidos o empujados a
una vida miserable arriba y abajo de los puentes, provenían del sector
más al poniente de Santiago, desde los oscuros secretos que se esconden
entre callejones peligrosos, de esforzados vecindarios colonizados por
las clases populares.
Ha
sido en las riberas mapochinas donde, coincidentemente, se había
gestado la aparición de importantes personajes populares recurridos por
madres desesperadas de distintas épocas, para motivar con el miedo a los
niños porfiados de comerse su cena, no callejear o sólo portarse bien,
bajo amenaza de su llegada a la casa en caso de que desobedezcan. Así,
si en tiempos coloniales se le podía adjudicar el cargo de verdugo
castigador de niños al propio Corregidor Luis Manuel de Zañartu (célebre
por su endemoniado mal carácter e implacable afán de provocar
escarmiento), en el siglo XIX fue don Paco, el encargado de la
vigilancia de los puestos de la plaza del Mercado de Abasto (hoy Mercado
Central) y posible gestor involuntario del apodo con el que conocemos
hasta ahora a las fuerzas uniformadas de orden, bien sean los
carabineros en las calles o de gendarmes en los recintos penitenciarios.
Sin
embargo, otro recurrido y aún medianamente vigente en el imaginario de
los refuerzos negativos para la educación familiar, si bien tiene un
vínculo indirecto con la vida en las riberas mapochinas, se relaciona
con un episodio nada pintoresco y, por el contrario, sangrientamente
trágico ocurrido en Carrascal: un infanticidio que horrorizó a la
sociedad chilena de aquellos años.
Nos referimos al famoso Viejo del Saco, una popular leyenda que, aunque puede ser de origen hispánico (el Hombre del Costal o el Viejo de la Bolsa) y existe también en varios países de América (como el Ropavejero
mexicano, que muchos conocimos gracias al programa humorístico "El
Chavo del 8" a través del personaje encarnado por el comediante Ramón
Valdés), en Chile tuvo una terrorífica correlación real que ayudó a
difundir con mayor potencia traumática el mito, haciéndolo sobrevivir
incluso hasta nuestros días y en franca competencia con el más
internacional cuco o coco.
Así, visto desde hoy, el caso que fuera recordado como el del Monstruo de Carrascal muchas veces es referido sólo en la dimensión del fomento que hizo en Chile a la leyenda del Viejo del Saco
y la descripción del siniestro asesino acreedor de este apodo,
relegando a un inmerecido segundo plano (a veces anónimo) a los policías
que lograron desplegar los increíbles esfuerzos contra reloj para
resolver el acertijo criminal y, sobre todo, a quien fuera su víctima:
otro típico pelusita del Barrio Mapocho y sus puentes, niño
vagabundo y en total indefensión, personaje que llegó a ser tan propio
de estos lados de la ciudad en aquellos años.
Niños mendigos del Mapocho, los "cabros de río" como los definía Alfredo Gómez Morel. Imagen actualmente en las colecciones fotográficas del Museo Histórico Nacional.
Niños pelusas del barrio Mapocho, en el Puente los Carros.
Imagen de inicios de fines de los sesenta o principios de los años
setenta, aproximadamente, en los bancos fotográficos del Museo Histórico
Nacional.
LA AVENIDA CARRASCAL DEL MEDIO SIGLO
La
avenida Carrascal con sus barrios obreros, en la comuna de Quinta
Normal de Santiago, nace como consecuencia del activo sector industrial
crecido desde las cercanías de la desaparecida Estación Yungay y la avenida Matucana.
Por
muchos años, este lugar de Santiago fue considerado algo menos que la
periferia misma de la ciudad: un territorio semiurbanizado y ya en las
afueras, como un pobre suburbio casi sin derecho a sentirse parte de la
gran capital. Reinaban allí las calles sin pavimentar, pedregales,
terrenos eriazos y restrojos de antiguos fundos a espaldas de grandes
propiedades, como La Haciendita de Lo Franco con el edificio municipal,
cuando era éste el Camino del Carrascal que se convertía en sólo un sendero hacia el pueblo de El Resbalón, a partir del empalme con el Camino de Lo Espinoza, lugar de nuestro interés para el caso que abordamos acá.
El
gran impulso para el poblamiento, empleo y desarrollo de
infraestructura industrial y urbana en Carrascal, lo había dado el grupo
Indus S.A., fundado a inicios del siglo XX por la asociación de
empresarios industriales de Santiago y Valparaíso. Tras quedar
constituidos en enero de 1901, iniciaron operaciones en una planta de
abonos, materiales químicos y pegamentos fundada por los socios Ernesto
Anwandter y Teodoro Körner, ubicada en un sector llamado Higuera de
Zapata, en el antiguo Camino de Carrascal. La sociedad fue
comprando otras industrias, ampliando sus plantas y productos por toda
la avenida, y creando los barrios obreros alrededor. Después, producto
del mismo crecimiento, comenzaron a abrir fábricas en otros puntos de la
ciudad e incluso fuera de la región.
Eran
aquellos, pues, los orígenes del barrio industrial de Carrascal,
quedando vestigios interesantes de esta historia por toda la avenida,
como las viejas plantas con galpones, el inmueble del sindicato en las
primeras cuadras o la villa obrera con el mismo nombre de la sociedad,
Población Indus, que será el escenario del sangriento caso que da razón a
esta entrada.
Un
sector característico e inconfundible de Carrascal es también el del
barrio Lo Franco, crecido alrededor del parque del mismo nombre y la
antigua hacienda, en donde está la concentración del comercio, los
colegios (Escuela Lo Franco, Colegio Víctor Hugo, Colegio Elvira Hurtado
Matte), el cine-teatro, la parroquia y la sede de la Ilustre
Municipalidad de la Quinta Normal, entre otras dependencias.
La
avenida Carrascal de mediados de los cincuenta, corría ya a mediana
distancia del río Mapocho atravesando barrios bravos con rincones que,
muchas veces, estaban ajenos a la civilidad y al orden de la urbe, en
sus época más sombría. Así describió los paisajes carrascalinos de
entonces el sagaz detective y cronista policial René Vergara,
actor protagónico del caso de marras que acá tratamos, en la última de
sus crónicas reunidas para la obra "Crímenes inolvidables. 1923-1954":
Carrascal
es el nombre de una calle larga, pobre y polvorienta. Su puerta de
entrada, al oeste del paso a nivel de Matucana, es un basural. Termina
en un intransitable camino de tierra donde se están levantando modernas
poblaciones. El río Mapocho es su límite norte, que sigue ahondando su
lecho entre veras verdes, caballos sueltos, perros flacos, gatos
huraños, acuáticos guarenes oscuros, moscas apiñadas y patrullas de
zancudos. El viento barre, con frecuencia, los eternamente 'pelados'
cerros de Renca y obliga a cerrar los párpados y a girar el cuerpo. Los
niños abundan. No hay obesos de ninguna edad. En las calles laterales,
de las distintas e improvisadas poblaciones, hay acacios, pinos,
cipreses, palmeras y sauces grises: aparentemente envejecidos por el
polvo fino. Hacia donde se mire, el paisaje es una colección de tarjetas
postales pueblerinas… del siglo pasado.
El
puente que lo unía a la Renca agrícola está roto. La línea férrea
también lo aísla. Hacia el oeste, dirección natural de su crecimiento,
topará con el aeropuerto de Pudahuel. ¿Qué le queda? El sur está
densamente poblado. Es un barrio prisionero, un cuartel escondido para
derrotados por la durísima vida metropolitana, y, sin embargo, sus
pobladores barren las puertas de sus casas con hojas de palmas y escobas
informes, riegan árboles y plantas; trabajan en lo que se presenta,
hablan poco, beben mal vino y esperan. Si Montes de Oca (graciosísimo y
obeso clown español que actuó en Chile, hace algunas décadas) viviera,
fracasaría en Carrascal, porque la máscara trágica se ha anidado en los
ánimos de sus pobladores.
