EL ASESINATO DE LOS HERMANOS JUAN JOSÉ Y LUIS CARRERA: BICENTENARIO UN CRIMEN POLÍTICO Y DEL ABRAZO MÁS TRISTE DE LA INDEPENDENCIA
Grabado
con el abrazo de los hermanos Carrera, antes de su ejecución, hecha por
el ilustrador Luis Fernando Rojas para la enciclopedia histórica
"Episodios Nacionales".
Coordenadas:
32°52'47.1"S 68°49'44.0"W (Plaza Pedro del Castillo de Mendoza, lugar
de la doble ejecución) / 33°26'15.3"S 70°39'07.0"W (lugar de la cripta
en la Catedral Metropolitana de Santiago)
Nota: artículo originalmente publicado en el sitio URBATORIVM en abril de 2018, trasladado hasta acá en 2022.
Hace
sólo unos días, celebramos el bicentenario de la Batalla de Maipú,
hazaña triunfal de la lucha de la Independencia de Chile y de la
victoria del Ejército Unido que decidió la larga guerra contra los
realistas, el 5 de abril de 1818. El símbolo imperecedero del Abrazo de
Maipú, entre los generales José de San Martín Matorras y el lesionado
Bernardo O'Higgins Riquelme, quedó inmortalizado ahora en un gran mural
artístico, inaugurado en la misma comuna que fuera escenario de la
batalla.
Por
escrúpulos, sin embargo, la conmemoración histórica suele apartar a
codazos el hecho que, a los pocos días de la brillante gloria militar
las fuerzas chileno-argentinas, tuvo lugar en la Provincia de Cuyo,
Argentina, uno de los asesinatos políticos más infames y perversos
ocurridos a nuestros próceres: la ejecución de Juan José y Luis Carrera,
llevada a cabo precisamente cuando se acababa de asegurar la victoria
chilena en Maipú.
Sucio
hecho de la historia, diríamos, que tuvo como símbolo su propio y
dramático abrazo, el más amargo de la Independencia de Chile, cumpliendo
ayer también sus 200 años.
Juan
José Carrera Verdugo, uno de los ejecutados, había nacido en Santiago
el 26 de junio de 1782. Fue alumno del Convictorio Carolino y alcanzó el
grado de Brigadier en el Ejército de Chile. Era un hombre corpulento y
de estructura atlética, si nos fiamos por las descripciones que de él se
han hecho. Tuvo también un liderazgo personal que le sirvió en el mundo
político, llegando a ocupar el cargo de vocal de la Junta de Superior
Gubernativa. Empero, cultivó algún grado de envidia íntima hacia su
hermano José Miguel, según coinciden en aseverar algunos autores.
Contrajo matrimonio con la hermosa y paciente Ana María Cotapos, dejando
esta relación hermosas cartas del prócer, que revelan su carácter más
sensible y espiritual detrás del aspecto adusto que siempre mantuvo.
Luis
Florentino Carrera Verdugo, en cambio, había nacido el 20 de junio de
1791, también en la capital chilena, siendo el menor de los cuatro
hermanos. Alumno del Convictorio Carolino y seguidor de la tradición
familiar del uniforme, probablemente haya demostrado con él las mayores
capacidades militares de entre los tres hermanos hombres, alcanzando el
grado de Coronel de Artillería. De carácter reservado y jovial, era un
hombre esbelto y dinámico, que no parecía padecer los efectos
paralizantes del temor ni perdía la cabeza ante las situaciones de
adversidades que le demandó la lucha patriótica. Se asegura que pudo
haber sido el único de los Carrera por el que el General San Martín manifestó algo de aprecio, al menos por un tiempo.
El
asesinato de ambos Carrera, en 1818, parece ser el inicio de una cadena
de primeros crímenes políticos de la historia del Chile independiente,
si es que asumimos que la ejecución del bandolero reclutado entre los
patriotas, José Miguel Neira (a fines de 1817) efectivamente fue por
haber regresado con su banda a las tropelías de antaño y no para
aliviarle el camino a la barrida final de la Logia Lautaro... Por
supuesto, se obvian las brutalidades anteriores cometidas contra jefes
realistas por mero consejo del demonio de la venganza, como sucedió a
Vicente San Bruno, tras ser apresado en Chacabuco.
Sobre lo anterior, se recordará que a la muerte de los dos hermanos Carrera, siguieron las de Manuel Rodríguez
y después el tercer Carrera, don José Miguel, por lo que -de alguna
forma- Juan José y Luis Carrera fueron los primeros asesinados por parte
de un gobierno en Chile que quería deshacerse de sus enemigos
políticos, además de ser los primeros chilenos en ser ultimados por
decisiones centrales tomadas en su propio país, pero ejecutadas en
territorio extranjero.
Obviamente,
tras las celebraciones del Bicentenario de la Batalla de Maipú el
pasado 5 de abril, pocos tuvieron el coraje y la solidez emocional para
saltar al estado de luto conmemorativo y no olvidar que se cumplieron
también 200 años desde el vil crimen, en su momento burdamente
disfrazado de proceso judicial. Una misa realizada recordando a los
hermanos al mediodía del día domingo 8, en la Iglesia de San Francisco
de la tan carrerrina localidad de El Monte, a la par de sus
celebraciones de la Fiesta de Cuasimodo, marcaron la siempre necesaria y
alentadora excepción.
Don Juan José Carrera, en grabado reproducido por Vicuña Mackenna.
Don Luis Carrera, en grabado reproducido por Vicuña Mackenna.
