MANUEL CASTRO RAMOS: EL ASESINATO DEL PRIMER MÁRTIR DEL PERIODISMO CHILENO

Retrato fotográfico del asesinado periodista, en el folleto "Manuel Castro Ramos. Historia de su muerte" de Pedro Garrido Concha, publicado en Antofagasta en 1904 por la Imprenta Q. Carrera (Baquedano 299-A).

Sorprende lo sencillo de la cripta de Manuel Castro Ramos, en el Cementerio General N° 1 de Iquique. Valeroso profesor y periodista del siglo XIX, su infame y alevosa muerte en manos de agentes abusadores del poder público lo convirtió en el auténtico primer mártir del periodismo chileno, título que algunos han preferido otorgarle -por error, o a veces no tanto- a otros caídos del oficio, muy posteriores a él.

Apenas se distingue la cripta-nicho solitaria entre las demás sepulturas del camposanto, al final de la misma calle del memorial que recuerda el paso de los héroes del Combate Naval de Iquique por este sitio y muy cerca del mausoleo de la Sociedad Veteranos del 79. Yace ahí escondida, tímida y fría. Sólo una placa de homenaje colocada por sus colegas en 1956 y alguna florcita dignifican la categoría de este hombre que fue capaz de ofrendar su propia vida por la defensa de la comunidad chilena residente en la misma ciudad y del derecho a denuncia, en los albores de la guerra salitrera.

Castro Ramos habría nacido en Santiago el 3 de enero de 1843, aunque ciertas fuentes dicen que era oriundo de Copiapó. Estudió en la Escuela Normal de Preceptores graduándose en 1859, tras lo cual asumió como director de una escuela fiscal en Santiago. Sin embargo, el ocaso de la Revolución de los Constituyentes de ese mismo año, bando al que adhería, lo llevó a tener que exiliarse en el extranjero. Hallándose en Perú, formó amistad con importantes personajes y hombres públicos, como el doctor en leyes José Santos Aduvire.

La experiencia profesional de Castro Ramos era amplia. Había trabajado orgullosamente como profesor y, un tiempo después, continuó su labor docente y directiva en colegios de Quillota y Copiapó. Ya pasados los ardores revolucionarios, ejerció en el campo educacional hasta el año 1872 o poco antes, pues fue designado secretario municipal de Caldera.

Íntimamente, sin embargo, Manuel sentía una atracción incontenible con la crónica y el periodismo, comenzando a involucrarse con entusiasmo en esas disciplinas. Deslenguado y sin miedos, a veces excesivamente temerario y atrevido, empezó a escribir como editorialista en distintos periódicos. Su sentido de justicia social y osadía le llevaron a denunciar a personas influyentes que consideró actuaban en contra del interés de la población, varias veces. Según datos disponibles en la "Gaceta de los Tribunales" de 1872, además, ese mismo año fue demandado en Copiapó por don José María Zuleta por "injurias de palabras e injurias de hecho", luego que publicara escabrosos antecedentes de un homicidio ocurrido en la ciudad.

En 1873, Castro Ramosmarcha a Antofagasta y participa en el periódico "El Caracolito", creado para y por los trabajadores y familias de los yacimientos argentíferos de Caracoles. Como se recordará, Antofagasta se hallaba entonces bajo administración boliviana, reconocida a condición resolutoria por Chile tras la firma del Tratado de 1866 y luego el de 1874, hasta que sobrevino la ruptura diplomática señalada en el inicio de la guerra y que devolvió la disputa territorial por Atacama al punto muerto de discusión.

En junio de 1874, el periodista partía ahora hasta Iquique, en donde tenía amigos de su tiempo como desterrado. Tras trabajar en una edición local adaptada del diario "El Mercurio", fundó allí mismo y por su iniciativa el medio impreso "La Voz del Pueblo", que representaba a la comunidad chilena en la ciudad tarapaqueña que, por entonces, todavía era parte de la República de Perú y estaba lejos de ser el pujante puerto de épocas posteriores.

Se estableció con su familia primero en una residencia de calle Esmeralda con Juan Martínez, trabajando en sus horas libres como empleado de una imprenta para poder reunir los recursos necesarios que la subsistencia le exigía. El periódico se imprimía en el taller de su amigo peruano, el doctor Ayuvire, quien ejercía aún como abogado en la ciudad.