Aquella
pobreza y su carga cruel de marginalidad, se reflejaban en las caras de
varios de los niños de Carrascal, como un rasgo asociado por
aprendizaje y experiencia a sus calvarios sociales: pequeñas criaturas,
las más fieles representantes del mestizaje en las clases populares
chilenas, con la tez morena, muchas veces sucia, y el pelo que ellos
mismos llaman "chuzo", enmarañado, tal como el niño de la tragedia que
allí iba a tener lugar. Y así fue que, tras la venida a Chile de ese
coro de angelitos teutones de los Niños Cantores de Viena, se había creado una parodia para la cartelera de humor del Teatro Balmaceda,
en el barrio de la Vega Central, llamada "Los Niños Cantores de
Carrascal", con Orlando Castillo como actor principal, como informaba el
diario "El Mercurio" a inicios de junio de 1936.
Eran
ellas, pues, las almas de los hijos de una clase obrera en tiempos
duros, poniendo en lucha la marginalidad contra con su propia inocencia,
muchas veces expuestos a las peores atrocidades de la noche en la
ciudad, esas que incluso en nuestra época se niegan o desconocen, con la
carga de hogares mal constituidos y los vicios que merodeaban tocando
las puertas de las clases trabajadoras más pobres de aquellos años.
Uno
de esos niños se extinguió protagonizando otra de las más trágicas y
horripilantes historias que han enlutado a la ciudad y que revelaron a
muchos, de paso, ese lado más profundamente pútrido de la degradación y
de la decadencia humanas, como las descritas por Alfredo Gómez Morel en "El Río" o Luis Cornejo en "Barrio Bravo", e incluso situaciones peores a todo retrato literario posible.
Sería en esos escenarios de marginalidad de espacio y tiempo en Carrascal, entonces, que aquel pelusita
viviría su última y peor tragedia, coronando con la tiara del destino
más cruel una corta vida que ya había sido suficientemente infeliz y
penosa.
Retrato
del niño vagabundo del Mapocho cruelmente asesinado en Carrascal, con
el diseño del tejido en su chaleco, publicado en los periódicos y
exhibida en el Cine Lo Franco, durante las horas de intensa búsqueda de
la identidad del muchacho y la de su asesino.
Portada
de "Las Noticias Gráficas" del 19 de abril de 1954, con el retrato del
niño asesinado y los primeros datos que se conocieron sobre su
identidad.
Desde
el inicio, como lo confirma esta nota del diario "Las Noticias de
Última Hora" también del 19 de abril, el caso del niño asesinado tuvo
alcances de discusión social, sobre la vulnerabilidad de los infantes en
situación marginal.
EL HALLAZGO DEL CADÁVER
El
día 16 de abril de 1954, hacia las 8 de la mañana, una devota vecina
del sector de la Población Indus iba desde su casa hasta la iglesia de
la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, ubicada a algunas cuadras
en Carrascal con Embajador Gómez. Era Viernes Santo, por lo que ella
escuchaba la voz de su propia fe llamándola al templo.
Al
ir acercándose al paradero de Lo Espinoza ubicado en la calle del mismo
nombre, y pasar enfrente del Sitio 50 de la población por la Calle
Siete, divisó algo semejante a una pequeña figura humana que llamó su
atención, dentro de un inmueble de albañilería y ladrillos aún en
construcción, de un terreno no cerrado. Esto sucedía del lado Sur de
Calle Siete, en la cuadra entre la Calle Uno, hoy correspondiente a Dr.
Hérctor Lehuedé, y la Calle Dos.
Aproximándose
al bulto, la mujer confirmó con espanto que era un niño muerto, tirado
de bruces y en posición extendida sobre el suelo, parcialmente desnudo.
Instantáneamente, entró en un ataque de pánico y gritos que alertó a
todos los residentes del sector. Uno de estos vecinos, domiciliado en la
corta Calle Ocho de la misma población, decidió dar aviso del hallazgo
en el Retén de Carabineros de Carrascal, que envió personal al sitio del
hallazgo confirmando la denuncia.
Según
informaba después el diario "Las Noticias de Última Hora", el primer
aviso se dio por una llamada telefónica, ya que nadie quería
comprometerse en el asunto. Y desde el cuartel, tras verificar la
presencia del cuerpo, se llamó entonces a la Brigada de Homicidios,
dirigida en esos años por René Vergara,
personaje casi mítico de la Policía de Investigaciones. En aquella
llamada matinal decía la voz del carabinero, según testimonios recogidos
por el mismo periódico y que recreaba con sensacionalismo:
Señor.
Habla a Ud. el Retén de Carabineros de la Población Carrascal... Los
llamábamos para avisarle que en una "casucha" de la calle Siete, de la
población Indus, encontramos el cadáver de un niño de más o menos nueve
años de edad. Está boca abajo, semidesnudo, lleno de sangre y con
demostraciones claras y patentes de haber sido estrangulado... también,
el asesino -¡que Dios lo hunda en su reino de maldad!,- lo...
La
voz del uniformado se quebró y no pudo continuar, según el redactor. Y
sin perder tiempo, el detective se limitó a asegurarle que partirían a
la brevedad y que sólo mantuvieran aislado el lugar.
Cinco
funcionarios policiales llegaron en el primer grupo al sitio, en una
camioneta radiopatrulla un cuarto de hora después de la llamada,
probablemente entre las 8:30 o un poco más. Venían capitaneados por el
Subcomisario Orlando Corrales Sánchez, reputado segundo Jefe de la
Brigada de Homicidios después de Vergara, con el Inspector Mario Arnés
Villarroel, el mismo sabueso que, unos años después, participó en la
solución del también célebre caso del "cementerio" de Dardignac 81. El resto del grupo lo constituían el fotógrafo, el dibujante y el médico examinador del Laboratorio de Policía Técnica.
Los
detectives, impresionados con la brutalidad de la escena, confirmaron
que el cuerpo correspondía a un niño asesinado y vejado de manera
terroríficamente violenta. Permanecieron cinco largas horas
inspeccionando el lugar del crimen y tomando muestras e imágenes en el
mismo, en una jornada que marcó sus vidas.
El
cuerpo del pequeño occiso estaba en el lado Sudeste del cuarto a medio
construir, en posición decúbito ventral. Yacía descalzo y mal vestido,
con las piernas y nalgas descubiertas, pues su pantalón de harapienta y
parchada mezclilla le había sido bajado. Tenía una camisita gris
manchada de sangre y un sweater de color verde gastado y
desgarrado, con un diseño como de rejilla en cuyas celdas alternaban
pequeños rombos y la abstracción geométrica de un caballo. Correspondía a
un niño varón aún no entrado en la preadolescencia, de 1,25 metros de
altura pero sólo 20 kilos de peso, según se precisó después, lo que
hablaba de una muy mala nutrición y deficiente desarrollo.
El cadáver presentaba ya cierta rigidez y color amoratado de algunas partes del cuerpo, por el rigor y el livor mortis,
respectivamente. Fallecido ocho o diez horas antes, según determinaron
los peritos, esto hacía sospechar que su asesino vivía en la zona y que
probablemente durmió en el mismo sector de Carrascal durante la noche,
pues el crimen habría tenido lugar cerca de la medianoche o un poco
después.
Las
heridas, laceraciones y la propia expresión de horror del niño, con sus
ojos casi fuera de las cuencas y la lengua amoratada colgándole,
indicaban el terrible sufrimiento final de su vida. Sus manos estaban
contra el suelo, como un desesperado intento por aferrarse a la vida
antes de terminar de perder por completo la conciencia. En el cuello del
niño, además, estaban frescas las desgarraduras producidas por una
enorme mano rematada en duras y sucias uñas, las garras del asesino, muy
crecidas según delataban las marcas.
A mayor abundamiento, aquellas marcas de dedos y uñas habían sido hechas por un zurdo con escaso higiene o cuidado personal. "El
médico legista, Sergio Larraín, informó que el autor del homicidio era,
casi sin lugar a dudas, un individuo que usaba con más facilidad su
mano izquierda que la derecha", señalaba categórico el parte
policial. Habían sido estas heridas, además, las que le produjeron a la
pequeña víctima los sangrados que mancharon sus pies y ropas.