Es
preciso retroceder un poco en el tiempo para referirse al camino que
condujo hacia el infeliz acontecimiento de la historia de la
Independencia de Chile y Argentina. Este asunto parte, de alguna manera,
con la fundación en Cádiz de la famosa y fundamental Logia de los
Caballeros Racionales, más conocida como Logia Lautaro o Lautarina,
impulsada por el humanista, militar y diplomático venezolano Francisco
de Miranda.
Los
vínculos directos de la masonería y los integrantes de la Logia, si
bien han sido discutidos por largo tiempo (en general, por ser la
mayoría de ellos de muy bajo rango en la organización), fueron
reconocidos por autores como Bartolomé Mitre y Fabián Onsari, ambos
altos e influyentes francmasones argentinos. Rápidamente, se reclutarían
en ella figuras esenciales de la Independencia Americana, como resumía
el historiador chileno Oscar Espinosa Moraga ("El precio de la paz chileno-argentina"):
Seducido
por los ideales de la Revolución Francesa, Francisco de Miranda
concibió la quimera de reconstruir el imperio hispano en un Estado único
e indivisible, con un Gobierno federal. Para neutralizar la resistencia
de William Pitt, que denunciaba a España sus actividades, Miranda fundó
la Logia de los Caballeros Racionales o Lautaro, nombre insinuado por
O'Higgins, con una férrea organización masónica. Un agente pasó a
España, donde fundó una sucursal. A ella se afiliaron San Martín,
Alvear, Zapiola, Carrera y otros patriotas.
Timoneando así el proceso de emancipación de Hispanoamérica y contando con apoyo y patrocinios de los hermanos
desde Reino Unido, la Logia Lautaro operaba en Sudamérica desde la sede
fundada en 1812 por San Martín en Buenos Aires, durante el segundo año
de gobierno de Bernardino Rivadavia en las Provincias Unidas de la
Plata. La cruzada lautarina recibía dicho auxilio logístico de origen
británico a través de la propia capital argentina, como se desprende de
"La Aurora de Chile", en la nota de un corresponsal del 1º de febrero de
1813, donde se señalaba la llegada de un buque inglés con personal
técnico para armería y talleres que debían implementarse en Tucumán.
A
la sazón, tras haber regresado desde España alentado por las noticias
del proceso iniciado en su patria con la Primera Junta Nacional de
Gobierno,
el General José Miguel Carrera ostentaba aún el cargo de Presidente de
la Junta Provisional de Gobierno, desde noviembre de 1811, y Presidente
de la Junta Representativa de la Soberanía, desde diciembre de 1812. La
posible militancia inicial de Carrera en la Logia Lautaro, sin embargo,
iba a fracturarse en forma definitiva y con dramáticas consecuencias
para el desarrollo de la historia de Independencia de Chile.
A
mayor abundamiento, ayudado por sus hermanos Juan José y Luis Carrera,
don José Miguel había dado un golpe el 4 de septiembre de 1811, para
instaurar la nueva junta. Así describe los hechos Fernando Campos
Harriet ("José Miguel Carrera"):
Dejó
intacto el Congreso y, en un esfuerzo por dividir el mando con los
exaltados, cambió la Junta de Gobierno, reservándose él un puesto y
dando los otros dos a Rozas y a Gaspar Marín, figuras eminentes del
partido patriota. Previsor, vislumbrando un porvenir de guerra, se
aseguró el ejército y dio a su hermano Juan José la Comandancia del
Batallón de Granaderos y a su hermano Luis la brigada de artillería.
Quemó las naves por la causa de los patriotas, y mandó salir sin
tardanza del país a los realistas que tenían esperanzas de su
gobierno.
Lo
descrito no impidió, sin embargo, el ardor de ciertas diferencias entre
los rebeldes dos hermanos mayores, cuando Juan José instigó un intento
de rebelión de los granaderos en septiembre de 1812, quebrándose así las
confianzas de don José Miguel, aunque lograron resolver medianamente
las asperezas con el correr de las semanas, manteniendo desde allí en
adelante una relación más bien distante.
Ambos
militares, acompañados por la mayor de los cuatro hermanos, doña
Javiera Carrera (heroína injustamente reducida en su importancia, por su
participación tras las luces protagónicas), participaron de las
importantes decisiones del gobierno de don José Miguel y en la
forja de las bases republicanas a las que aspiraba la Patria
Vieja, incluyendo la presentación de oficial de los primeros símbolos patrios, el escudo y la bandera, en 1812.
Carrera
lucía las mencionadas credenciales de mando en el gobierno, cuando fue
advertido desde Concepción, del desembarco en el puerto de San Vicente,
Talcahuano, de fuerzas realistas de alrededor de 2.000 hombres, al mando
del Brigadier Antonio Pareja, arribadas el 27 de marzo de 1813. En
pocos días de andar hacia el Norte, además, el español había más que
duplicado su cantidad de hombres, llegando ya a unos 5.000 soldados,
milicianos y veteranos.
Pareja
redactó un oficio con un ultimátum al gobierno chileno, el 3 de abril.
Éste llegó hasta el mando supremo en momentos de complejos, aflorando ya
las divisiones entre los propios patriotas. Las capacidades militares y
políticas de los Carrera iban a pasar por su prueba de fuego, ambas
simultáneamente.
Al conocer de estas amenazas realistas, sin embargo, hermanos de Logia como el General Juan Mackenna,
influyente pero intrigante militar de origen irlandés, estuvieron de
acuerdo en negociar con los españoles a nombre de todos los patriotas.