A la sazón, se recordará que esta población chilena en los desiertos solía experimentar constantes abusos y tropelías de las autoridades en los señalados territorios, favorecidos por el aislamiento y motivados por el resquemor de algunos oficiales y rasos hacia la presencia chilena. Mientras en Antofagasta la comunidad altiplánica se reducía casi exclusivamente a funcionarios políticos de Bolivia y a personal militar o policial encima de la masa de trabajadores chilenos, no menos difícil era la vida de los residentes en territorio peruano, en donde muchas veces la falta de probidad y de ética de ciertas autoridades en tan apartadas regiones servía fertilizante a toda clase de injusticias y hasta crímenes, con muchos casos que han sido estudiados por autores como Gilberto Harris Bucher en su libro "Emigrantes e Inmigrantes en Chile, 1810-1915. Nuevos Aportes y Notas Revisionistas". Varios de los funcionarios peruanos, de hecho, eran personajes de bajo mérito profesional que iban a parar a estas comarcas más por castigos que por talentos, así que la calidad de muchos de ellos resultaba ser tan estéril como el paisaje mismo.

En ese creciente ambiente de abusos motivados por las fricciones en temas territoriales y por las pasiones de los conflictos de intereses entre las naciones, Castro Ramos interpretó el clamor de muchos de aquellos que se sentían abandonados por el gobierno central chileno y la diplomacia, y no titubeó en denunciar casos como los señalados, buscando defender a la comunidad y alertar a las autoridades de lo que estaba ocurriendo en esas remotas tierras. Su actuación, por lo tanto, comenzó a provocar la ira de sus adversarios y no tardó en convertirse en un peligro a ojos de las direcciones locales.

Ya bastante complicado ante la autoridad por su constante defensa a la comunidad chilena, ese mismo año de 1874 publicó en "La Voz del Pueblo" un extenso artículo editorial titulado "El presupuesto de un Comisario", en donde comenzó a denunciar las oscuras maniobras y malversación de recursos de la comisaría policial peruana de Iquique, comparando taxativamente sus gastos reales con sus ingresos declarados.

Cabe señalar que, por entonces, muchos los chilenos residentes eran castigados con constantes cargas de pagos y cuotas fuera de norma, que iban a parar a manos de estos inescrupulosos abusadores del poder, por lo que su denuncia causó escozor y encendió las balizas en toda la sociedad iquiqueña. La autoridad peruana intentó resolver problemas de corrupción como aquellos, pero las limitaciones de la época y lo aislado de los territorios perjudicaban toda buena intención al respecto. Los aguijoneos constantes de Castro Ramo no podían caer en peor momento, entonces.

La Plaza de Iquique, con el Reloj ya instalado, pocos años después de que allí fuese tomado detenido y luego asesinado Manuel Castro Ramos.

Imagen actual de la lápida-homenaje a Manuel Castro Ramos, instalada en 1956 por sus colegas periodistas de Iquique.

La situación descrita había desatado la molestia del principal aludido, el comisario Ricardo Chocano, pariente del poeta José Santos Chocano que después residió y murió trágicamente en Chile. El prefecto se vio cuestionado y aproblemado después de revelarse su oscuro proceder dentro del cuerpo policial. Para peor, enterado de las denuncias, el Gobierno de Perú había ordenado iniciar investigaciones que podían obrar en su contra y la de su red de cómplices.

Incapaz de aceptar la afrenta y convencido de que Castro Ramos era un peligro para la tranquilidad de los deshonestos, Chocano ordenó hostigar al periodista o, cuanto menos, lo facilitó con el silencio cómplice y quizá la participación directa de las autoridades superiores de la Intendencia en Iquique. Y fue así cómo se iba a pavimentar el camino hacia la horrible y sangrienta maldición final.

Poco tiempo antes de la tragedia,  un día de aquellos, el periodista ese hallaba enfrente de la sastrería del señor Falconi y, a su vez, este último estaba acompañado por el teniente de policía José Mariano Valdivia, en la antigua calle Zela, después renombrada Uribe. Al verlo ambos desde las puertas de la tienda, a media cuadra de la actual Plaza Prat, Falconi comentó a Valdivia que Castro Ramos le debía dinero. De inmediato el teniente peruano ofreció al sastre "comprarle" la deuda, pues admitió que hacía tiempo tenía ganas de contar con una excusa para llevarlo preso, ya que el chileno había continuado publicando denuncias contra las autoridades. Dicha deuda derivaba de un favor que el director de "La Voz del Pueblo" había hecho a uno de sus empleados, avalándolo con un pagaré por 20 soles que ahora quedaba en manos de Valdivia.

