EL ZAPATITA FARFÁN CONTRA EL PERRO MARÍN: LA BUENA Y LA MALA ESTRELLA DE DOS MÍTICOS RUFIANES SANTIAGUINOS

Fuente imagen: periódico "El Guachaca".

Alfredo Héctor Marín Olate, Tito Marín para los amigos, no podía creer su buena y envidiable suerte, en aquella mañana de abril de 1955: eran sus números los que estaban publicados como ganadores de la Polla Chilena de Beneficencia... Uno por uno: 2-5-1-5-9... ¡251559! ¡Los mismos!

Años de ludopatía y de pasión tantas veces irresponsable por las apuestas rendían por fin sus suculentos frutos y se burlaban de la estadística. Demás está decir cómo parecía un sueño hecho realidad; acaso un verdadero transitar onírico pero muy, muy despierto. Sensación extrema sobre todo para un sujeto hijo de clase obrera y con escasa preparación educacional aunque con cierta fama de galán, más acostumbrado a tener que esconderse por seguridad que a dar la cara por fama.

De los 25 millones de pesos sorteados por Polla en aquella memorable ocasión, casi cuatro millones serían totalmente suyos, una friolera para la época. Sólo uno más de los 12 premiados en el mismo concurso logró recibir esa exacta cantidad de dinero que ahora era suya: el oficial de Ejército don Hernán Molina Aguirre, quien justo venía regresando desde una sacrificada misión en las bases militares de la Antártica. La satisfacción y el sentimiento triunfal no podían ser más grandes, en consecuencia.

Marín sabía medirse cuando era necesario, a pesar de todo, pero también comprendió que debía darse gustos bien merecidos. Hablando más exactamente, sabía capitalizar y hacer cundir el dinero, aunque no de las formas más cristianas disponibles. Ni bien cobró semejante cantidad de plata, el comerciante con doble vida y un bosque de sombras oscuras a su retaguardia organizó la más ostentosa fiesta de su vida: duraría varios días, con comida a destajo, más bebida y baile, gastando en ella los primeros miles pesos de tan abultada fortuna que era todo un tesoro bancario a la sazón. "Ganar $3.675.000 y gastar $120.000 en celebrarlos... no es pecado", declaró muy convencido a los reporteros que llegaron a entrevistar al feliz premiado.

Contra todo lo que se recomendaría a la sazón para la vida de los guapos y choros de los bajos fondos y los cabarets como él era, sin embargo, el personaje adicto a la diversión nocturna y la remolienda sexual se dejó fotografiar mostrando sus tres vigésimos ganadores en medios como el diario "La Nación", en su edición del martes 12 de abril, el mismo día en que cobró su premio. Aparecía allí con los boletos millonarios a la vista y abrazando a su esposa Ernestina Correa, de 37 años, quien en los círculos del Chicago Chico santiaguino era apodada La Percanta usando un término tomado del lunfardo argentino.

Seguramente, el Perro Marín, como era su "chapa" en los bajos fondos desde que debutara como "afanador" y explotador de mujeres, quería enviar un mensaje burlesco y desafiante a sus envidiosos muchos enemigos y a través del mismo periódico. Además, comprendía que con semejante cuenta de ahorros ya no necesitaría más involucrarse de manera directa en los negocios impúdicos y peligrosos del hampa que alguna vez fueron parte importante de su sustento.

Aquella era una nueva vida para él, entonces: anticipó al mencionado medio impreso que compraría dos automóviles para alquilarlos, que planificaría viajes y también que repararía su casa. Esta estaba ubicada en la dirección de calle San Gerardo 740, en Recoleta. En tiempos cuando recién comenzaban a conocerse las calculadoras eléctricas, con su pareja estuvo sacando cuentas en papeles para saber qué hacer y en qué invertir tanto dinero, llegando así a aquellas decisiones como sus prioridades.