Sin embargo, José Miguel Carera y sus hermanos se opusieron férreamente a
toda posibilidad de subordinarse ante los realistas. En respuesta y
adelantándose a cualquier intento de entendimiento con Pareja, marchó al
Sur para hacer frente a los invasores con el cargo de Comandante en
Jefe del Ejército, pero para ello debiendo dejar el mando de la Junta
Provisional delegándolo en José Santiago Portales, padre del futuro ministro Diego Portales Palazuelos.
A
pesar de los maliciosos mitos que algunos alérgicos al carrerrismo han
intentado sostener sobre las capacidades militares de don José Miguel,
la campaña tuvo excelentes resultados para el bando chileno en los
enfrentamientos conocidos como la Sorpresa de Yerbas Buenas, del 27 de
abril, y la Batalla de San Carlos, del 15 de mayo, destacando también
el desempeño de Juan José Carrera, que logró dispersar a los realistas
poniéndolos en fuga y reducir así su cantidad a menos de la mitad,
atrincherados en Chillán tras recuperar Talcahuano y Concepción.
Poco
después, los realistas tuvieron nuevas derrotas en enfrentamientos de
Villa de Quirihue y en Cauquenes, el 17 y el 23 de agosto,
respectivamente. Para peor situación hispana, Pareja murió en esos días
por causas naturales, siendo relevado en el mando militar por el Coronel
Juan Francisco Sánchez.
Sin
embargo, en el Sitio de Chillán iniciado por Carrera el 17 de octubre,
quizás entusiasmado con la seguidilla de triunfos y respondiendo a las
instrucciones a veces erróneas y contradictorias que llegaban desde
Santiago, resultaría en un retroceso para los patriotas. En la ocasión,
don José Miguel tomó una división de su ejército dirigiéndola hacia el
Paso El Roble, y puso a su hermano Juan José a cargo de otra en el
sector de unión de los ríos Itata y Ñuble. Sin embargo, el Coronel
Sánchez ya había logrado anticipar esta jugada y envió sigilosamente a
un grupo de soldados que iban a atacar por la retaguardia al ejército de
patriotas, ese mismo día, comenzando así el Combate de El Roble.
El
ataque fue inesperado y causó una tremenda confusión, en la que no hubo
respuesta a tiempo del lado chileno. Carrera ordenó retirada y acabó
escapando por la corriente del río Itata, perseguido por los realistas.
Todos daban por perdida la situación hasta que el entonces Coronel
Bernardo O'Higgins, gritando valerosamente y arengando a las fuerzas
patriotas con su célebre "¡Vivir con honor, o morir con gloria!, ¡El que sea valiente que me siga!",
logró reorganizar la tropa e improvisar una eficaz carga sobre el
enemigo, que logró liquidar y dispersar a muchos de ellos, volteando con
una victoria rotunda un pésimo destino que ya parecía seguro.
La
situación de El Roble levantó un enorme prestigio en la figura
O'Higgins, pero también un descrédito para Carrera que no dejaron pasar
sus adversarios, viéndose en necesidad de detener su avance contra
Chillán y después responder ante la ojeriza del gobierno en Santiago,
siendo relevado en el mando militar por O'Higgins, seguido del Coronel
Mackenna, el 27 de noviembre de 1813. Sus hermanos también fueron
marginados del Ejército, a causa de esta discordia. Sin embargo, parece
ser que el propio José Miguel propuso a O'Higgins como su sucesor,
venciendo algunas resistencias y presiones para que otros nombres
tomaran la Comandancia en Jefe del Ejército.
Desde aquel momento, sin embargo, todos los esfuerzos de la Logia Lautaro y sus hermanos, tendería a tratar de aislar por cuanto medio y posibilidad se tuviese a mano, a los hermanos Carrera.
Don José Miguel Carrera, en grabado reproducido por Vicuña Mackenna.
Doña Javiera Carrera, en grabado reproducido por Vicuña Mackenna.
En
enero de 1814, el Brigadier Gabino Gaínza fue enviado a Chile para
reemplazar a Sánchez en el mando realista y contraatacar al gobierno
independentista. A pesar de que se sabían sus movimientos y podían
advertirse desde ya sus planes, desembarcó sin problemas en el Golfo de
Arauco, el último día de ese mes.
Gaínza
se dedicó en las semanas que siguieron, a reunir fuerzas entre chilenos
realistas, elementos dispersos de las tropas prohispánicas e indios
mapuches que se reclutaron en gran número, engrosando así sus filas y
reforzando el bastión de Chillán, aventurándose en algunos ataques que
le permitieron tomar la ciudad de Talca el 3 de marzo.
La
mala noticia puso en nueva crisis al inestable gobierno chileno, con
revueltas populares incluidas, acabando disuelta la Junta y nombrándose
como Director Supremo del Estado al Coronel Francisco de la Lastra, una
semana y media después.
Siguiendo
posiblemente consejos del Coronel Mackenna, O'Higgins tomó la decisión
de realizar un enfrentamiento directo con las tropas de Gaínza
dividiendo sus fuerzas. Todo pareció auspicioso en los resultados, al
inicio: los patriotas acabaron derrotándolos en un choque cerca de
Ñipas, el 19 de marzo, y al día siguiente una segunda división de
Mackenna hizo lo propio en el fundo Membrillar, obligando a los
realistas a escapar de vuelta a la asediada Chillán.