El
análisis más detenido del cuerpo, demostró también que el niño había
sido violado de forma vesánica y colérica, pues los peritos detectaron
manchas de semen y defecación sanguinolenta, más restos de vellos
púbicos de color castaño y canosos, de un hombre cincuentón según
calcularon. La prensa informó también que la mano cadavérica del
muchacho retenía aún restos de pelos canosos que arrancó a su asesino,
en su angustia por liberarse. Además, por unas huellas marcadas en el
suelo y la distribución de manchas de fluidos, se determinó que el
misterioso sujeto medía alrededor de un metro ochenta o más de altura.
La
macabra muerte del niño aquella noche, le había sido provocada ahogado
por dos razones: primero por la asfixia, estrangulado por la mano del
misterioso asesino, y luego por la sofocación, pues estando ya sometido,
fue ultrajado sexualmente con la cabeza presionada contra el suelo,
impidiéndole respirar.
Pese
a todo, las primeras pericias realizadas alrededor del lugar del crimen
no aportaron mucho más de lo que ya había quedado relativamente claro
al momento de arribar los detectives de homicidios. Sólo encontraron
marchas de sangre cerca del cuerpo, afuera de la construcción, y un
arrugado billete de cinco pesos acompañado de tres o cuatro monedas de
un peso, caídos sobre la vereda asfaltada seguramente desde la mano del
niño en sus momentos finales antes de comenzar a desvanecerse.
El
periódico "Las Noticias de Última Hora", logró entregar una descripción
muy precisa del sitio del suceso y los intrigantes detalles del crimen,
pocos días después:
El
lugar exacto no es en un sitio eriazo como primero se informó. El
estremecedor asesinato tuvo como escenario el interior de una habitación
a medio construir, sin techo y con varias entradas, ubicada en el sitio
50 de la calle Siete, a menos de 40 y 30 metros, respectivamente, de
las calles Uno y Dos.
Exactamente
a cuatro metros de distancia, caminando hacia el interior de la
propiedad por el costado derecho de la escena, levanta su maltrecha
armazón una casa bastante modesta. Allí viven doña Juana María Ramírez y
sus familiares, que suman cinco personas. Hoy, enfrentados al adusto
ceño de la policía especializada, todos ellos juran 'no haber escuchado
nada extraordinario, ni siquiera el ladrido de los perros, la noche del
jueves al viernes', cuyas horas utilizó el asesino para estrangular y
ultrajar de forma feroz al pequeño (...)
Por
el costado izquierdo, hay, en la esquina, un sitio vacuo de pequeñas
dimensiones. Sigue, a continuación, un chalet en construcción, e
inmediatamente después, pegado a él y a 1o metros del sitio que fue
escenario de la tragedia que hoy sacude a la opinión pública, existe un
rancho, cuyos moradores son un obrero y varias mujeres, los que, al
igual que sus vecinos más arriba mencionados, 'no sintieron nada de
nada' a pesar de que el crimen se cometió bajo sus mismas narices.
Al
fondo de la propiedad dan los patios abiertos, y con comunicación, de
las casas que se alinean a lo largo de la vereda noroeste de la calle
Uno.
Al
costado derecho del inmueble en construcción, en la vereda, estaba el
lugar en donde se suponía que fue realizado el primer ataque del
asesino. Era el sitio en que se encontraba la sangre y el dinero
abandonado en el suelo. En ese momento, no se sabía si la frágil víctima
había llegado siendo arrastrada hasta el interior de la habitación a
través de unos accesos posteriores, o bien por una entrada en el costado
izquierdo pero saliendo otra vez a la calle para tal caso.
Tan
escalofriantes y escabrosos eran estos y otros detalles allí anotados
que, con la llegada de la noticia a la prensa y en una sociedad menos
acostumbrada que hoy a esta clase de abominaciones, el misterioso
asesino fue apodado el Monstruo, el Vampiro Negro y el Chacal de Carrascal, dando inicio a uno de los más famosos casos de la criminología chilena del siglo XX.
Vista
de la avenida Carrascal entre las calles Santa Fe y Entre Ríos, hacia
la altura del antiguo Parque Lo Franco y enfrente de las actuales
dependencias municipales. Se observa parte del Teatro Lo Franco, a la
derecha. Fotografía con el paisaje urbano de estos barrios hacia el año
1950, publicada por el divulgador de imágenes históricas Alberto
Sironvalle (Twitter).
Esquema
del lugar de los hechos, publicado por el diario "Las Noticias de
Última Hora", el día 20 de abril de 1954. La flecha entre la habitación
medio construida y la vereda, señala el lugar en donde comenzó el ataque
de la víctima. La figura de un cuerpo al interior del mismo inmueble
muestra el lugar en donde fue hallado. Se indican las distancias del
lugar con los otros inmuebles vecinos.
Niños
del barrio mostrando a los reporteros de "Las Noticias de Última Hora"
en dónde fue atacado el niño, afuera de la casa a medio construir. Es el
lugar en que se encontró la sangre con un billete y unas monedas, que
pertenecían al niño asesinado.
LA IDENTIDAD DE LA VÍCTIMA
Pero
tan importante como dar con el monstruo de garras enormes, era
identificar a su víctima. Para ello, un dibujante realizó un retrato a
color del muchacho con las ropas que traía puestas y una ampliación a su
lado con el esquema del diseño de su chaleco, procedimiento sencillo
pero muy novedoso por entonces para la historia policial chilena.
Con
la intención de recibir datos que permitieran reconocerlo, la
ilustración resultante fue exhibida en el Cine-Teatro Lo Franco, en el
sector de avenida Carrascal cerca de Santa Fe. Aquella sala de
proyecciones todavía existe en el barrio céntrico de la comuna, enfrente
del Colegio Elvira Hurtado de Matte, pero ocupada ahora por un centro
religioso.
El
Jefe de la Brigada de Homicidios mandó a producir diapositivas del
mismo dibujo para que fueran exhibidas en el mayor número posible de
cines de Santiago, con una breve relación de los hechos en torno a su
muerte. Inmediatamente también, el retrato pasó a los periódicos de los
días 17 a 19 de abril, por lo que a sólo un par de días del horrendo
asesinato, la sociedad tenía ya un rostro para la joven víctima, como
informaba "Las Noticias Gráficas":
Durante
todo el sábado, funcionarios de la Brigada de Homicidios, con personal
del Laboratorio de Policía Técnica, estuvieron en la Morgue junto a los
tristes y vejados despojos del niño, haciendo un retrato hablado que
damos a conocer en estas columnas. Al mismo tiempo, se hizo una copia en
película de celuloide, coloreada de acuerdo a la piel de la víctima y
sus vestimentas, con todos los detalles. El retrato estaba destinado a
publicarse en diversos órganos de prensa capitalinos y la película a
pasarse en todos los cines de la ciudad.
El diario "El Mercurio" de ese mismo día 19, informaba también en su segundo cuerpo:
Para
lograr la identificación, la Brigada de Homicidios puso en práctica un
sistema que tiene alguna similitud a los métodos usados en Estados
Unidos y países de Europa por medio de la televisión, y en el cual la
colaboración del público desempeña la parte fundamental.
El
sábado en la noche, fue exhibido en el foyer del teatro Lo Franco un
dibujo en colores de cuerpo entero del menor, con todos los detalles de
la ropa; además, se hizo una relación del crimen, al mismo tiempo que se
solicitaba la cooperación del público para ayudar a identificar y
precisar el domicilio del menor. Los asistentes se interesaron vivamente
por el caso y dieron a conocer varios antecedentes de valor para la
policía.
La
respuesta del público fue excelente. Incluso se anunció que este método
sería empleado, en lo sucesivo, para casos similares. Y tan positiva
resultó la experiencia que, antes de la llegada de las imágenes a
colores a los demás cines, ya se tenía información concreta sobre la
identidad del muchacho, gracias a un testigo clave. La portada de "Las
Noticias Gráficas" del lunes 19, además, ya reproducía el retrato
hablado del niño muerto con su respectiva identidad, e informando más al
respecto en páginas interiores.