Amigo íntimo de la famosa tía Carlina de la boîte y prostíbulo Bossanova en Vivaceta, y -según algunos chismosos- llevando un romance secreto con ella en el pasado, Marín ya era por entonces un visitante frecuente también de los puteríos de barrios como San Camilo y Los Callejones. Allá lo esperaba la cabrona que la prensa señaló erróneamente con el nombre o "chapa" profesional de la Flor María, siendo en realidad la mítica tía Guille, Guillermina Meza Duarte. Su famoso burdel estaba en calle Fray Camilo Henríquez entre Santa Isabel y Argomedo, por el costado oriente.

Como era previsible, entonces, parte del botín fue a parar responsablemente en las anunciadas inversiones, pero las ganancias de estos mismos nuevos negocios terminarían financiado un estilo de vida todavía más disipado y hedónico que el sostenido hasta entonces por el sujeto. Marín había comprado en poco tiempo algunas propiedades y tres automóviles que puso en arriendo de inmediato, por ejemplo. Periodistas de "El Clarín" aseguraban también que invirtió en un lenocinio de calle Ricantén, barrio Los Callejones, "donde una noche, según comenta, baleó a tres clientes". Al parecer, se refiere a alguna clase de sociedad con la Guillermina.

Viéndose así sin necesidad de volver a trabajar, Marín dilapidaba en toda clase de diversiones imaginables los tres mil pesos que obtenía al día por aquellos alquileres. "Rey de los prostíbulos" y "Maharajá de las boîtes y sitios de diversión nocturnos", lo llegaría a llamar la prensa. Nunca dejó de codearse con el ambiente delictual, sin embargo, pues permaneció rodeado por la peligrosa pandilla de amigotes de la que había sido miembro y líder putativo, además de mantener delegadas las responsabilidades de otros negocios fuera de ley.

Pero el Perro infiel se había "clavado" con los encantos de una de las juveniles  residentes de barrio San Camilo, llamada Carmen Salazar Muñoz, alias la Pelusa, de sólo 21 años. Cada vez que podía, aparecía donde la tía Guille cargando regalos de cierto lujo para aquella damisela, sin saber que en el mismo capítulo de esta aventura romántica se estaba ganando una lápida. Podía darse aquellas licencias: el dinero sobraba para pagar una vida de excesos y placeres en serie, o bien para buscarse a una princesita propia en el sórdido ambiente...

Sin embargo, no había fortuna suficiente para cambiar su pasado ni el de ella, arrastrando tras de sí el odio de varios otros matones y felones del medio delincuencial. Lo diría el diario "El Clarín" del lunes siguiente a su muerte:

Se rumorea que Alfredo Marín Olate era nada menos que "confidente" y que no vacilaba en traicionar a sus más amigos delincuentes. Las bandas del hampa santiaguina, que tiene a sus más seguros y fuertes reductores en las barriadas inmorales, se trenzaron en diferentes oportunidades en duelos espectaculares, con baleos que incluyeron entre sus protagonistas al propio Alfredo Marín, al "Chachantún", al "Peuco" o "Cabro Geisse", al "Gordo Vinni" y a otros que lucen sus siluetas en centros nocturnos y salas de juego de la capital. Son ellos los que dominan las casas de diversiones de Santiago y se convierten en habitués de populares cafés.

Uno de aquellos adversarios era el Zapatita Farfán, también motejado como el Cabro Zapata, curioso y casi romántico personaje de esos años: decían que vestía al más esteotípico estilo del chulo, con ternos muchas veces en telas blancas y hasta sombreros con plumas, en cierta época. Alguna vez manejó un automóvil Cadillac verde, además, allá en los mismos barrios de la cabrona Guillermina y sus varias colegas y amigas. Jorge Romeo Raúl Farfán Zapata habría sido su nombre según los tabloides, aunque con frecuencia apareció también como Jorge Farfán Farfán y Jorge Zapata Farfán. Lo conocían todos como la pareja de la celebérrima tía Lechuguina, regenta de un burdel de calle Serrano 730 casi esquina con Diez de Julio, razón por la que era llamado también El Lechuguino y Lechuguino Chico en el mismo medio.