Sin
embargo, el 29 de marzo, una tercera división chilena fue derrotada en
el Desastre de Cancha Rayada (no confundir con la batalla homónima de
1818), producto de errores estratégicos y de la mala calidad profesional
del elemento humano participante. Esto dejó abierto el camino de Gaínza
hacia la capital chilena, y así partió de inmediato con el objetivo de
apoderarse de Santiago.
O'Higgins
debió montar una urgente persecución de los realistas en su camino
hacia la capital, hasta alcanzarlos recién el 8 de abril en el Combate
del Fundo Quecherehuas, vecino a Molina, lo que obligó a Gaínza a
retroceder hasta Talca, desde donde retomaron Concepción y Talcahuano.
La
situación, si bien estaba generando enormes costos para ambas partes
sin avances sustanciales, resultaba mucho más peligrosa para los
patriotas, pues parecían condenados a tener que contener el avance a
Santiago. Coincidentemente, entendiendo las complicaciones para los
independentistas, el Virrey del Perú don José Fernando de Abascal, envió
como intermediario y mediador a un agente británico, el Comodoro James
Hillyar, quien se entrevistó con los patriotas convenciéndolos de ceder y
allanarse a un acuerdo de paz.
Dadas
así las cosas, O'Higgins y Mackenna aceptaron y firmaron con Gaínza el
controvertido Tratado de Lircay del 3 de mayo de 1814, humillante
acuerdo en cuya gestación participó también el político Antonio José de
Irisarri, otro enemigo radical de los Carrera.
En
el acuerdo de marras, se reconocía la autoridad del invasor español y
su control territorial en Concepción; se retrotraía la situación
político-administrativa casi hasta los mismos estados coloniales
anteriores a 1810, en ciertos aspectos, y, anticipándose a la rebeldía
de los Carrera, se convenía implícitamente en sacarlo de la lucha a él y a sus hermanos. Así lo explica Campos Harriet:
Por
un artículo secreto de los tratados de Lircay, se pactaba la recíproca
libertad de los prisioneros, pero los parlamentarios chilenos
-O'Higgins y Mackenna- pidieron a Gaínza que los hermanos Carrera, José
Miguel y Luis, que habían sido apresados por los realistas en Penco, y a
quienes favorecía esta cláusula, fueran conducidos a Valparaíso, a
disposición del Director Supremo, Lastra. Gaínza dio la orden, pero el
comandante de la plaza de Chillán, coronel Luis Urrejola, encargado de
cumplirla, la desobedeció y bajo su responsabilidad puso en libertad a
los hermanos Carrera. Sabía que llevarían el desconcierto a las filas
patriotas, dividiéndolas.
A
la sazón, además, mientras José Miguel y Luis Carrera permanecían aún
capturados, De la Lastra había desterrado a Juan José a Mendoza y San
Luis, hacia mediados de año, viaje en donde conoció al General José de
San Martín. El desagrado y la desconfianza parecen haber sido mutuos,
sin embargo, dando pie al primer capítulo de una historia de rivalidad
con el general argentino, que sólo resolvería el asesinato de los tres
hermanos.
José
Miguel y Luis lograron huir de su cautiverio gracias a los realistas
que querían provocar la división de los patriotas, como vimos. El
apellido de los hermanos venía sonando con entusiasmo en Santiago, como
reacción popular de rechazo al repudiado Tratado de Lircay, además. El
día 14 de mayo, ambos se reunieron con O'Higgins en el campamento que
había levantado en Talca, y éste los recibió cínicamente allí, fingiendo
gran hospitalidad y alegría por su arribo, pero manteniéndolos alejados
de la tropa temeroso de que pudiesen iniciar una insurrección.
Ya
de camino a Santiago, no bien se enteran de mayores detalles del mismo
acuerdo de Lircay y del reconocimiento a la autoridad española, siendo
asistidos por el presbítero Julián Uribe, los hermanos realizaron un
golpe en la capital el día 23 de julio, deponiendo a De la Lastra y
estableciendo una Junta presidida por el propio José Miguel. Juan José,
por su parte, había regresado a Chile, tomándose sus 15 minutos de
revancha al formar parte del nuevo mando revolucionario. Sería el tercer
y último golpe de gobierno dado por José Miguel Carrera.
Una
de las primeras medidas fue expulsar de Chile a Mackenna, enviándolo
desterrado hasta Mendoza por considerarlo instigador del reciente
conflicto y gestor intelectual de la tropelía diplomática de Lircay.
Otros de los contrarios a Carrera, sin embargo, marcharon con el orgullo
herido hacia el Sur y organizaron un cabildo con el comandante
O'Higgins, pidiéndole tomar el control de la capital y sacar a Carrera.
Así
las cosas, los dos bandos patriotas partieron a enfrentarse entre sí,
encontrándose en el Combate de Tres Acequias el 26 de agosto, cerca del
río Maipo al Sur-poniente de San Bernardo. De esta forma resume el
episodio Manuel Reyno Gutiérrez ("José Miguel Carrera. Su vida, sus
vicisitudes, su época"):
El
ancho valle del Maipo iba a ser el escenario de la tragedia que se
comenzaba a representar en Chile. Tras el canal de Ochagavía la fuerzas
de Carrera esperaban a las contrarias, que avanzaban con sus guerrillas
desplegadas, haciendo vivo fuego. El punto elegido fue Las Tres Acequias
y en él don Luis colocó a su infantería, sostenida por la caballería de
Benavente. La acción iniciada en la mañana terminaba a la caída de la
noche con el triunfo de Carrera, merced a un hábil envolvimiento
realizado por sus jinetes. O'Higgins, derrotado, dejaba en el campo "más
de cuarenta muertos y cien prisioneros" y sus fuerzas huían en
dispersión, tratando de ganar la orilla izquierda del Maipo.