A mayor abundamiento, el teniente detestaba al chileno desde mucho antes de este incidente, molesto por sus denuncias y críticas. Ya había sucedido, en otra ocasión, que Castro Ramos terminó cumpliendo castigos de servicios propios de reos comunes a los que aquel lo había obligado, en otra de las muchas arbitrariedades y abusos con los que actuaba Valdivia en Iquique, en donde tenía fama de hombre problemático y peligroso. Temiendo por su integridad, entonces, el periodista había pedido garantías de seguridad personal al prefecto Chocano en varias ocasiones, pero este sólo hizo promesas incumplidas y facilitó por completo la desgracia final, motivado por su propio desprecio y rencor hacia quien iba a ser la víctima.

Un tiempo después de haber comprado la deuda al Falconi, en una noche de mayo, Valdivia estaba en la habitación de un inmueble de calle Tacna en donde hubo un incidente doméstico: gritos de auxilio y riña entre una mujer adulta y su bella hija, la chica Eloisa N., oriunda de Valparaíso y a la que llamaban Mitaceite en la ciudad, cargando con una supuesta fama de "vida dudosa". La Mitaceite fue llevada detenida hasta el cuartel y la noticia llegó a los reporteros con cierto tono de escándalo.

Enterado de la detención de la joven, Castro Ramos, actuando quizá de manera precipitada, publicó la noticia al día siguiente en "La Voz del Pueblo", criticando la actuación de la policía y su falta de preparación ante un caso familiar... Esto acabó siendo su sentencia de muerte.

El mismo día de la publicación de la noticia, Castro Ramos fue detenido por una pareja de policías peruanos compuesta por el propio teniente Valdivia y su acompañante, el inspector Pedro A. Castro, esgrimiendo la deuda del comentado pagaré como motivo, para su sorpresa. Valdivia había montado en cólera durante la misma mañana, al enterarse de lo publicado por el chileno mientras se hallaba en el restaurante Republicano de calle Lima, hoy Serrano, por lo que partió raudo a vengarse con el periódico enrollado bajo un brazo y la deuda por excusa. Así llegó a la imprenta de Ayuvire en calle Huantajaya, actual Tarapacá, cerca de la Plaza de Armas de Iquique, hoy Plaza Prat.

Al encontrar allí a Castro Ramos en momentos cuando no había otros empleados en la oficina de redacción, los policías habrían exigido dinero a Castro Ramos valiéndose del pagaré comprado por Valdivia, pero el periodista se excusó diciendo no traerlo e intentando zafar del acoso con la promesa de cumplir con un pago el próximo sábado, sin lograr calmar al enfurecido teniente. Así, luego verse provocado y ridiculizado, salió del taller pero fue atacado a golpes en el rostro con la cacha de un revólver y luego arrastrado.

Comprendiendo que su vida peligraba, cuando el periodista intentó refugiarse en la vecina casa en construcción de don Juan Vernal y Castro y luego en la casa del cura Acuña ubicada en donde estuvo después la Cuartel de la Bomba Italiana, sin que se le diera refugio allí, los policías lograron tomarlo de las manos y lo golpearon brutalmente con sus armas de fierro forradas en cuero amarillo, llevándolo de allí casi inconsciente por las calles iquiqueñas sin parar de atacarlo.

No están claros los detalles de lo que fue su calvario antes de morir en horas de la tarde. Ciertas versiones dicen que allí, en el suelo, recibió el primer balazo, el que terminaría costándole la vida. Según otras que circulan, como la difundida por la maestra iquiqueña Sara Troncoso Guerrero, el periodista fue llevado también a la playa al sector donde estaría después el Teatro Délfico, en donde siguió siendo vejado y herido, pero esto pertenecería más bien a la tradición oral.

Sí se sabe que, ensangrentado por la paliza y por el criminal disparo dado por Valdivia, Castro Ramos estaba gravemente herido en el cuartel, en el vientre y el costado derecho, incapaz de zafarse de sus asesinos. Como si todo ese tormento fuera poco, también había sido obligado a comerse la hoja del ejemplar de su periódico con las denuncias que Valdivia traía desde el restaurante, tropelía para la cual le había dado algunos cortes y puntazos en la boca con su sable forzándolo a obedecer. Los horrorizados testigos aseguraban también que había recibido algunos cortes en la garganta, en ese ataque.