Bastante menor que ella, Farfán había comenzado a abrirse paso en el rubro de los clubes hasta llegar a cafiche. Sabía tocar el piano en el lupanar de Lechuguina, el que luego administró con ella junto a otro que habrían abierto en calle Cóndor, según se decía entonces. Sus adversarios decían que era una relación por conveniencia, sin embargo: antiguos conocidos aseguraban que el Zapatita no tenía empachos ni prudencia para admitir a otros clientes que sólo esperaba la muerte de su pareja para hacer su propio despilfarro del dinero heredado, fundamentalmente en droga, juerga y apuestas, la trilogía de sus diversiones habituales. Otros creían que sólo le gustaba fanfarronear al saber que quien llevaba el mando de los negocios eran en realidad su mujer. Sin embargo, los testimonios de época apuntan también a la convicción de que era un hombre capaz de todo por su ella y que los rumores más ponzoñosos sobre su vida, si bien era bastante oscura, provendrían sólo de la envidia y los rencores que se fue ganando en la misma.

Entre los aspectos menos felices, Farfán tenía su propia vida con esqueletos de armario: fue vinculado a negocios ilegales, al crimen organizado y el narcotráfico, sus actividades en el tráfico de estupefacientes lo habían metido ya en problemas en Chile y Bolivia. Ya había sido condenado a hacía uno o dos años a la pena de tres años y un día por estos delitos, de hecho, tras ser sorprendido como enlace y distribuidor de droga traspasada desde el altiplano boliviano a Chile y desde aquí hasta Panamá y Estados Unidos. Sin embargo, como podía pagar buenos abogados (y mucho más que eso) estos lograron una sentencia revocatoria por "su irreprochable conducta anterior" y vino así el sobreseimiento del caso, volviendo a las calles poco tiempo antes de los hechos sangrientos que iba a protagonizar. La entonces acaudalada Lechugina habría ayudado a pagar todos los honorarios y sobornos necesarios para ello, dicho sea de paso.

Cabe observar que Farfán era muy querido por los vecinos y varios lo consideraban una persona buena y simpática en los barrios de Diez de Julio. Solía visitar casas de algunos residentes del sector y no resistía tocar el piano en aquellas donde los encontraba, generalmente con repertorios de temas populares, folclore y polkas como la clásica "Rosamunde" (o "Barrilito de Cerveza"), típicos de las casitas de huifa. Los niños le tenían cierta estima sincera, además: con la tía Lechuguina ayudaba a los adolescentes del Club Deportivo Serrano, quienes por esta misma razón fueron motejados burlonamente como el Equipo de Fútbol de los Cafiches. Para las reuniones del club, prestaban incluso la que fue por largo tiempo su residencia personal en Serrano 726, justo al lado de su burdel.

Pero, producto de aquel conflictivo océano en el que navegaba y pescaba, Farfán mantuvo siempre sus fuertes rencillas con otros personajes del hampa incluido el Perro Marín, quien habría sido su ex socio y después competidor, según decían los chismosos. Por alguna razón, con este la rivalidad se fue encarnizando y saliendo de todo control, desatando los hechos en agosto de 1955.

Calle Ricantén (Ricaurte) con Maestranza (Portugal), del viejo barrio noctámbulo en el que se movían el Perro y el Zapatita. Imagen del álbum de los archivos fotográficos de Chilectra. La imagen está fechada en octubre de 1922 y tiene una vista hacia el sur de Portugal, distinguiéndose un rústico bar llamado Maxim.

Alfredo Marín celebrando su premio de Polla Chilena de Beneficencia en  "La Nación" del 12 de abril de 1955, junto a su mujer Ernestina Correa... El millonario que alcanzó a disfrutar sólo por unos meses de su fortuna.

El Zapatita Farfán en el diario "La Nación" del 18 de abril de 1968, cuando cayó nuevamente en manos de la justicia por asuntos de tráfico de drogas.

El cadáver de Marín en el piso del lenocinio de la tía Guille, en portada de "Las Noticias de Última Hora". "Quien anda mal, acaba mal", decía el pie de imagen.