De
esta manera, el impetuoso O'Higgins había sido derrotado por los
talentos militares y estratégicos del joven Luis Carrera, que a la sazón
rondaba los jóvenes 23 años de edad. El general se vio en necesidad de
buscar refugio en las casas de doña Concepción Jara, mascando el resabio
amargo de la situación.
El
Virrey Abascal, sin embargo, que también era contrario a los términos
logrados en la falsa paz de Lircay, sacó a Gaínza del mando y envió un
nuevo ejército comandado por el severísimo General Mariano Osorio,
zarpando desde el Callao el 19 de julio para llegar, dos semanas
después, hasta Talcahuano, reuniéndose desde allí con el resto de los
realistas del ejército anterior. Sin perder tiempo, se preparó para
avanzar a Santiago y asestarle un golpe definitivo a la Patria Vieja,
justo cuando se concretaba la organización del ejército patriota.
O'Higgins,
ilusamente, intentaba preparar otro ataque contra los carrerinos,
cuando al día siguiente de su derrota en Tres Acequias llegó hasta él,
en calidad de estafeta, el capitán chilote Antonio Pasquel. Traía
consigo una carta de Osorio, exigiéndole someterse al mando español y
dándole un plazo de diez días para ello, por lo que decidió bajar la
guardia buscando pactar la paz con los Carrera.
Pasquel, en tanto, continuó su camino a Santiago, pero allí fue
detenido por el Presbítero Uribe y enviado después a Mendoza. En
respuesta a la carta de Osorio, hizo llegar a éste la trompeta del
mensajero y una carta de don José Miguel, negándose a acatar las
exigencias.
Tras
varios tira y afloja en la necesidad de acordar una defensa común ante
el enemigo, Carrera y O'Higgins por fin se reunieron en Calera de Tango,
tenso encuentro logrado por una gestión del dominico Fray Ramón Arce.
Carrera pudo haber tomado preso y hasta ejecutado en la ocasión a
O'Higgins, por los cargos de alta traición e incumplimientos de deberes
que pesaban sobre él tras Lircay y este levantamiento. Sin embargo,
convencido de que el seno patriota no resistiría semejantes divisiones,
lo mantuvo como subalterno en el Ejército, viéndose O'Higgins obligado a
reconocer la autoridad de Carrera.
Lograda
la paz entre los dos bandos patriotas, entonces, se reorganizó y se
aumentó el contingente del ejército que haría frente a Osorio,
dividiéndose las tropas en tres partes bajo las jefaturas respectivas de
O'Higgins, Juan José Carrera y Luis Carrera.
Triángulo
de la Logia Lautaro de Buenos Aires, con los rostros del "taller" de
San Martín, Alvear y Zapiola. Dibujado por Osorio para publicación de la
Logia Gran Oriente Federal Argentino.
La Batalla de Rancagua, en lámina publicada en la obra "El ostracismo del General D. Bernardo O'Higgins", de Vicuña Mackenna.
La
estrategia concebida por José Miguel Carrera era detener a los
realistas en la Angostura de Paine, al Sur de Santiago, atrayéndolos
desde Rancagua y facilitando así el ataque y acorralamiento del enemigo.
Si bien O'Higgins se mostró en desacuerdo con los hermanos, terminó
acatando la decisión.
El día 24 de septiembre, don Bernardo le escribía a Juan José Carrera las siguientes líneas:
Sería
muy doloroso que a división de VS. no viniese a ser partícipe de las
glorias que espero, y mucho más si por estar distante y concebir
temeraria defensa me viese en el doloroso caso de retirarme. Este paso
sería muy degradante a los chilenos y refriaría (sic) demasiado
el entusiasmo de nuestros bravos soldados... Por ello conviene que VS.
acelere sus marchas cuanto pueda hasta ponerse una legua distante de
esta villa, para protegernos en un caso imprevisto con sus valientes
granaderos.
Resuelta
ya la cuestión por el plan de don José Miguel, la primera y segunda
divisiones, con Juan José y O'Higgins a la cabeza respectivamente,
marcharon rumbo a Rancagua, y la tercera al mando de Luis Carrera debía
mantenerse en las cercanías, para darle auxilio en combate o en una
eventual retirada. El General José Miguel Carrera, en tanto,
permanecería con la defensa en Santiago.
La
segunda división, de Juan José, entró a Rancagua seguida por la primera
de O'Higgins. Sin embargo, en el teatro de operaciones, éste insistió
en retomar su idea de atrincherarse a las orillas del Cachapoal, allí en
la ciudad de Rancagua, pues consideraba que la Angostura de Paine
estaba peligrosamente cerca de Santiago, en caso de fracasar la
contención. Así, desobedeciendo las órdenes expresas y las insistencias
de don José Miguel, O'Higgins ordenó tomar la plaza rancagüina y
rodearla de barricadas, para enfrentar allí al adversario.
Desde
todo ángulo de diagnóstico, la decisión de O'Higgins era una acción por
completo insensata, carente de una concepción estratégica y condenada
al fracaso desde su origen, que además hizo perder a Juan José la
posibilidad de dar un primer golpe a los realistas en el cruce del
Cachapoal, en situación más vulnerable que rodeando la ciudad.