Hallándose así en el cuartel al final de la actual vía Pedro Lagos, fue arrojado agónico dentro de una celda local, con un centinela vigilándolo. Tras la terrible tortura, además, había sido golpeado y pateado en el suelo, según denunciaron posteriormente los chilenos residentes que vieron cómo era llevado a rastras hacia el cuartel, al pasar por la plaza.

Antes de desvanecerse dentro del calabozo, además, Castro Ramos había reconocido en el cuartel al comandante de policía, mayor Botetano, a quien suplicó clemencia y ayuda ante sus heridas. Este, sin embargo, si bien se compadeció de su estado no fue capaz de enfrentar al violento e impredecible Valdivia, quien aseguró que se haría responsable de todo lo que sucedía. De todos modos, Botetano no pudo eludir la situación y lo llevó después al llamado cuarto de banderas, llamando a unos médicos para darle atención urgente al periodista, tendido en una camilla. Empero, tras examinarlo uno de ellos, el doctor Iguaguirre, informó que la herida de bala de Castro Ramos era fatal y que moriría con toda seguridad.

Acercamiento a la placa memorial del Cementerio de Iquique.

Pequeña ceremonia y romería de periodistas, profesores y alumnos de la Escuela "Manuel Castro Ramos" alrededor de la sepultura, 104 años después de su muerte (Fuente imagen: diario "La Estrella de Iquique"). 

En tanto, al enterarse de la detención y la golpiza por los innumerables testigos, y desconociendo aún qué ocurría en ese momento con el periodista, una turba de unos 500 chilenos corrieron al consulado en la ciudad exigiendo que intercediera para liberarlo, mientras otros intentaban obtener información en el cuartel. Incluso su mujer, Rosa, llegó hasta el lugar de detención tan desesperada que logró ingresar a empujones, venciendo en fuerza a los policías que intentaban cerrarle el paso. Debió ser impresionante para ella verlo tendido y agonizando, pues costó una enormidad separarlo del cuerpo de su amado.

Con el correr del las horas, el cónsul David Mac Iver, quien constantemente debía intervenir en favor de sus compatriotas ante los abusos y tropelías, logró sacar del encierro a Castro Ramos tras una discusión con el prefecto Tizón, en la que responsabilizó de todo a Valdivia y Chocano.

Cayendo recién en cuenta de la gravedad de la situación que había desatado Valdivia y que ya no había forma de tratarla en reserva, entonces, la policía peruana no tuvo más remedio que ceder y entregar al agónico periodista, que fue sacado en la misma camilla en donde se hallaba, proporcionada por un señor de apellido Bascuñán. No recibió más atención médica, falleciendo al completar seis horribles días de agonía en su casa de calle Tacna, actual Obispo Labbé, hacia las 16 horas.

Cabe hacer notar que una versión popular sobre su fallecimiento surgida en épocas posteriores, dice que Castro Ramos habría muerto asfixiado al ser obligado a tragarse esas hojas de papel, siendo descubierto más tarde su cuerpo en las arenas, por unos pescadores. Sin embargo, los antecedentes que aportan investigadores de la época revelan que la tragedia fue mucho más dramática y sangrienta. Además, su deceso sucedió concretamente en una habitación del inmueble de la calle Tacna, que todavía existía a inicios del siglo siguiente y vecino al Instituto Superior de Comercio, cuando este era dirigido por el educador Teobaldo Benítez.

La fecha de la muerte también ha sido discutida, sin embargo: mientras algunas fuentes la señalan el 24, 25 y 29 de mayo, otros biógrafos dicen que fue el 26 de junio. Incluso hay discusiones sobre el año: 1874, señalan ciertos autores. Su actual lápida, sin embargo, señala claramente la fecha del 24 de mayo de 1875, aunque algunos de sus biógrafos prefieren señalar su partida cinco días después.

La noticia del asesinato dejó consternada a la ciudad, más aún sabiéndose que la mano del propio teniente de policía estaba detrás del horrendo crimen. La población chilena organizó espontáneamente una gran concentración protestando y alertando a las autoridades policiales por el aire de cuasi rebelión que tenía el encuentro. El comisario Chocano, viendo las consecuencias del crimen y entrevistándose con Botetano por más detalles, le ordenó retener a Valdivia en la cárcel, más por su seguridad que como castigo. Temía también que el asesino escapara antes de enfrentar a los tribunales.