Policías realizando peritajes en la casita de remolienda de la Guillermina, en calle Fray Camilo Henríquez, sobre la cama en donde pasó su última noche el Perro Marín. Al lado, una fotografía de la madre del asesinado, llevándose las pertenencias de su hijo. Imagen publicada en "Las Noticias de Última Hora".

Marín, por su lado, ya estaba enterado de que varios querían darle caza y había tomado sus precauciones: ahora no portaría un revólver, sino dos pistolas semiautomáticas. Las llevaba discretamente escondidas en sus sobaqueras, dispuesto a enfrentar a cualquiera que atreviese a desafiarlo. Es de suponer que el nombre del Zapatita ya sonaba como advertencia en su cabeza en esos momentos, además.

Pero el Perro no era tan "perro", según aseguraban algunos testigos y contemporáneos del mismo. Más bien, era un presuntuoso que pretendía dar susto y hacerse una fama postiza con sus historias de pistolero, no obstante que muchas de ellas eran muy reales. "De perro no tenía nada, solo el alias", aseguraba categórico don Benjamín Gutiérrez, ex cliente del salón de doña Guillermina y quien conoció en persona al famoso sujeto, sirviéndonos como otro valioso testigo. Sin embargo, la prensa tenía otra opinión, como se lee en "Las Noticias de Última Hora" poniéndolo por encima del Zapatita:

"El Perro Marín", en la escala de valores de los bajos fondos, era un tipo de mayor calado que su victimario. Guapo y pegador, y amigo y confidente de los mejores delincuentes criollos. La debilidad policial le permitía cargar un respetable par de pistolas en las "sobaqueras", y escapar con relativa impunidad luego de cada aventura suya. Antes de convertirse en el flamante millonario, "El Perro Marín" se trenzó a tiros con "El Cachantún", delincuente rival suyo, y escapó sin el menor rasguño. Su rival, en cambio, quedó con el cuerpo agujereado.

El sábado 27 de agosto de su mismo año de la suerte, un excesivamente confiado Marín había llegado otra vez al lupanar de la Guillermina, en la anómalamente llamada calle San Camilo, cuadra del 500. Holgado de dinero para gastar de manera impulsiva, bebió, bailó, conversó, aspiró más de un gramo cocaína, se rió a carcajadas y llegó la hora de dormir, llevándose a la alcoba a su favorita, la Pelusa. Antes de ponerle las manos encima, sin embargo, le regaló unas finas medias de nylon y un ramo de flores de cerezo japonés. Era lo más delicado y amoroso que podía fingirse ante la muchacha de su interés.

Cometiendo un error de principiante entre los gángsteres, sin embargo, Marín se metió entre las sábanas blancas dejando colgadas sus armas de fuego en las fundas de cuero, en el respaldo de una silla a los pies de la cama. Quedaron a casi dos metros de donde viviría su última noche de pasión y ronquidos.

Todos los sobrevivientes entre quienes fueron contemporáneos y cercanos a estos hechos nos indican que el Zapatita Farfán ya había recibido el "campanazo" de que Marín estaba pernoctando ciertos días donde doña Guille, y que había pasado aquella noche en el lugar. Aun si lo que iba a suceder era sólo fruto malévolo de la casualidad, él tenía mejores redes de contactos e informantes que Marín, como quedó demostrado. Es muy posible, inclusive, que el soplo lo haya recibido en el mismísimo burdel de su amiga Carlina, aquella noche. Imposible saberlo hoy día.

El caso es que el cafiche amor de la Lechuguina, con mucho alcohol en el organismo pero ahora sediento de sangre, llegó al burdel de San Camilo acompañado por al menos dos sujetos, hacia las 9.30 horas de la mañana del domingo. Al penetrar a la casa abierta y recorrerla casi entera, se enteró o confirmó que Marín y Carmen estaban en una cama, encerrados en un cuarto. Decía la prensa policial que se devolvió molesto al vehículo, en donde esperaban sus acompañantes. Supuestamente, después de escuchar sus rabias, ellos lo alentaron para tomar venganza o castigar al Perro. Se creyó que habrían estado bebiendo y jalando papelillos toda la noche antes de llegar aquella mañana, así que pudieron andar con la fiebre eufórica de los demonios al rojo vivo.

