EL CASO CORREA-TORREALBA DE 1923: ASESINATO Y SUICIDIO EN EL CONGRESO NACIONAL

La trágica escena del crimen con los dos fallecidos, en imagen publicada por "La Nación" del 11 de septiembre siguiente. La imagen había sido obtenida por reporteros del diario "Los Tiempos" que estaban en el Congreso Nacional en aquel momento. Correa está señalado con el número 1 y Torrealba con el 2.

La política partidista, por su propia naturaleza carnívora, ha arrojado a la historia de Chile varios episodios de enorme curiosidad y de los que hoy se habla escasamente, escondidos bajo mantos de vergüenza y del falso decoro, especialmente en la Cámara de Diputados del Congreso Nacional de Chile,  en donde la inexperiencia y el afán de figuración de los actores los traiciona con frecuencia, haciéndoles actuar movidos por el ímpetu o el descontrol. Esto lo hemos visto muy intensamente en nuestra época, de hecho.

Al respecto, sería más fácil encontrar información en una revista "Topaze" que en libros de historia y muchos los periódicos de la época, sobre todas aquellas sabrosuras: el disparo al cielo del nacista Jorge González von Marées en el primer día de sesiones de la Cámara Baja (con paliza como respuesta), los cenicerazos de la querida y recordada socialista Carmen Lazo contra sus adversarios o la vez en que Mario Palestro advertía en un incendiario discurso a la derecha que pendía sobre sus cabezas "la espada de Pericles" (sic), sólo por mencionar algunos hitos.

Empero, hay en un hecho especialmente trágico y repugnante en este recuento, sucedido en ese mes de septiembre tan generoso en aportarle a la historia de Chile fechas dramáticas alrededor de las propias Fiestas Patrias. Fue algo que vino a tener lugar en el mismísimo edificio del Congreso Nacional de Santiago, ya en los estertores finales del primer gobierno de Arturo Alessandri Palma y casi como símbolo anticipado de lo que iba a ser el fin de la República Parlamentaria.

Sucedió que, en 1923, el comerciante y empresario Luis Correa Ramírez contaba ya con 52 calendarios de vida y había logrado el cargo de diputado tras las reñidas elecciones parlamentarias realizadas dos años antes. Representaba al Partido Demócrata (PD), un conglomerado de discurso proletario integrante de la Federación de Izquierda y que vino a ser una suerte de ensayo para el surgimiento del socialismo partidista en Chile, aunque aún vinculado al aliancismo liberal pro-alessandrista.

Integrado al pacto de la Unión Liberal, que tenía la supremacía del poder legislativo, el PD había superado por escaso porcentaje al Partido Democrático Nacional con el que se fusionó años más tarde, quedando por debajo del Partido Radical y el Partido Liberal dentro del mismo pacto. Sólo Vicente Adrián Villalobos acompañó a Correa en la representación de su partido por Santiago, dentro de la Cámara.

En las mismas elecciones, el PD había logrado un solo senador: don Zenón Torrealba Ilabaca, popular político y periodista de origen curicano. Era un hombre enérgico, fundador del diario "La Tribuna" y, si bien era menor que Correa Ramírez, lo aventajaba por su experiencia parlamentaria iniciada en los días del Primer Centenario de la República cuanto menos, también como diputado por Santiago. Además, fue presidente del Centro Social Obrero e influyente dirigente al interior del PD, condición que sería vital para comprender cómo y por qué se desencadenaron los hechos sangrientos.

Edificio del Congreso Nacional de Santiago y sus jardines, por el lado de Compañía con Bandera, en imagen publicada por "The Illustrated London News" el 31 de enero de 1891.

Antigua imagen del Salón de Honor del ex Congreso Nacional de Santiago.

Diputado Luis Correa (izquierda) y senador Zenón Torrealba (derecha). Imágenes publicadas por el sitio del Congreso Nacional (biografías parlamentarias).