Los
riesgos de atrincherarse en Rancagua, quedaron confirmados al dejarse
caer ejército realista, en la mañana del 1° de octubre. Osorio no se
amilanó ante los patriotas y recogió el guante desviando su marcha hacia
la ciudad, sin continuar por ahora hacia Santiago, pues sabía que pasar
de largo por ella lo exponía a un ataque por retaguardia de esos
hombres. La grave situación obligó a José Miguel, además, a avanzar con
los suyos hasta Mostazal.
A
todo esto, comprendiendo el predicamento en que había puesto al
ejército patriota tras comenzar el enfrentamiento, O'Higgins pidió a
Juan José y su división abandonar la posición que tenían y asistirlos en
la suya, pero el caos estaba desatado y sólo pudieron hacer algunos
ataques por el flanco Sur y Este, antes de quedar acorralados también
adentro de la misma plaza, mientras Osorio lograba rodear la ciudad por
sus cuatro vientos. Allí, a pesar de tener mayor rango, el Brigadier
Juan José Carrera debió ceder el mando a la Comandancia en Jefe de la
primera división; es decir, a Bernardo O'Higgins, a quien le reconocía
su experiencia y sus anteriores funciones como General en Jefe.
Tras
todo un día y una noche de infierno, la resistencia patriota ya se iba
haciendo insostenible. José Miguel Carrera envió mensajes insistiendo en
retroceder hasta la Angostura de Paine, pero la tozudez de O'Higgins
llegó a tal grado que, aun en esta circunstancia desastrosa, seguía
pidiéndole enviar apoyo para salir de ésta, lo que habría sido un
sacrificio suicida de la tropa.
Osorio,
en tanto, ni siquiera con las órdenes que había recibido por los
emisarios del Virrey pidiéndole allanarse un acuerdo y no perder más
hombres ante la necesidad de tener refuerzos en Perú y Alto Perú, pudo
ser convencido de renunciar a la ventajosa situación en que se
encontraba frente a los patriotas atrincherados en Rancagua.
Al
aclarar la mañana del 2 de octubre de 1814, se aproximó la tercera
división del ejército patriota comandada por Luis Carrera, pero esta vez
con José Miguel a la cabeza. La aparición en el horizonte llenó de
esperanzas a los acorralados, pero la necesidad de seguir dejando
defensas para el camino a Santiago, hizo que sólo una parte de la fuerza
marchara en esa avanzada, con la intención de proteger a los patriotas
cuando rompieran el cerco. A pesar de las dificultades y la lentitud de
los desplazamientos, Luis Carrera llevó al frente dos cañones para
apoyar la resistencia desde su sitio, pero O'Higgins, obsesionado con
seguir en combate, no rompió el cerco y continuó atrincherado,
convencido de la peregrina idea de que estos pocos refuerzos bastarían
para equilibrar el desigual combate.
Una
pausa en la batalla y el sonido de las campanas de la iglesia, donde
estaban los vigías, hicieron creer a José Miguel Carrera y a los demás
patriotas que la batalla había cesado y que los atrincherados habían
tenido que rendirse, estimando ya todo perdido y ordenando a los
refuerzos su retirada, hacia las 13 horas, siendo perseguidos por los
realistas.
Sin
municiones ni fuerzas físicas para seguir, a las 16 horas por fin
O'Higgins comprendió que no podría seguir en esta absurda defensa de la
plaza y que debía romper el cerco realista con una formidable carga por el lado Norte
de la misma, logrando así el escape, seguido por Juan José Carrera y
otros oficiales. Muchos de los hombres que quedaron atrapados en la
plaza, en tanto, pagaron con sus vidas su patriotismo y lealtad al
mando. La venganza de los Talaveras y el resto de los realistas en
contra de los patriotas presos y de muchos civiles de la ciudad, fue
brutal y criminal.
Los
sobrevivientes se dispersaron, reuniéndose durante la noche para
marchar hacia Santiago. Para evitar deserciones y más caos, Luis Carrera
los fue a escoltar en el camino. La idea era rearmar una defensa, pero a
esas alturas todo estaba perdido, ordenándose la retirada a las 19
horas. Al llegar a Santiago en la mañana del día 3, José Miguel propuso
replegarse a Coquimbo, sacando todo lo de valor que hubiese en la
capital, pues ya no había defensa posible para ella. No invitó a
O'Higgins la Consejo de Guerra que organizó decidiendo qué hacer, tras
su llegada a Santiago, casi en total caos en aquellos momentos.
La ruptura entre O'Higgins y los Carrera,
esta vez fue definitiva, culpándose mutualmente desde allí en adelante
por lo sucedido en Rancagua. O'Higgins, sintiendo esta mácula perpetua
en su prestigio militar, alegaba que con un apoyo decidido de José
Miguel a su plan, habría logrado derrotar a los realistas y hacerlo
retroceder a Concepción. Carrera, por su parte, insistía en que la
desobediencia, al atrincherarse caprichosamente en Rancagua, fue el
germen del desastre y que todo quedó sentenciado con tan impulsiva
decisión.
Retrato de O'Higgins por Narciso Desmadryl, 1854.
Manuel Rodríguez, guerrillero y aliado de los Carrera.
Sin
más que hacer, los patriotas marcharon al territorio del Aconcagua con
la bandera de la agonizante Patria Vieja, para cruzar Los Andes hacia el
penoso exilio en Mendoza. O'Higgins partió con su madre y su hermana
temprano el día 4 de octubre, acompañado por sus leales. José Miguel
Carrera lo hizo ya hacia horas de la noche de ese mismo día, seguido por
lo que quedaba de la tercera división.