Con el fuego azuzado, entonces, Farfán regresó pateando las puertas de la tía Guille y, muy seguro de sí, con la adrenalina hirviente y siendo conocedor ya el lugar, corrió hacia el cuarto en donde estaban el Perro y la interna del prostíbulo. Al menos dos de los tres balazos entraron al pecho de Marín, con su tronar como alarma despertadora, sin que alcanzara a reaccionar y menos a defenderse. El atacado sólo pudo fingir una voltereta ridícula como reflejo y cayó al suelo, atrapado entre la cama y el velador. La Pelusa, en cambio, quedó gritando histérica y choqueada junto al cadáver mientras el asesino desaparecía por la puerta. Debió costar una eternidad a sus demás amigas asiladas poder devolverle algo de calma, podemos suponer.

Con la misma velocidad que había llegado, Farfán corrió de vuelta sobre sus pasos y saltó dentro de un vehículo que lo esperaba en el exterior. Decían que amenazó a su paso también a las mujeres internas que se alcanzaron a levantarse en pijamas con los disparos, pudiendo ser reconocido por las mismas. En la habitación de la muerte, en tanto, quedaban la sobreviviente aún chillando de pánico, un muerto encharcándose en su propia sangre, un vaso de bebida gaseosa blanca, dos panes a medio comer y los indicios de una fatal noche de desenfreno.

La noticia corrió con la velocidad del rayo por todo el ambiente de los trasnochadores santiaguinos: el Zapatita había asesinado al Perro donde la tía Guillermina. A las pocas horas, la nueva ya estaba en algunos titulares de la crónica roja. "La Nación" y "Las Noticias de Última Hora" estuvieron entre los primeros medios en dar aviso de lo sucedido en el lupanar de San Camilo y, a continuación, muchos respetables y ejemplares padres de hogar estuvieron dos días enteros con el credo en la boca y las canillas tiritonas, mientras el lupanar de la tía Guille, que tan bien conocían, continuaba siendo noticia y era investigado a fondo, en la búsqueda de testimonios y pistas.

La fortuna que cuatro meses antes había extendido toda su hermosa y perfecta sonrisa al desgraciado Marín, ahora daba su espalda con violencia en un episodio donde todo salió mal para él: la noticia de su visita al lugar se había filtrado o coincidió pésimamente con la de Farfán; no quedó suficientemente cerca de sus armas, ni alcanzó a levantarse; y la tía Guillermina había olvidado trabar el acceso a su casita de remolienda como solía hacer siempre cuando esta no estaba funcionando. Ni siquiera había cerrado la puerta, de hecho, encontrándola el asesino abierta aquella mañana.

Para hacer más confusa e insólita la situación, los medios de comunicación informaron que el automóvil en que llegó y escapó Farfán, paradójicamente era uno de los que había comprado y arrendado el recién fallecido Marín, con la patente XY 765. Otros, sin embargo, indicaron que era de doña Lechuguina, y que esta parte de los reportes derivaba de una confusión.

Nunca quedó del todo claro cuál fue la razón de Farfán para dar muerte de forma tan violenta y expuesta a Marín. Periódicos como el mencionado "Las Noticias de Última Hora" señalaron que un policía habría estado implicado también con el homicidio, habiendo llegado con él y otro sujeto hasta donde la tía Guille. El detective habría sido incluso el chofer del automóvil involucrado. El Zapatita alegaría después que estaba bajo los efectos de alcohol y que Marín lo tenía amenazado o pretendía ultimarlo, por lo que sólo se adelantó. "Lo maté por guapo... Me perseguía y me amenazaba con insistencia", declararía en el tribunal.