En su actuación dentro de la Cámara, en tanto, Correa Ramírez destacó por proyectos de ley a favor de los trabajadores y en el contexto de fuertes agitaciones obreras que tenían lugar en esos días. Empero, el calvo y un tanto obeso diputado guardaba una secreta ambición, similar a la de sus muchos colegas y correligionarios: quería alcanzar el preciado puesto del Senado, tradicional trampolín de los candidatos presidenciales. El problema era que ese puesto ya estaba ocupado por Torrealba y con grandes posibilidades de ir a la reelección, como había sucedido también con su representación anterior por Santiago en la Cámara, siendo una de las pocas cartas seguras que le quedaban al partido en esta instancia.

Como se aproximaba el final del período senatorial en septiembre de 1923, el PD llamó a elecciones internas para elegir a su próximo candidato. Torrealba iba seguro a buscar ser reelecto, pero esto no amedrentó a Correa, quien se postuló convencido de poder ganar tras su desempeño en la Cámara Baja y viendo tan cerca la oportunidad de su vida para conquistar un escaño en la Alta. Por varios días, el partido vivió fuertes disputas y polarizaciones internas, ya que ambos exigieron la lealtad de sus camaradas y amigos dentro del mismo, apostando a que serían los elegidos.

Al parecer, las descalificaciones, el triunfalismo y las burlas calentaron exageradamente el ambiente intestino del conglomerado, contagiados de la fuerte pugna que existía entre los grupos liberales que apoyaban al gobierno de Alessandri Palma para acaparar puestos y cupos de poder. Intentando moderar el clima enrarecido del PD, se constituyeron tribunales de honor para devolver el buen juicio a los militantes, pero los sectarismos y las ambiciones desenfrenadas pudieron más que cualquier apelación al buen juicio.

Por desgracia para Correa, entonces, su adversario ganó limpiamente la controvertida y peleada elección el día 8 y 9 de septiembre, con resultados confirmados ese mismo domingo tras los comicios. Fue un humillante balde de agua helada, algo catastrófico para el diputado, quien no podía creer que su enemigo Torrealba celebraba en su cara un virtual regreso al mismo escaño por el que tanto había peleado y sufrido.

La frustración y la ira de Correa se volvieron incontenibles. Ciego de furia e incapaz de aceptar la derrota, solicitó a su victorioso contendor que tuvieran un encuentro en el día siguiente, en espacio menor de reuniones reservadas: la llamada Sala de la Comisión de Reorganización de los Servicios Públicos, que usaban los diputados de esa mesa en el tercer piso del edificio del Congreso Nacional. La junta fue concertada para el lunes 10 de septiembre, el último día en la vida de ambos hombres.

Torrealba asistió a la reunión creyendo que iba a ser hidalgamente felicitado por su contrincante. Craso error: aunque no se conocen bien todos los detalles de lo sucedido, por haber sido ambos los únicos presentes en esa sala, se sabe que luego de algunos saludos protocolares y de haber sido cordialmente recibido, con la puerta ya cerrada, Correa desenfundó un revólver disparándolo a quemarropa e inesperadamente contra el indefenso senador. Acto seguido, tomó asiento a poca distancia de su víctima y se suicidó de un tiro en la cabeza.

Víctima y victimario, en imágenes de portada en "La Nación" del día 11 siguiente al crimen.

Izquierda: Luis Correa, señalado con la X, rodeado por sus partidarios en la elección interna del domingo anterior al crimen. Derecha: Zenón Torrealba con sus propios seguidores, durante la misma elección que  ganó. Imágenes publicadas por "La Nación".

Momento del retiro del cuerpo de Torrealba desde el Edificio del Congreso Nacional, en imagen captada por reporteros del diario "La Nación".

Al oír los dos disparos, personal y funcionarios de la Cámara corrieron hasta la sala, abriendo las puertas y encontrando allí una escena dantesca: ambos hombres agónicos, encharcándose en su propia sangre ya en los últimos momentos de vida. Torrealba tenía el cráneo casi abierto por el tiro, y estaba inerte en un asiento-sofá de la sala; Correa yacía en un sillón vecino, con la sien perforada por su propio tiro, aunque aún respirando. Eran las 15:30 horas, y era evidente que nada podía hacerse por alguno de los dos heridos.