Fue
gracias a aquellas campañas que había aparecido quien pudo identificar
el cadáver en la morgue de Santiago, reconociéndolo como un conocido
niño que solía vagar por Carrascal, el Barrio Mapocho y el río mismo. El
testimonio fue entregado por Mario Soto Vidal, de 28 años, vecino
residente en la Calle Cuatro de la misma Población Indus en donde
apareció el cadáver.
Con
esta revelación, dada a conocer ese mismo día 19, los sabuesos tenían
ahora el nombre del infeliz muchacho: Luis Gastón Vergara Garrido, de
sólo nueve años, más conocido como Luchito y Luisito, que había vivido
con su madre Uberlinda Garrido Jaramillo, viuda, y su padrastro el
comerciante José Ignacio Vivanco Vivanco, además de tres medios hermanos
menores, en calle General Brayer 530 de Quinta Normal, hacia el sector
Tropezón.
Según
medios como "Las Noticias Gráficas", Soto había partido a avisar de sus
sospechas hasta la casa del muchacho, luego de ver la ilustración con
el retrato y pensar que podía tratarse de él, pues habían pasado algunos
días ya sin que diera noticias en el barrio. Al parecer, el testigo
trabajaba a veces para el padrastro del niño, por lo que conocía bien al
infante. Y si bien aquellas ausencias eran para nada extrañas en la
vida del muchacho, algo malo intuía ahora. Al llegar Vivanco de vuelta a
casa, cerca de las 10 horas de ese día, se enteró del temor de su
vecino y partieron ambos hacia la morgue, llegando a las 11 horas,
reconociendo el cuerpo allí.
Vergara
agrega en sus crónicas, el detalle de que había sido el propio Vivanco
quien solicitó a Soto Vidal ir a la sala del Instituto Médico Legal a
reconocerlo, pues no había tenido fuerzas para ir personalmente allí,
atormentado también por la parte de la responsabilidad personal que
sospechaba haber tenido en los hechos que culminaron en su muerte.
Franco Berardi, en cambio, en una columna de "Las Noticias de Última
Hora", tiene la versión de que Vivanco entró a la sala de reconocimiento
y salió descompuesto diciendo a Soto: "Es Lucho... Pobrecito". A
continuación, Vivanco regresó a su casa y, acompañado de la madre del
chiquillo asesinado, fueron a informar al Retén de Carabineros de
Carrascal, desde donde se puso en conocimiento de la noticia a la
Brigada de Homicidios. Los detectives despacharon un patrullero hasta la
dirección de la familia en General Brayer, para proceder a
interrogarlos.
Según
se supo por los testimonios de los familiares y conocidos en aquella
dolorosa jornada, Luisito era un niño muy triste e introvertido. Cuando
estaba en casa, hacía las compras y parecía tener amigos de juegos, pero
solía ser retraído y silencioso, marcado por una corta pero desgraciada
existencia. Como invariablemente sucedía en estos casos, un hogar mal
constituido y la falta de socialización lo habían inclinado a la vida
callejera y vagabunda. De hecho, el mismo señor Soto que tuvo después la
ingrata tarea de alertar a la familia y reconocer sus restos, lo había
encontrado en el mes de marzo anterior, durmiendo afuera del Teatro Lo
Franco, desde donde se lo llevó a su casa intentando acogerlo, pero el
problemático infante se quedó por sólo 15 días y luego marchó a sus
correrías de ser indómito.
El infortunado pelusita
gustaba de las aventuras por las riberas del Mapocho, seducido por esa
extraña atracción colorida del lugar, como la de un hongo o sapo
venenoso. Era un candidato seguro a lo que Gómez Morel definiría como "cabros de río".
En sus fugas, solía ir a buscar refugio por el sector de los mercados
donde encontraba, como tantos otros niños, lo más parecido al mismo
calor de hogar que la existencia dura y menesterosa le había negado en
su propio hogar disfuncional.
En
una de estas rapaces aventuras, su propia madre lo encontró y arrastró
de vuelta, tras haberse subido en un tren que estaba a punto de salir
con rumbo a la costa, en la Estación Mapocho. Y también se infiltraba
como polizón entre los trabajadores de la Vega Central, costumbre muy
común entre los niños callejeros que pululaban por el barrio, pues
informó su madre que al pequeño Luis lo halló, en otra oportunidad,
encaramado arriba de un carretón del popular mercado. Ella también lo
había matriculado en la escuela pero, tras enfermar, abandonó los
estudios y nunca aprendió a leer ni escribir. Intentaron ponerle un
profesor especial, pero el niño no quiso y terminó rechazándolo.
Una
mala relación con el padrastro, dado a la bebida y a la violencia
doméstica, motivaba a Luis a fugarse constantemente de casa desde el año
1951, prefiriendo siempre las correrías en la ribera del Mapocho que el
encierro en el calabozo de un mal hogar. Además, en sus escapes solía
ir a los basurales para buscar huesos y venderlos para talleres que los
usaban como material, con lo que obtenía mínimos ingresos para ganarse
la vida en tan precoces años.
Pese
a todo, Luisito trataba de ser un niño limpio y de hábitos marcados:
cada vez que salía se bañaba y se cambiaba sus humildes y andajosas
prendas sucias por otras lavadas. Incluso en sus recaídas de vagancia se
daba espacio para ello, dentro de las precarias posibilidades que el
ambiente le permitiera, metiéndose hasta en el agua del río Mapocho,
pues su madre también lo encontró allí tras otra de sus interminables
fugas, bañándose cerca del Puente Bulnes, según recordaba el detective Vergara. Algo prístino y propio de su joven edad se había mantenido aún incólume y cristalino en él, en lo profundo, después de todo.
Lamentablemente, la última tragedia del pelusa
mapochino comenzó al final del día jueves anterior al hallazgo de su
cuerpo, cuando su padrastro llegó nuevamente ebrio a la casa y -como
parece que era corriente en ese hogar- comenzó a golpear a su madre,
cerca de las 10 de la noche. La escena de gritos y agresiones desató la
desesperación del muchacho que, al ver el abuso de Vivanco, lo enfrentó
tratando de detenerlo, sin éxito, para luego salir corriendo a la calle,
pidiendo auxilio para que alguien interviniera a favor de su sufrida
progenitora. Allí se perdió Luis, penetrando las tinieblas de la noche
de Carrascal: por más que lo buscaron en el barrio al día siguiente, no
volvieron a verlo y dieron por hecho que ésta era otra de sus constantes
escapadas… Nunca más aparecería con vida.
La
noche de horror para Luisito, se completó con su propia violación y
asesinato en la Calle Siete de la Población Indus, varias cuadras más al nororiente de su insegura casa.
René Vergara
en fotografía de la editorial Zig Zag, en 1971, hoy perteneciente a los
archivos fotográficos del Museo Histórico Nacional. El Subprefecto
Vergara era el Jefe de la Brigada de Homicidios cuando tuvo lugar el
caso del Monstruo de Carrascal.
Muchos
detalles del caso están en los libros "De las memorias del inspector
Cortés" y "Crímenes Inolvidables", del detective Vergara.
Los
sabuesos fueron los grandes protagonistas de todo este caso. La veloz,
astuta y eficiente labor fue llevada adelante en tiempo récord por los
detectives de la Brigada de Homicidios, dirigida por el Subcomisario
Orlando Corrales Sánchez, que adquirió ribetes casi heroicos para la
comunidad de vecinos de Carrascal. Imagen publicada en "Las Noticias de
Última Hora".
LA FRENÉTICA BÚSQUEDA DEL ASESINO
En
tanto se conocían detalles sobre la tortuosa corta vida del muchacho,
la policía buscaba intensamente a todo posible sospechoso que fuera
zurdo, alto y con adicción a la vagancia, sin poder dar con el asesino.