De lo que más habló, sin embargo, fue de celos por la Pelusa quien, con el correr de los años, se alejaría de aquel burdel y fundaría uno propio, mucho más elegante y con clientela VIP en una mansión de la avenida España cerca de Blanco Encalada, barrio del Club Hípico. Es la explicación más verosímil: en efecto, Farfán había sido gran amigo y "algo más" de aquella muchacha hasta marzo anterior, cuando se enemistaron por alguna razón misteriosa, buscándola desde entonces para arreglar las cosas entre ambos pero sin que la internada accediera a sus peticiones. El día jueves anterior, de hecho, Farfán se había enterado que ella y Marín estaban encontrándose regularmente, desatando la furia del cafiche... Un vulgar lío de faldas que terminó en homicidio.

El trabajo de la policía en el lugar duró hasta horas de la madrugada aquel día del asesinato. Incluso fueron a buscar a Farfán al boliche de la tía Carlina en Vivaceta, la gran amiga del finado Marín: se supo que había estado bebiendo allí toda la noche del sábado al domingo, acompañado por un taxista apodado el Pisco y un detective de la Brigada de Estafas, el policía que habría estado implicado y probablemente sirviendo también como soplón. Los tres habían salido de ese burdel hacia las 8.30 de la mañana supuestamente para seguir bebiendo en otra parte, a bordo de un automóvil Mercury color guinda seca que figuraba como propiedad de la tía Lechuguina, supuestamente.

En tanto, durante el mismo día de la noticia había llegado la madre del muerto a San Camilo, arrojándose desconsolada sobre el cadáver de Marín con su grotesca expresión final, mirando hacia el cielo que no sería suyo, Vestía sólo una camiseta ensangrentada y calzoncillos tipo boxers. Debió ser retirada de la escena por personal de carabineros, partiendo con algunas de las pertenencias del finado poco después.

Horas más tarde, tocaría también retirar el cuerpo en la morgue. Pero, curiosamente, una beligerante situación se dio justo entonces entre muchos de los cómplices y secuaces de Marín, además de las muchas "chiquillas" que se relacionaban con él: todos querían hacerse cargo del cadáver y de las exequias correspondientes, pues sentían que les pertenecía. La controversia se extendió hasta la mañana siguiente. Parece que, al final, fue su viuda la Percanta quien terminó con la disputa y asumió las responsabilidades.

El cadáver del Perro Marín en el lugar de su muerte, en momentos que llegaba la desesperada madre del occiso y justo se aproxima un carabinero para retirarla de la escena. Imágenes conseguidas por los corresponsales de "Las Noticias de Última Hora".

La Lechuguina, señalada con una flecha, en fotografía de los corresponsales gráficos del diario "El Clarín". A pesar de que el asesino de Marín había sido su propia pareja, acudió de todos modos al funeral del mismo.

El cadáver de Garrido en la calle, en septiembre de 1955, en "Las Noticias de Última Hora".

La calle Raulí y Plaza Freire llegando a Argomedo, en el filme "Largo Viaje" de Patricio Kaulen, 1967, dentro del barrio de Los Callejones de Diez de Julio.

 

Imagen tomada por el investigador independiente Alan Bruna hacia 2008, con el viejo caserón de calle Serrano vecino a aquel en donde estuvo la casita de la Lechuguina. Su dirección era Serrano 730, pero ya no existe: hoy es un taller automotor. La línea arquitectónica general del inmueble que se ve en la imagen, sin embargo, era más o menos también la de su demolido vecino.

Casa esquina con local comercial en el sector de Fray Camilo Henríquez con Argomedo, año 2009. Esquina sur poniente, con el aspecto que tenían las fachadas en el barrio donde estuvo la casita de huifa de doña Guillermina, en la que fue ultimado Marín.

Ya después de cometido el crimen, Farfán había tratado de refugiarse con sus cómplices en el lenocinio de María Cañas, la auténtica cabrona apodada Flor María en el ambiente, en calle Copiapó entre Carmen y Lira, hacia el cruce con el pasaje Tocornal. La regenta notó algo extraño y se negó a venderles licor a los tres sujetos, provocándose por esto un breve altercado, por lo que todos se marcharon.