Carrera
permaneció en la retaguardia, para proteger la caravana, siendo
alcanzado por los realistas entre el 10 y 11 de octubre, en la llamada
Batalla de los Papeles, dándoles férrea defensa y logrando derrotarlos
en las orillas del río Aconcagua. Fue la última batalla de la Patria
Vieja, seguida sólo de enfrentamientos menores en la ruta. Sería el
último en poder cruzar la cordillera, además.
Y comenta Reyno Gutiérrez, como final de esta travesía cordillerana para los hermanos:
Desde
lo alto de la montaña, Carrera pudo mirar por la postrera vez el valle
de Aconcagua. Hacia el fondo y envuelto en la bruma de la mañana quedaba
el territorio de la patria. Era el ultimo en retirarse, sirviendo de
protección a aquella masa de desventurados que iban a buscar en otro
suelo la tranquilidad que los invasores les negaban. Iba sin más
patrimonio que su espada. Junto con él marchaban al destierro su joven
esposa, doña Javiera, doña Ana María Cotapos, sus hermanos Juan José y
Luis. Salían de Chile para buscar la mano amiga de los hijos del Plata,
confiados en su generosidad. El sol alumbraba sobre la cima los colores
de la bandera azul, blanco y amarillo que descendía hacia el oriente,
donde a eclipsarse para siempre...
O'Higgins pudo llegar a Mendoza, siendo muy bien recibido por el general y hermano
de Logia, el General San Martín. Sin embargo, el trato dado a Carrera y
a sus hermanos fue hostil desde el inicio, no saludándose ni
dirigiéndose la palabra desde que se encontraron en paso de Uspallata,
en la avanzada enviada para asistir a los patriotas chilenos que venían
más rezagados.
Cuando
José Miguel llegó a Mendoza, el 13 de octubre, se encontró con un clima
total de indiferencia y hasta molestia por su presencia allí, en la
misma ciudad donde iban a morir ejecutados él y sus hermanos, unos años
después. Ninguna de sus insistencias en que se le reconocieran grados y
cargos, prosperó.
El fondo del asunto, era que San Martín no tenían ningún interés en el entendimiento con los Carrera:
durante todo el tiempo que llevaba exiliado allá Mackenna, éste lo
había convencido de preferir un acercamiento con O'Higgins, misma
sugerencia que le había hecho Irisarri. En palabras de don Benjamín
Vicuña Mackenna ("El ostracismo de los Carreras"):
El
Gobernador de Cuyo, don José de San Martín, se había dispuesto en
verdad a recibir a los Carreras, no como a huéspedes sin valimiento,
sino como a hostiles invasores; e iniciaba su plan con una queja acre y
amarga contra ellos, porque en la mañana de aquel día (16 de octubre)
habían rehusado someter sus equipajes a un desdoroso registro en el
resguardo de la quebrada de Villavicencio. Pero estos muchos incidentes
habían precedido a este ultraje y hécholo más odioso.
Las
hostilidades hacia Carrera y su grupo fueron varias, cada vez peores.
San Martín llegó a amenazar con su sable a Juan José Benavente por no
descubrirse en su presencia; y el oficial Ureta fue obligado a bajar de
su mula y cargar en sus espaldas la montura. Lo explica Reyno Gutiérrez:
La
presencia de los Carrera en Mendoza creaba una difícil situación al
gobernador, por la intolerancia en reconocer su autoridad. Don José
Miguel deseaba continuar actuando con independencia absoluta de los
gobernantes del Plata y eso no era posible ni aceptable. El coronel
argentino era la encarnación de otro poder cuya cabeza estaba en Buenos
Aires: la Logia Lautarina. San Martín y Carlos María Alvear la habían
fundado en esta ciudad. Para los intereses de la Logia y de sus
miembros, Carrera debía ser sacrificado... y lo fue.
No
pasó mucho rato para que San Martín ordenara desterrar a los hermanos
fuera de Mendoza, el día 19 de octubre, enviándolos hasta la ciudad de
San Luis de la Punta, junto con los vocales de la Junta señores Uribe y
Muñoz Urzúa, a Juan José y Diego Benavente, y otros, situación que no
estuvo exenta de resistencias y escaramuzas cuando debieron ejecutarse.
Hastiado con las agresiones, ese mismo día en que fue notificado, Luis
Carrera respondió arrogante al gobernador en carta del 20 de octubre de
1814, que Vicuña Mackenna halló en el Archivo del Gobierno de Mendoza:
Las
trabas de la subordinación militar que he jurado, me quitan la libertad
de ejecutar órdenes que no fluyen por el jefe de las banderas en que
estoy alistado y del gobierno superior que nos manda. Por eso se servirá
US. disculpar la falta de efecto a las suyas para marcharme a San Luis.
Ellas seguramente saldrían contra los autores del temor que las causa,
en expresión de US., si bien considera la conducta de mi manejo, se
dictasen conforme al mérito, a la justicia y a la razón de que creo no
haberme separado, señor gobernador, y que estoy persuadido seguirá
siempre US. en sus disposiciones.
Su
hermano Juan José, en tanto, respondió al gobernador enviándole un acta
de juramento de lealtad de parte de sus tropas, algo que sí encendió
las alertas en San Martín, quien, intentado hacer parecer más
conciliadoras sus medidas, dio pasaportes a Luis Carrera y Juan José
Benavente, el 23 de octubre, para que fueran a Buenos Aires como
emisarios de don José Miguel, al tiempo que se motivaban intrigas en la
soldadesca. De todos modos, los hermanos y sus cercanos terminaron
presos en un pequeño calabozo el día 30, mientras San Martín se dio el
gusto de hasta ir a visitarlos cuando recién fueron metidos allí,
fingiendo otra vez deseos de concilio.