Prácticamente, no hubo gañán, vagabundo y sujeto de mal vivir en el
sector, que no haya sido interrogado aunque fuera a la pasada por los
sabuesos, debiendo dejar muestras de sus uñas y cabellos para la
investigación en los casos de mayor sospecha.
Volvemos a lo descrito por "Las Noticias Gráficas" tras la identificación del cuerpo:
En primer lugar se ha detenido e interrogado minuciosamente a los vagos y delincuentes del sector Carrascal que tienen características con las tendencias homosexualoides. Todos son mayores de 40 años, ya que un análisis hecho a cabellos y vellos de la región pelviana, encontrados en el cuerpo de la víctima, indican que esa edad tiene más o menos su feroz homicida.De los interrogados hasta ahora, no hay ninguno detenido, ya que todos han hecho declaraciones luego confirmadas que los libertan de toda sospecha. Uno que otro ha sido entregado a unidades judiciales por encargos pendientes por delitos comunes.
Las
primeras descripciones sobre el posible asesino, entregadas por la
policía y reproducidas por el mismo diario, no iban a resultar
totalmente precisas, sin embargo:
Dice la policía que el asesino del niño Luis Vergara Garrido debe ser un hombre de más o menos 50 años de edad, de estatura mediana, regularmente vestido, de rostro afable y de maneras cariñosas y convincentes. Su cabello debe ser entrecano y crespo.Actualmente, sus manos y posiblemente su rostro, conserven las marcas que en ellas hizo con sus uñas el pequeño agonizante. Se supone esto último, debido a que en las uñas del niño se encontraron restos de piel humana y cabellos blancos.
La
cacería había comenzado desde antes de la identificación de la víctima,
como dijimos. Los detectives llegaron a jurar no dormir hasta que
hallaran al monstruo, según se supo poco después, en algunos
casos trabajando disfrazados en almacenes, negocios, bares, depósitos de
licores y "clandestinos" para reunir toda información útil y posibles
nombres que anotaban sigilosamente. Papeles protagónicos en la dirección
hacia el éxito de la misma cruzada, además del célebre Vergara a la
cabeza de la brigada y actuando personalmente en los operativos,
tuvieron el Subcomisario Corrales y el inspector Arnés, asistidos por
sus colegas Rodolfo Melgarejo y Arturo Roa Trujillo, todos héroes
olvidados de aquella hazaña.
El
día 19, bajo el título "Crimen del 'Vampiro Negro' pone nuevamente el
dedo en la llaga de siempre: el problema de la infancia desvalida",
escribía Berardi en "Las Noticias de Última Hora", el medio que quizá
mejor cubrió y siguió el caso hasta el final:
Unos cabellos canosos tiene en su poder la Brigada de Homicidios. Con ellos, piensa hacer lo indecible por identificar al asesino. Por lo pronto, tras sus huellas se encuentra todo el personal de esa unidad, de capitán a paje, desde René Vergara hasta el detective más novato.El centro de la atención policial era, hasta anoche, el Teatro Lo Franco. Todo parece indicar que por esos lados campea el 'Vampiro Negro'.Se da por descontado que si el criminal es un enajenado mental, puede volver a repetir (sic) su crimen en cualquier instante. Por eso, los detectives especializados están trabajando a una velocidad inusitada. Es una lucha contra el tiempo.(...) No hay duda que, más temprano que tarde, las manos que estrangularon a Lucho Vergara, y dejaron, en su cuello, las marcas de sus uñas, conocerán el rigor de las esposas policiales.La fotografía del asesino, entonces, será publicada con profusión, porque todo el mundo querrá conocer cómo era el "Vampiro Negro"...
Cerca
de 40 sospechosos habían sido reunidos ya por los detectives a cargo
del caso, en el Cuartel de General Mackenna, enfrente de la Cárcel
Pública. Tenían entre 40 y 55 años, prácticamente todos ellos ya
prontuariados. El diario "La Tercera" los describía de forma nada
decorosa:
La verdadera caravana de personajes de estrafalaria indumentaria, acusados de corrupción de menores y prontuarios como peligrosos y abyectos depravados, pasó por las oficinas de la B.H, para quedar estrictamente incomunicados en los calabozos del cuartel...
En
la institución estaban tan seguros de que el asesino debía ser uno de
ellos, que al ser consultados por el mismo periódico, informaron: "De dos decisivos informes saldrá la solución del crimen del niño",
uno elaborado por el Instituto Médico Legal y otro por el Laboratorio
de Policía Técnica de Investigaciones. Y en la sociedad santiaguina
también lo estaban, porque ya entonces hubo los primeros intentos de
tomarse la ley en las manos contra los sospechosos, tratando de "lincharlos y quitárselos a los detectives para vengar la espantosa muerte del infortunado pequeñuelo", agregaba "La Tercera" de aquel día.
Sin
embargo, justo había aparecido a los pocos días un testigo de 17 años
informando que había sido agredido, en la noche del 18 por un repulsivo
sujeto muy parecido al que se intentaba capturar, que pretendió violarlo
y ahogarlo en una acequia, cosa que habría conseguido de no intervenir
unos vecinos alertados por sus gritos. Este ataque parecía, claramente,
obra del mismo sujeto, por lo que los investigadores se volcaron de
inmediato al sector, tomando nuevos detenidos.
Por
otro lado, entre los nombres e identidades de los sospechosos que
manejaba la prensa, estaba un delincuente llamado Juan Sepúlveda Sáez,
de 45 años y con graves antecedentes penales como corruptor de menores
que se guardaban en la Asesoría Técnica de Investigaciones. Había sido
detenido por tres sabuesos que llegaron a su casa en calle Radal en la
mañana del 19, siendo recibidos por una mujer de cabello despeinado que
salió a atenderlos a la puerta ignorante de lo que sucedía. Entre otras
cosas que ponían a Sepúlveda bajo sospecha, estaba el que conocía al
pequeño Luis y también había sido visto caminado por las veredas de
Calle Siete el martes 13 previo al crimen. A pesar de ello, sin embargo,
también acabó siendo descartado.
Otro
de los principales sospechosos era uno apodado "El Borrado", según
señalaban en "Las Noticias Gráficas", especulando sobre su culpa en este
caso:
Pero
todo indica que de un momento a otro el crimen puede quedar totalmente
aclarado. Los hombres de René Vergara ya tienen un sospechoso con todas
las características del hechor. Se trata de un delincuente apodado 'El
Borrado', de 47 años, con el rostro picado por una antigua afección, y
que hace años, en el barrio Carrascal, se desempeñaba como carnicero.
Los detectives andan tras sus pasos y es muy posible que entre hoy y
mañana lo detengan y así quede aclarado el horrendo crimen de la Calle
Siete.
Por
descarte, entonces, unas horas después de comparados los nuevos datos y
realizadas las pruebas científicas con resultados a la espera, quedaban
sólo cuatro sospechosos. Los detectives trabajaron hasta la madrugada
aquella noche del 20 al 21, tanto en los cuarteles como en las calles.
La
cuadra de Calle Siete en donde sucedió el crimen, entre la ex Calle Uno
y la Calle Dos, cuya esquina se observa al fondo, entre los postes.
Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, Carrascal junto al Parque Lo Franco.
Edificio del ex Cine-Teatro Lo Franco, hoy Catedral Adonnai, en Carrascal enfrente del Colegio Elvira Hurtado de Matte.
Fachada
del ex Teatro Lo Franco, donde se exhibió la imagen del niño asesinado
pudiendo ser identificado, así, como Luis Vergara Garrido.
Diario
"El Mercurio" del 21 de abril, informando (con algunas erratas) de la
identidad del sujeto que resultó ser el Monstruo o Vampiro Negro de
Carrascal.
EL MONSTRUO ES IDENTIFICADO
Con
todos los datos obtenidos por el nuevo testigo y los perfiles
estudiados de cada sospechoso, los detectives pusieron atención sobre
uno de ellos, que había sido arrestado totalmente borracho cuando
treinta funcionaros se arrojaron a peinar el sector de Carrascal en
donde vivía, esculcándolo en todos sus rincones durante esos días del
fin de semana. Fue el último de los sospechosos que quedó en el cuartel
luego que se fueran los últimos tres, casi dando por confirmada su
culpabilidad.