Así las cosas, Farfán acabó bebiendo solo en un negocio de la también pecaminosa calle Eleuterio Ramírez, y después se fue a una casa de la misma calle. Ya estaba totalmente sumido en la ebriedad en esos momentos, hablando de forma incoherente e incomprensible. A pesar de este deplorable estado, de alguna forma se puso en contacto con el abogado Octavio Pino en la tarde, quien le recomendó entregarse lo antes posible a la justicia, pero se negó y desapareció otra vez.

Aunque tenía fama también de ser muy escurridizo, el Zapatita fue detenido por agentes de la Policía de Investigaciones al día siguiente, lunes 29: lo atraparon a punta de pistolas hacia el cruce de las calles Santa Rosa con Diez de Julio. Fue trasladado al Cuarto Juzgado del Crimen en la mañana del martes y el caso quedó a cargo inicialmente del juez Hugo Pinto Durán. Todos sus primeros intentos de eludir las responsabilidades se estrellaron con el contundente testimonio de la Pelusa.

Sin embargo, las bandas rivales de aquel medio, simpatizantes por Marín o por Farfán, ya se habían jurado venganza a esas alturas, dispuestas a iniciar toda una guerra del hampa. El clamor de revancha se escuchó en el mismo velorio y funeral de Marín, de hecho, salido con una gran muchedumbre desde la Iglesia de Los Carmelitas de Independencia. Insólitamente, al funeral habría asistido la mismísima pareja del asesino Zapatita: la querida y respetada Lechuguina, según lo señalado al día siguiente en fotografías y comentarios de corresponsales del diario "El Clarín". La cámara de Oscar Molina captó también la presencia de figuras del ambiente como algunas de sus "preferidas" y el conductor del automóvil arrendado, sujeto apodado el Campana, quien trabajaba como chofer del propio Farfán.

Con los ánimos crispados y la sed de sangre, el castigo no tardaría mucho en caer sobre uno de los ex mozos, matones y amigos del Zapatita y mientras este seguía preso. El cordero de sacrificio fue un sujeto de mal vivir llamado Juan Garrido Cáceres, señalado en otras ocasiones como Juan Segundo Garrido Fins, quien había trabajado incluso como lugarteniente del proxeneta en uno de sus negocios de prostitución, aunque su vida indómita lo devolvió a las calles.

Con 38 años de edad, el corazón y la arteria femoral de Garrido acabaron atravesados en la calle por punta y hoja de estilete, atacado por una mujer en la esquina de calles Victoria y Arturo Prat, luego de una corta y extraña riña con ella. Tres certeras estocadas lo sentenciaron antes de que pudiese llegar la ambulancia siquiera. La asesina se perdió rápidamente entre los varios testigos del crimen aquel sábado 10 de septiembre, a las 17.30 horas.

Garrido era otra flor de las moscas entre los bajos fondos, sin duda: apodado El 20 Cruces y El Sapo, era un delincuente común que había trabajado en otra época en el oficio de la hojalatería, pero cayendo de manera cíclica en la mendicidad. Merodeaba siempre por las cuadras y calles del amplio sector de Diez de Julio con San Diego y sobrevivía de pequeñas raterías en esos momentos. Sujeto problemático, alcohólico, escasamente querido, siempre vestido con pobres prendas raídas y en casi total indigencia, había estado bebiendo aquella tarde y hasta minutos antes de morir en una fuente de soda de calle Victoria, con la misma mujer acompañante y asesina quien resultó ser María Pavez Muñoz. Esta era apodada por sus rasgos juveniles como la Muchacha de los 20 Abriles y La China en el turbio ambiente de cabarets y prostíbulos, en donde también era famosa.

Cuando fue aprehendida, aún ebria y ensangrentada, María negó que el homicidio lo hubiese cometido como venganza por la muerte de Marín, asegurando haber actuado únicamente bajo los efectos del alcohol y por aparentes celos. Sin embargo, se dio la sospechosa coincidencia de que Garrido se había estado metiendo con ella y, a la vez, con una de las asiladas de lupanares, muchacha que era conocida también de Marín y de Farfán. "Lo maté porque este era el último recurso que me quedaba para alejarlo de la otra mujer", declaró.