La noticia fue un verdadero escándalo y aunque se trató de salvar la memoria de Correa del escarnio público, fue imposible detener que fuera señalado como asesino. Al poco rato, además, esparcidos los trascendidos y haciéndose notorio el movimiento de personas, funcionarios y policías en el edificio del Congreso Nacional, el público comenzó a acumularse en masa en las rejas exteriores del mismo, esperando conocer alguna noticia oficial y especulando sobre lo que había ocurrido allá adentro. De inmediato, se constituyó en el lugar el juez del crimen de turno, don Fernando Soro Barriga, acompañado de su secretario el prefecto de policía Sr. Bustamante.

Cuando un automóvil de la Asistencia Pública se estacionó enfrente de la sección de la Cámara de Diputados del recinto, se confirmaba que algo trágico estaba sucediendo: los cuerpos fueron sacados en camillas y tapados, primero Correa y después Torrealba. Se decía que ambos presentaban aún leves señales de vida, pero por la gravedad de las heridas era imposible que sobrevivieran. Bustamante dejó una guardia especial en la Asistencia cuando llegaron hasta allá, y los familiares de ambos fallecidos no tardaron en aparecer en el lugar. La prensa incluso pudo entrevistar allí al hijo de Correa, quien no podía explicarse lo que había ocurrido. A pesar de todos los esfuerzos del personal médico, el estado en que estaban ambos era incompatible con la vida: Torrealba fue declarado muerto a las 19:15 horas, y Correa a las 22:25 horas.

En tanto, apareció una escueta nota ese mismo día, en diarios como "Las Últimas Noticias", pero al siguiente se amplió en un completo reporte del diario "El Mercurio", gracias a que los periodistas lograron ponerse en contacto con el diputado por Chiloé don Eduardo Grez Padilla, quien estaba al tanto de todo lo sucedido y fue testigo de parte de los hechos, como recuerda Rafael Valdivieso Ariztía en su libro "Testigos de la historia". Unos reporteros del diario "Los Tiempos" que estaban en el edificio aquella tarde, también lograron tomar una dramática fotografía de la escena del crimen, cuando acababa de cometerse. "La Nación" también publicó esas y otras imágenes en portada de aquel 11 de septiembre, pues la noticia se había esparcido con todos sus detalles como fuego en el pasto seco y, en cosa de minutos, la sede de este periódico y varios otros de la capital ya estaban asediadas por el público.

En medio de la conmoción general, Torrealba fue despedido con honores de Estado y por una multitud aún choqueada, en aquellos días hacia fines del invierno. No mucho tiempo después, el Senado despachó una indicación para que su golpeada familia recibiera una pensión especial de 10.000 pesos.

A pesar de la gravedad de lo sucedido, sin embargo, las elecciones que debían realizarse al año siguiente comenzaron informalmente su etapa de campañas a los pocos días del crimen, por lo que el duelo fue superado rápidamente por el clima de ambicioso fervor político y electoral, justo en los años de grandes cambios políticos y partidistas en la historia chilena. Un Club Demócrata tomó el nombre de Zenón Torrealba y realizaba anualmente romerías hasta su tumba, en el Cementerio General.

Aunque por muchos años rondaron algunos rumores sobre las "verdaderas razones" del crimen o supuestos datos adicionales que harían todavía más oscuro aquel sangriento episodio de 1923, poco y nada se habla en nuestros días de uno de los casos más siniestros que han involucrado a elementos de las clases políticas chilenas y, muy particularmente, a las intrigas de la Cámara de Diputados.

Tan desconocido u olvidado está, de hecho, que aún hay muchos insistiendo en la errada creencia de que el asesinato político de Jaime Guzmán Errázuriz, sucedido recién en 1991, sería el "primer caso" de crimen perpetrado contra la vida de un senador o incluso contra cualquier parlamentario en la historia de Chile. Obviando otros episodios previos dadas las circunstancias a las que pertenecen, como la muerte del diputado liberal Guillermo Eyzaguirre Rose, asesinado por adversarios estando de visita en Castro, en 1915, o la de don Guillermo Bahamonde Hoppe, muerto en un duelo de armas con su colega de la Cámara don Ramón León Luco en agosto de ese año, puede que el primer caso de un parlamentario caído a sangre fría y en circunstancias de premeditación sea el que acá hemos relacionado.

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