Se
llamaba Francisco Varela Pérez (Valera, según las crónicas de René
Vergara), domiciliado en una pieza arrendada en la dirección de calle
Frontera 368, en la Población Barea, vecina a las poblaciones Indus y
Abraham Gómez. La prensa que conocía entonces sólo su apellido, ya
estimaba desde antes de que se precisara su culpabilidad, gracias a
informaciones extraoficiales, que podía tratarse del hombre que
buscaban.
Oriundo
de Hierro Viejo, poblado del valle de Elqui al interior de Vicuña, el
atípico sujeto medía 1,86 metros de altura según detalla Vergara; pesaba
poco más de 90 kilos y tenía 55 años en ese momento, coincidiendo
perfectamente con el perfil del depravado asesino.
Hombre
soltero, sin rumbos claros, su vida era andariega y frecuentemente en
la calle: un constante vagar a la deriva y trabajando ocasionalmente
como jornalero y carpintero. Además, se advierte en las fotografías que
tenía un grotesco aspecto, con el rostro destruido por el alcoholismo,
quizá las riñas y casi la marca de maldad de un Caín: asimétrico, con
una enorme y abultada nariz, pero sobre todo una mirada de animal
salvaje disimulada entre pequeñas sonrisas cínicas. Una anquilosis
articular le había inutilizado parcialmente su brazo derecho, empeorando
su aspecto y dejándolo virtualmente manco. Algunos medios señalan que
era analfabeta, mientras que otros indican que sabía leer y escribir,
además de expresarse en forma afable y fluida, pero sólo en los momentos
en que no estaba bajo efectos de la ebriedad.
Hasta
el día 18, cuando fue el único sospechoso que quedó en el cuartel,
Varela seguía negando decididamente cualquier participación en el
crimen, creyendo que aún podía zafar en los intensos interrogatorios a
los que fue sometido durante 72 horas por los propios detectives
Corrales, Arnés, Melgarejo y Roa. Sin embargo, además de la situación de
su mano derecha inservible, todas las principales evidencias y
testimonios recaían contra él. Su perdición vino con los resultados del
análisis de las muestras de cabellos y el de las enormes uñas de la mano
izquierda del extraño y corpulento engendro, que reaccionaron al Test
de Adler de detección de sangre: definitivamente, él era el monstruo que los policías habían estado buscando tan afanosamente.
Confrontado
con esta evidencia y sabiéndose ya irremediablemente acorralado por los
resultados de las pruebas, se le hizo saber al sospechoso que estaba
desde ese momento a disposición del Jefe de la Brigada de Homicidios, el
Subprefecto Vergara. Fue trasladado de inmediato a la oficina de la
jefatura de la brigada y allí, puesto ante 20 detectives, entendió que
no le quedaban más recursos y accedió a hablar. "No me hagan nada, voy a confesar", dijo al iniciar entonces su declaración. "Yo soy el autor del crimen del niño... ¡Yo lo maté, y nada saco con negar!".
El
interrogatorio de otras fatigantes horas más, había de tener lugar el
día 20 de abril, hasta la noche. Admitió sin más evasivas ni negaciones
el asesinato del pelusita y entregó otros escalofriantes detalles que dejaron choqueados a los experimentados detectives.
Varela
relató que, en la noche fatal del jueves 15, en calle Lo Espinoza,
encontró al muchacho que venía llorando y sin zapatos, buscando ayuda
para su madre y evitando ser golpeado por su padrastro, como se
recordará. El sujeto venía de otra de sus habituales correrías
alcohólicas por el barrio, y al parecer habría sido visto con el niño
una media hora antes de la medianoche, según se filtró a los medios de
comunicación. Lo había hallado solo, a dos cuadras del lugar de su
martirio, según informaba "El Mercurio" del miércoles 21. Marchó con él
por esos callejones, pero el niño se negó a seguir acompañándolo,
deteniéndose porque "no conocía más allá" del Parque Lo Franco,
según le dijo la víctima. Aseguró que Luis le había suplicado no ir más
allá de la Calle Dos, porque había allí un callejón muy oscuro. Él
quería llevarlo hasta su cuarto en la Población Barea y le propuso
directamente ser objeto de sus abusos, en el camino. Muy seguramente, el
pequeño se asustó e intentó zafar de la situación con aquella excusa,
para poder devolverse sobre sus pasos.
Fue entonces cuando se inició el ataque. El resto, lo explica "Las Noticias Gráficas":
En vista de esta negativa, Varela Páez volvió con él hasta la población Indus, y al llegar a una calle cercana al sitio del suceso, recordando que allí había un lugar apto para dar satisfacción a sus apetitos, lo tomó del cuello con la mano izquierda y lo llevó así, suspendido, hasta el sitio eriazo.Agregó que, cuando entró al lugar, el menor ya no respiraba. Estaba asfixiado. Luego lo puso boca abajo, lo despojó de los pantalones, y finalmente lo hizo objeto de sus bestiales apetitos. Hay otros detalles que por impublicables no damos a conocer.De la investigación se desprende que el infortunado Luis Vergara Garrido dejó de existir cuando era víctima del tremendo ultraje, cuando el cuerpo de su depravado victimario le impedía respirar.
Tras
agredir a Luis y arrastrar unos metros el cuerpo hasta dentro de la
residencia en construcción, dejándolo tendido allí tras violentarlo
sexualmente, le arrojó encima los andrajosos los pantalones, recuperó
energías durante un rato y luego escapó por Calle Siete sabiendo que
dejaba atrás un cadáver.
Habría
sido después de aquella noche, según Vergara, cuando encontró al
segundo muchacho que también intentó violentar, y éste se zafó del
ataque gracias a la intervención de lo que Varela calificó con total
desparpajo ante los policías como unos "viejos sapos", que frustraron sus intenciones. Tal como habían previsto los detectives, el frenesí criminal del monstruo estaba liberado y era muy probable que atacara nuevamente si seguía libre. De ahí tantas urgencias por darle caza.
Como
Varela estuvo decidido a atacar al niño levantándolo del cuello y a
usarlo para liberar sus torcidas e irresistibles ganas de violarlo, con
el resultado de la muerte del chico, las circunstancias del crimen lo
hicieron "candidato seguro al patíbulo", como concluía el mismo periódico citado arriba.
Buscando justificar sus aberraciones, sin embargo, Varela confesó también que "el vino lo excitaba"
y que, si bien le gustaban las mujeres, por su particular aspecto
físico no lograba atraerlas, ni siquiera a las prostitutas. También
reconoció ser un violador permanente de niños y niñas: abusaba de uno o
dos infantes al mes, según sus propias palabras, como una "indiecita"
que había ultrajado en el norte del país, de acuerdo a sus confesiones
aquella noche en que fuera arrinconado por la evidencia.
Fotografías
conseguidas por los reporteros de "Las Noticias de Última Hora" con los
rostros de los últimos cuatro sospechosos retenidos en el Cuartel de
Investigaciones para determinar, de entre ellos, quién era el asesino.
Los cuatro tenían prontuarios por casos parecidos. El del círculo es
Francisco Valera, que resultó ser el infame monstruo.
Francisco Varela, en la fotografía difundida por la prensa al ser identificado como el asesino de Luisito Vergara.
Imagen
del asesino divulgada por "Las Noticias Gráficas". Después del alcohol,
parece ser que el tabaco era uno de sus vicios más fuertes, al menos
estando ya detenido.
Otras dos imágenes del asesino, fumando cigarrillos y comiendo, publicadas por "Las Noticias de Última Hora".
UNA CAÓTICA RECONSTITUCIÓN DE ESCENA
Enterado
de los hechos y de la chocante confesión a la policía, el juez Raúl de
Goyeneche, del 7° Juzgado del Crimen, ordenó con celeridad la
reconstitución de escena, llevada a cabo ese mismo día 20 de abril, a
las 22:15 horas, en la misma propiedad de la Calle Siete donde tuvo
lugar el crimen. Este trámite iba a permitir la reunión de todos los
antecedentes y detalles que faltaran del espantoso infanticidio, para
llevar al asesino al banquillo.