Intentando justificar lo injustificable, entonces, la prefectura provincial dio una declaración en la que culpaba a los chilenos de todo lo sucedido, acusándolos de ser los principales responsables de los actos delincuenciales de la ciudad y de motivar la violencia. Y, poco después, probablemente para tratar de amedrentar las masas, en el mismo cuartel policial de Iquique fueron torturados otros tres chilenos, según denunció el plenipotenciario de Chile en Perú en nota del 10 de junio siguiente, alertado por el señor Mac Iver. También hubo intentos de levantamiento y ataques a la casa del cura Acuña, al enterarse todos de que el infeliz sacerdote se había negado abrir las puertas a Castro Ramos cuando este la golpeaba intentando escapar de sus verdugos. El propio doctor Ayuvire pidió formalmente castigo para Valdivia y asumió la conducción del caso.

De esa forma, no tardó en convertirse el recuerdo del mártir en un símbolo de los abusos que la comunidad denunciaba en Tarapacá implicando a los funcionarios policiales y otros administrativos.

Como todos sabían que Valdivia se movía con buenas influencias, también cundió el temor de que pudiera facilitarle una fuga o evasión de la justicia. Fue trasladado hasta otro lugar en lo que hoy es la calle Thompson, escoltado por una patrulla para evitar que la turba enardecida de chilenos lo atacara y destazara en el acto. Después, fue llevado a otro sitio hasta la calle Pedro Lagos, provocando en el camino grandes desórdenes e incidentes, con balazos incluidos.

Cierto hijo de Copiapó sería uno de los primeros en alzar la voz en los medios, condenando su salvaje muerte: Pedro Pablo Figueroa, el mismo autor que, en 1884, publicaría en Iquique un libro en memoria del fallecido titulado "El Periodista Mártir. Opúsculo histórico". Por su parte, el célebre cronista Justo Abel Rosales publicó con el pseudónimo de Ruy Blas, una nota revelando los indignantes detalles del crimen en el diario quillotano "El Pueblo", dirigido por don David Olmedo. Se sabe además que un dignísimo periodista peruano, Modesto Molina, también habría atacado a las autoridades de su país por lo que consideró una atrocidad impresentable contra un colega chileno. Y el chileno Pedro A. Garrido Concha haría lo propio en Antofagasta, años después, con una biografía y relación sobre su asesinato.

Pasados unos días desde asesinato, la misma prefectura informó a la autoridad peruana que "conoce los honrosos antecedentes de los jefes involucrados" y que, por lo mismo, no aceptarían que se formularan cargos de culpabilidad imputados por la muerte de Castro Ramos. Esto sólo caldeó los ánimos que llegarían a ebullición pocos años después, con la guerra.

Aunque inicialmente se habían pedido 12 y 15 años para el teniente Valdivia, llegando a sentencia el Juzgado de Iquique, el ambiente estaba coludido con los abusadores y, en un proceso que fue más bien una farsa puesta en escena para algunos, el 28 de agosto de 1875 el tribunal supremo de Tacna decidió la libertad de los policías acusados, abriendo las puertas a una exasperante impunidad.

A pesar de lo anterior, el traslado de Valdivia hasta Arica había causado gran expectación allá, pero ante los curiosos que llegaron al puerto a conocerlo su carácter agresivo y violento lo traicionó, causando repudio entre las autoridades, al punto de que se aconsejó darle el máximo castigo en los tribunales superiores de Lima, por lo que -de todos modos- pasó un tiempo tras las rejas, cerca de cuatro años hasta el estallido de la guerra.

Mausoleo de la Sociedad Veteranos del 79, en el Cementerio N°1 de Iquique. Hacia el sector atrás del conjunto y cerca de la misma calle interior está la cripta del primer mártir del periodismo chileno.

La muerte del periodista no fue en vano, sin embargo: al conocerse el caso de su asesinato, quizá por primera vez se tomó conciencia en el gobierno central de Chile sobre la real dimensión de la vulnerabilidad e indefensión en que se encontraba la población chilena.