Aquella información la entregó cuando recién fue detenida, al parecer mientras se preparaba para huir a la localidad de Aunquinco en la provincia de Curicó, en un torpe intento por eludir a la justicia. También resultaba cierto que la Muchacha de los 20 Abriles era muy conocida y temida en el mundo del hampa y los cabarets de mala muerte, dados sus comportamientos violentos e impulsivos, o al menos eso fue lo que se dijo entonces. Se informó, por cierto, que Garrido había jurado ante sus amigos que iba a asesinar a un sujeto que había delatado y entregado a su amigo Zapatita Farfán el día en que fue capturado.

Haber dado tan rápidamente con la asesina frustró las varias amenazas de revancha que se venían proclamando abiertamente las bandas o fansclubs respectivos del Zapatita y del fenecido Perro: estos últimos habían anunciado que eliminarían al menos dos integrantes del clan Farfán, de hecho. El temor de las policías y autoridades era que el asunto fuera escalando hasta desatar verdaderas guerras de hampa y asesinatos selectivos cruzados que se han visto antes y después entre la numerosa cáfila delictual chilena.

En tanto, y como era su tradicional forma de eludir las penas de cárcel, el Zapatita Farfán llamó a hábiles y experimentados abogados para su defensa, consiguiendo prolongar -con sus malas artes- el desarrollo del juicio y buscar así su desgaste. La jueza subrogante del Cuarto Juzgado, doña María Peralta, sobreseyó el caso bajo el pretexto de "haber actuado impulsado por un temor irresistible" Farfán ante la amenaza que representaba para él Marín. La escandalosa decisión fue celebrada por la defensa, pero le duró poco la fiesta: la Corte de Apelaciones consideró el fallo como mal aplicado, revocando la sentencia y condenando a Farfán a la pena de cinco años y un día. Hubo una gran cantidad de rumores sobre la verdadera motivación del tribunal para haber sido tan favorable al interés del imputado.

A continuación, los abogados del cafiche partieron corriendo a golpear las puertas de la Corte Suprema presentando ahora un recurso de casación. El expediente fue entregado por el relator de turno al ministro Domingo Godoy Pérez, hacia inicios de febrero de 1958. Como ya era habitual en su prontuario, entonces, acabaría pagando brevemente por el crimen: sólo dos años y un día en la Penitenciaría, de los cinco años y un día que había confirmado la corte. Al final, quedaría libre antes de lo presupuestado relegándose fuera de Santiago preventivamente, por un tiempo. Pudo regresar así a la actividad aunque procurándose una existencia levemente más sosegada que antes. La madurez de la vida lo había alcanzado en aquel período, pero no la redención: volvió a caer detenido en 1964 y 1968, ambas veces por asuntos con la Diosa Blanca de la cocaína.

Lamentablemente para Farfán, esa buena estrella suya también se le apagó casi como había sucedido también al Perro Marín, años antes: además de los problemas que provocó el escándalo para su relación con la Lechuguina, si en realidad tuvo alguna vez el sueño de llegar a sepultar a su jermu (mujer) y "disfrutar la herencia y pasarlo bien con harta falopa", como señalaban sus adversarios, este se truncó cuando la muerte lo alcanzó primero a él, por complicaciones durante una hospitalización.

Los veteranos de la remolienda aseguran que, más o menos hacia inicios de los setenta, Lechuguina se había ido a residir a Valparaíso para abrir otro establecimiento más luminoso y en regla, muriendo allá postrada y con sus capacidades cognitivas muy deterioradas. Había dejado el lupanar en manos de una hija, pero esta pertenecía ya a una generación que carecía de los talentos y austeridades necesarios de la vieja guardia para mantener semejante clase de negocios.

Fue el final de otra de las increíbles y olvidadas historias sangrientas complicando a la huifa y remolienda chilenas de entonces, de la que sólo quedan leyendas y mitos urbanos intentando construir algo parecido a un álbum de recuerdos.

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