Pero
sucedió que, durante la misma reconstrucción de la escena iniciada unos
15 minutos después de lo previsto, iba a tener lugar una situación muy
curiosa, aunque esperable: la tensión que generaba la gran cantidad de
público y los curiosos llegados al lugar. El Juez Sumariante, Sr. De
Goyeneche, solicitó entonces que llevaran a Varela a su presencia,
bajándolo del carro policial e interrogándolo in situ. Recién a las 23 horas comenzó la reconstitución de escena propiamente tal.
Resultaba
indignante la despiadada indiferencia con la que el asesino informaba
de su aborrecible crimen, a pesar de que intentó suavizar sus culpas
diciendo ahora que ésta era la primera vez que cometía tal atrocidad y que la causal de todo era el vino, que lo "volvía loco".
Despeinado
y sin esposas, Varela detalló que sólo le bastó la fuerza de sus dedos
pulgar y anular izquierdo para levantar del cuello al niño; y que, tras
cometer la violación con asesinato, agotado por el esfuerzo y por su
propia borrachera, se quedó un rato dormitando en la misma escena del
crimen, probablemente una hora, antes de despertarse con el ladrido de
un perro. Y lo había hecho tranquilamente, sin prisa ni remordimientos,
dejando a su espalda la macabra escena de muerte; incluso se lavó las
manos y se mojó la cara y el cabello en una poza de agua estancada que
había cruzando la calle, antes de partir perdiéndose por la Calle Siete
hacia su lugar de residencia.
También
dijo que, al rato y después de dormir en su cama, volvió a pasar por la
Calle Siete como todos los días, cerca de las 8:30 de la mañana, pues
trabajaba cortando adobes en una casa cercana. Ahí vio cómo se había
acumulado mucha gente y carabineros en el lugar de su crimen, recién
alertados de lo que sucedía. Repitió el mismo trayecto el día sábado,
además, siendo detenido horas más tarde tras la denuncia del segundo
ataque intentado en el sector.
En
tanto, los pobladores seguían acercándose al lugar atraídos por la
cantidad de policías y periodistas, formándose así una muchedumbre
enardecida, cada vez más furiosa por la descripción del crimen, algo que
comenzó a arrojar chispas sobre el reguero de pólvora de los ya muy
caldeados ánimos. Más todavía, cuando el modelo que se usó para actuar
como el pequeño Luis, fue un niño del sector, que hacía más dramática y
conmovedora la representación.
Mil
personas observaban en silencio toda la reconstitución hacia el final
de la misma, a unos 80 metros de distancia. Sin embargo, al percibirse
la indignación explosiva, fueron retirados otros 20 metros hacia atrás,
para que el asesino pudiese desplazarse con seguridad por la escena sin
ser atacado. La ya señalada nota de "El Mercurio" advertía:
Luego de la reconstitución de la escena, el público movido por la indignación que ha causado este homicidio, lanzó improperios y demostró sus deseos de hacerse justicia inmediata contra el detenido.
Como
era inevitable, sin embargo, los vecinos comenzaron a caer totalmente
posesos del deseo de venganza, pidiendo la cabeza del monstruo.
Los más temerarios intentaron agredirlo y la policía tuvo que desplegar
esfuerzos enormes para protegerlo de no morir destrozado en la misma
calle y lugar de su pecado. Se cuenta que el mismo Varela había pedido
protección a cambio de confesar, luego que no pudieran garantizarle el
no ser fusilado.
El detective Vergara comenta que los pobladores y especialmente las mujeres, insistían en tratar de linchar al monstruo,
llegando incluso a apedrear los carros policiales y a herir a algunos
funcionaros. En medio de esta trifulca, el abusador y pervertido comenzó
a tiritar de miedo y entró en pánico ante la posibilidad de ser
destrozado por la chusma furiosa, en otra patética revelación de su
propia inferioridad y naturaleza salvaje. Terminó aturdido de un
fierrazo en la cabeza que lograron meterle en un momento de caos,
propinado por uno de los indignados vecinos. Seguramente le habrían dado
muerte allí mismo, si no hubiese sido rescatado por funcionarios de
Carabineros de Chile, que llegaron a apoyar la acción.
Para
peor, cuenta Vergara que los detectives tuvieron que pasar a una
cantina de camino al cuartel, para que Varela bebiera de urgencia un
trago, pues cayó en los temblores y ataques característicos del estado
de abstinencia en un alcohólico, haciendo más deplorables estos momentos
de su ocaso como hombre libre.
Entre
los misterios inexplicables que quedaron de la reconstitución de
escena, sin embargo, estuvo el porqué el seguro alboroto que debió
causar el ataque de Varela al niño, por tenue que fuera, no fue
escuchado por ninguno de los vecinos ni sus canes aquella fatídica
noche.
A
pesar de verse involucrados en la comprensible ira popular, las
estrellas y el reconocimiento para los detectives de la Brigada de
Homicidios fue algo que nunca se olvidó entre los habitantes de los
barrios y poblaciones de Carrascal. Incluso fueron despedidos con
contrastantes aplausos y "vivas" cuando se retiraron aquella tormentosa y
contradictoria noche, como aseguraba "Las Noticias de Última Hora" del
día siguiente:
No pudo haber premio mejor, más justo, más sincero y más profundo para estos cansados funcionarios, que, sin tregua ninguna buscaron a lo largo de ciento diez horas al asesino de Luchito Vergara, que esos aplausos y esos gritos que anoche estremecieron la calle Siete.
Durante la reconstitución de escena, en "Las Noticias de Última Hora".
Otra imagen de la reconstitución de escena, en "Las Noticias de Última Hora". Quien está de pie en primer plano, parece ser el Jefe de la Brigada de Homicidios, René Vergara.
Reflexiones
finales de una columna policial en el diario "Las Noticias de Última
Hora", del 27 de abril de 1954. El crimen fue resuelto, pero no la
tragedia subyacente de niños como Luisito Vergara.
Varela
ya sin su sonrisa hipócrita, durante la reconstitución de escena y
rodeado por vecinos iracundos que llegaron al lugar. Imagen publicada
por "Las Noticias de Última Hora".
FINAL DEL CASO Y COMIENZO DE UNA LEYENDA
Desde
el primer momento en que se supo del asesinato, el fantasma de la
ejecución reinó en los comentarios sobre el destino que merecía aquel
verdugo nocturno.
Para
contextualizar, varios casos sangrientos tuvieron lugar en esos mismos
años, muchos de ellos resueltos con la pena capital. Los titulares de
los periódicos de la época confirman lo ajetreado que estuvo el patíbulo
en aquel período de nuestra historia, con gran anuencia y simpatía de
la sociedad chilena por el castigo máximo para los delitos más
sangrientos. Incluso un periódico de línea editorial contraria a la pena
de muerte, como era "Las Noticias de Última Hora" que tanta atención y
cobertura dio al caso del monstruo o vampiro negro de
Carrascal, terminó cediendo al clamor popular contra el infrahumano
asesino, en su edición del día jueves 22, cumpliéndose ya una semana
exacta después del crimen:
Sabemos
que la pena de muerte no es la solución más indicada para detener la
ola de criminalidad que, cada cierto tiempo, se abate sobre esta
aproblemada ciudad de Santiago. Pero no podemos menos que desear que la
justicia, por esta sola vez, sea implacable, rápida y ejecutiva, para
sancionar con la más drástica de sus penas a este hombre que manchó sus
manos con la sangre inocente de un simpático muchachito que confió y que
se entregó de lleno a la fundad de sus palabras. Federico Varela Páez (sic),
que aquí aparece luego de haber confesado con lujo de detalles, fumando
y comiendo tranquilamente, sin demostrar arrepentimiento o cinismo,
debe pagar con su vida la vida que en forma tan feroz arrancara a Luis
Vergara Garrido.