Mac Iver, por su parte, intentó defender heroicamente y dentro de sus limitaciones a estos chilenos allí residentes, siendo objeto de cobardes atentados como la quema intencional en dos ocasiones de su local comercial y luego la prepotente cancelación temporal y unilateral de sus credenciales, ese mismo año de 1875. Debió retirarse en 1878, con su salud afectada y viendo a sus compatriotas en prácticamente total orfandad frente a las odiosidades y resquemores de agentes con peligroso exceso de poder y de potestades ante la población civil.

En la práctica, los abusos de inspectores peruanos contra la población civil chilena continuaron hasta 1879, año del estallido de la Guerra del Pacífico y en el que el territorio pasó a la administración chilena. Empero, como muchos nuevos nombres de héroes y mártires se agregaron a la historiografía nacional tras cinco años de lucha, el nombre de Castro Ramos y su sacrificio fueron pasando al olvido, de alguna manera.

Los avatares de la guerra permitieron a Valdivia recuperar la libertad, aunque se le pierde la pista. Hay teorías señalándolo como posterior oficial del ejército peruano, o como confinado enviado Tacna. También se cree que fue indultado por Nicolás de Piérola, muriendo en el olvido en Caplina. En los hechos, desapareció del mapa.

No obstante, las muertes y masacres volverían a humedecer los desiertos, alcanzando su cúspide de crueldad en matanzas masivas como la de Santa María de Iquique, ocurrida precisamente en Iquique. Esta vez, eran chilenos disparando contra los propios chilenos, como observara don Nicolás Palacios, testigo y reportero de la masacre. La condición martirial del Castro Ramos en la ciudad, lamentablemente, también se iría viendo un tanto opacada por los recuerdos de esos nuevos hechos de sangre que han seguido tiñendo Tarapacá y Atacama, por muchos años más. A pesar de esto, parece ser que los miembros del Regimiento Atacama lo tuvieron en sus homenajes y arengas por un buen tiempo, tal vez tributando a su pasado como simpatizante de los constituyentes. Y, en 1904, Garrido Concha le dedicó a mártir estos versos:

En tu corazón el crimen
Siempre encontró la barrera
Formidable donde todas
Las malas obras se estrellan.

El fanatismo envidioso
De la luz de tus ideas
Que brillaban como un faro
Antes mares desiertas.

Con la traición en consorcio
Contra ti fraguaron guerra,
Y en las sombras de la noche
Emplazaron tu existencia.

En tanto, la sepultura original de Castro Ramos, esa en la que había sido inhumado con presencia de una gran multitud, fue rodeada por una modesta reja que desapareció después de la Guerra del Pacífico. Por muchos años, fue lugar de romerías y de discursos que continuaron protestando contra la injusticia y el abuso del que fuera víctima, además de la impunidad que rodeó al caso.

Dicen en Iquique que fue tras la construcción del mausoleo de la Sociedad Veteranos del 79 en el Cementerio General (en 1903) que se propuso trasladar simbólicamente a Manuel Castro Ramos hasta este sitio o alguno cercano, al final del sector de la calle interior Salitrera Mapocho donde está hoy, aunque no tenemos certeza de este dato. En la sencilla cripta casi a ras de suelo se habilitó atrás del conjunto, se colocó una lápida-homenaje de mármol con el siguiente mensaje:

AL PRIMER MÁRTIR DEL PERIODISMO CHILENO
MANUEL CASTRO RAMOS
24.V.1875 - 1°.XI.1956
HOMENAJE QUE LE RINDEN
EL CÍRCULO DE PERIODISTAS DE TARAPACÁ
PERSONAL DEL DIARIO EL TARAPACÁ
Y AMIGOS

Además de una calle y de un centro deportivo, una conocida escuela de la ciudad adoptó el nombre de Profesor Manuel Castro Ramos a mediados de los años setenta, y también se instituyó un premio del Colegio de Periodistas con el mismo título.

Sin embargo, sospechamos que por inclinaciones discursivas que prenden inciensos a determinados lenguajes políticos y a obnubilaciones de un mal entendido latinoamericanismo, también se fue cargando hacia la injusticia el recuerdo de Manuel Castro Ramos. Así, su título de verdadero Primer Mártir del Periodismo Chileno -por motivaciones quizá más ideológicas que históricas- ha llegado a ser eludido en la memoria del propio gremio, a veces, arrinconado en un injusto y muy generalizado desconocimiento de su ejemplo para la libertad de prensa e información.

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