Se recuerda que el proceso judicial fue más bien rápido y dejó abierta la posibilidad de que el monstruo
haya tenido más de diez otras víctimas (o 20, en algunas versiones) en
sus negros haberes, especialmente por su costumbre movediza,
desplazándose por varias ciudades de Chile. La actitud sin
remordimientos de Varela fue de profundo impacto emocional para los
testigos y actores de aquel proceso, justificando hasta el final su
despiadada brutalidad en el consumo de alcohol.
Hablando
desde un enfoque personal, aun siendo un convencido de la pena de
muerte, puedo comprender la bondad y la inspiración sincera de quienes
se oponen a este castigo, en nuestros días. En esos años, sin embargo,
la atención judicial estaba principalmente en procurar una pena
proporcional y rotunda de los malhechores, equivalente en la balanza a
sus delitos más que a sus mentados derechos a misericordia o a garantías
humanistas. Se dice, entonces, que el infanticida fue fusilado por un
pelotón, en 1956. Había sido uno de varios casos con similar pena en
aquellos años.
Empero,
aunque así lo informan por ejemplo, la revista "Detective" de la PDI,
edición N° 159 del 80° Aniversario (19 de junio de 2013), el "Noticiero
Judicial" del canal del Poder Judicial Chile (17 de mayo de 2016) y un
artículo del diario "La Cuarta" titulado "Conoce quiénes fueron los
asesinos seriales más retorcidos de Chile" (30 de noviembre de 2017), no
tengo claridad de estos datos sobre su ejecución ni más información.
Dichas fuentes reproducen también otros datos erróneos que he tratado de
esclarecer en este texto. Pero como no siento me corresponda a mí
arrogarme más facultades o poder destinar más tiempo, recursos y
esfuerzos en este tema, si algún historiador o periodista se interesa en
el tema, los detalles sobre el final de Varela deben estar en el 34
Juzgado del Crimen (ROL, legajo, etc.) y su carpeta en el Archivo
Judicial de Santiago. Me excuso ante el lector por mi falta de tiempo y
de ánimo, que me ha impedido confirmar más detalles de lo que habría
sido su ejecución.
Y
ya concluyendo, es inevitable reflexionar sobre el caso... Podría
pensarse, quizá, que la tragedia del pequeño Luis Vergara pudo quedar
cerrada con el castigo al repugnante monstruo que le quitara la
vida con tan horrendo despecho; mas no es así, porque la existencia
entera del pobre muchacho fue toda una historia completa de dolor y
ultrajes con muchos culpables directos o indirectos que, a diferencia
del zurdo maldito, quedaron en la tibia y acogedora comodidad del
anonimato y jamás pagaron su cuota en el cargo criminal de haber
desgraciado una joven alma... Es el drama que arrastraban en silencio
tantos otros niños de la calle, paseantes habituales de los barrios del
río, como el triste pelusa de pies descalzos de Carrascal.
Y
es así como el mismo detective Vergara, que abordó con tanta atención
este caso particular de la historia criminal chilena, expuso en las
líneas finales de su sobrecogedor artículo sobre "El Monstruo de
Carrascal" un dato tan perturbador y feroz como el asesinato mismo,
revelando que en el punto 5 de la necropsia realizada a cuerpo del niño
en el Instituto Médico Legal, decía textualmente: "En el ano del occiso se encuentran signos correspondientes a pederastia crónica"...
En otras palabras, Luis era víctima de abusos sexuales reiterados y
permanentes, no sólo del ocurrido con el ataque del monstruo.
Algo
ya reflexionaba al respecto el cronista Berardi, en su citado artículo
escrito antes aún de conocerse la identidad del asesino:
...La
justicia echará a andar las disposiciones legales, y el victimario
recibirá la condena que le corresponde. El expediente será archivado
mucho después que la atención pública se haya esfumado sobre este caso.
Pero
la mayoría de los ciudadanos respetables y de los otros, sabrá reclamar
las penas más feroces contra este terrible asesino. Es lógico. Para
eso, siempre se produce una curiosa unanimidad. Es como si se quisiera
descargar sobre él, todo el peso de una culpa que no le pertenece en su
totalidad. Pero no importa. ¡Es tan fácil condenar! Y, cuando se
produzca un nuevo crimen de estos, pues, se vuelve a condenar. Y así,
hasta que... ¿hasta cuándo?
Porque,
la verdad es que el crimen de la Calle Siete es uno de los tantos. Pero
la tragedia de nuestra infancia desvalida es una sola. Y como ésta sí
que requiere de especial atención, la mejor manera de enfrentarla, es
castigando al primero que cae en las redes policiales.
Todo
esto lo decimos, porque no es la primera vez -ni será la última,
desgraciadamente- que tenemos que escribir sobre un hecho semejante.
Muchas campañas públicas se han hecho para encarar la situación del niño
abandonado. Ninguna de ellas ha logrado traspasar la tremenda compuerta
de los intereses afincados en otras cuestiones. Total, los niños
todavía no sufragan en las elecciones.
En
tanto, como aquella aberración humana pasaba su vida sumido en la
borrachera, la vagancia y la holgazanería callejeras, muchas madres de
hijos desobedientes aprovecharon en esos días la consternación social
provocada por el caso del monstruo para asociarlo a la figura del Viejo del Saco, la antítesis del Viejo Pascuero o Santa Claus.
No
es cierto que haya dado origen a la leyenda, como aseguran algunas
fuentes, pero sí fue una gran inyección de fomento al mito. Aunque no
está del todo claro este punto, sucede que el andariego Valera Pérez
también habría usado esta famosa bolsa errante en algunas de sus
jornadas como vago por las calles, profundizando la comparación con el
ya originalmente temible personaje. O bien, el susto que fue capaz de
provocar su mención entre los infantes, llevó a fusionar su amargo
recuerdo con el del temido personaje del Viejo del Saco, volviendo al primero la encarnación y confirmación de existencia del segundo.
El
mismo diario "Las Noticias de Última Hora" ya explicaba algo de aquella
psicosis colectiva y trauma infantil general, cuando aún no era
identificado el asesino:
El
frío asesinato de Luis Vergara Garrido ha conmovido a todos los
habitantes de Carrascal, especialmente a aquellos que residen en las
poblaciones más cercanas al sitio en donde se consumó la tragedia de las
primeras horas de la madrugada del Viernes Santo. Los padres,
aterrados, y temiendo que el criminal repita su golpe, obligan a sus
hijos a recogerse a sus hogares junto con las primeras sombras de la
noche.
El recuerdo del monstruo
servía, así, para asustar con su evocación a los infantes,
conminándolos a portarse bien y a no fugarse de la casa, o se
arriesgarían a ser secuestrados, metidos en su fétida bolsa y hasta
devorados por el malvado. Más tarde, su invocación sirvió también para
otras varias instancias de buena conducta: invitar a través del susto a
los niños a mejorar sus hábitos en la mesa, y comerse el charquicán de
cochayuyo o la ensalada de espinacas.
Después
de tanto tiempo transcurrido desde el macabro crimen que fuera capaz de
abofetear la tranquilidad de toda una sociedad y consolidar el recuerdo
de una figura que garantizará el temor infantil por muchos años más,
uno puede ver todavía a algunos pocos pelusas como era y hacía el
mismo Luis, paseando por La Vega, el Mercado Central, bajo los puentes
del Mapocho, las inmediaciones de la estación y esos mismos lugares
precisos que él frecuentaba junto a otros noctívagos del barrio, unos
inocentes y unos culpables, condiciones casi adivinables por el mero
semblante de sus rostros.
¿Cuántos de ellos, ya más crecidos pero atrapados en el mismo hábitat, habrán sobrevivido a sus propios Viejos del Saco, salidos desde parte más siniestra y terrorífica de una infame realidad urbana?
Vista desde Lo Espinoza con Calle Siete hacia el cerro Renca, al fondo.
Conjunción de Lo Espinoza con Carrascal. Cerro Renca al fondo.
Casas antiguas de General Brayer, la calle en donde vivía la familia de Luisito.
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