Era
la aversión de la Logia Lautarina completa hacia ellos, entonces, la
que se expresaba a través del general mendocino. Sólo el hermano
Carlos María Alvear seguiría leal a José Miguel, pero principalmente por
las profundas diferencias que habían cundido con San Martín y porque la
Logia en territorio argentino experimentaba una fuerte fractura.
Aquellas
tensiones, sin embargo, le permitieron a don José Miguel conseguir la
libertad y salir de aquel mal paso. Las protestas correspondientes las
presentó a San Martín muy poco después, junto a Julián Uribe y Diego
Benavente.
Escudo de la Patria Vieja, presentado por los Carrera en 1812.
Bandera de la Patria Vieja en su versión con el sello de la Orden de Santiago Apóstol y escudo, incorporados a la composición.
Sólo
el 3 de noviembre de 1814, los relegados pudieron partir desde Mendoza
hacia San Luis en una comitiva, dejando al llegar allá a Juan José y su
esposa, por expresa orden de San Martín. El general lo tenía por el más
despreciable de los tres hermanos y consideraba necesario apartarlo del
resto. Irónicamente, San Luis era la misma aldea en la que Lastra ya
había confinado a Juan José, un tiempo antes.
Desde San Luis, la comitiva siguió su camino con el resto hacia Buenos Aires. Pero los problemas de los Carrera
estaban lejos de terminar allá en la capital platense: el General
Mackenna, que se encontraba residiendo en la misma desde hacía poco, no
pararía de hostigar y provocar a la familia, desatando la ira de Luis
Carrera. El contexto lo describe Reyno Gutiérrez:
Desde
su llegada a Buenos Aires, don Luis pudo cerciorarse de las intrigas
que Mackenna e Irisarri tejían contra ellos, por lo que se violentó.
Hasta sus oídos llegaban diariamente chismes que algunos le llevaban
para darle a conocer las expresiones de Mackenna y la campaña de
desprestigio en que estaba empeñado...
Por
todas estas razones, el menor de los hermanos retó a Mackenna a duelo,
recibiendo una desafiante respuesta positiva del emplazado, acordando
resolver con sangre sus disputas el 21 de noviembre de 1814, con el
almirante irlandés Guillermo Brown como su padrino, en las orillas del
Río de la Plata. Lamentablemente para Mackenna, Luis Carrera resultó ser
mejor y más veloz tirador, y así murió fulminado en el sector ribereño
llamado en esos años La Residencia, donde está actualmente el Parque
Lezama, durante la noche según anota Vicuña Mackenna.
Tras
el trágico duelo, Luis fue apresado y condenado por homicidio alevoso,
aunque nunca pudieron comprobarse los cargos, quedando libre por
gestiones de don José Miguel ante una parte de la Logia, tras llegar de
su propio penoso viaje en el exilio el día 24 de noviembre.
No
lo pasaba mejor Juan José Carrera: San Martín continuó provocándolo y
agobiándolo en su relego en San Luis, y el 29 de diciembre, envió un
mensaje a través del propio asistente de Carrera, el señor Martínez,
exigiéndole 20 pesos que acusaba "defraudados" por él en una posta, y le
pedía devolver tres caballos que O'Higgins venía denunciando robados
desde hacía unas semanas (en realidad, tomados por algunos desertores),
advirtiéndole con violencia "que no fuese tan imprudente que quisiese también apropiarse de lo ajeno".
De
conocida mecha corta, Juan José respondió al instante tal insolencia,
diciéndole no poder comprender "que
un jefe que debe ser el ejemplo de la moderación, provocase con tanta
grosería a un particular de educación, y por lo mismo, sensible y
delicado a un insulto". No menos irritable y estresado, San Martín
reaccionó ordenando el 3 de enero de 1815 que, dentro de 24 horas, Juan
José "debe partir a la capital, custodiado con un cabo y cuatro
soldados, a disposición del Exmo. Supremo Director". Cumplido el plazo,
fue llevado a la fuerza hasta Buenos Aires, en donde vimos ya estaban
sus hermanos.
A pesar del mal momento para todos, sin embargo, el proyecto de los Carrera
tuvo una pequeña luz de esperanza cuando Alvear, quizás el único leal
a ellos de peso en la Logia, ocupó el cargo de Director Supremo de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, desde el 9 de enero de 1815,
dando la ilusión de un ambiente favorable a los hermanos chilenos.
Accedió a otorgar un apoyo decisivo, reconociendo su gobierno como el
legítimo de Chile, y se comprometió a poner recursos para una expedición
a Coquimbo que restaurara desde allí el mando independiente del país,
bajo dirección carrerina.
Sin
embargo, Alvear debió enfrentar desde el inicio al Cabildo de Buenos
Aires, compuesto por un sector político de los lautarinos opuesto a su
presencia en el gobierno y dirigido por Antonio José de Escalada, suegro
de San Martín. Este Cabildo rechazó su propuesta de llevar a Chile un
ejército para combatir a los realistas, lo que sumado a la mano dura que
levantó el militar en contra movimientos opositores de caudillos en las
provincias, terminó obligándolo a dimitir el 15 de abril y exiliarse en
Brasil.
José
Miguel Carrera intentó mantener la ilusión de su proyecto liberador y
así, el 8 de mayo de 1815, redactaba su "Plan para la Reconquista de
Chile", en donde declaraba:
No
hay más recurso que introducir a todo trance el espíritu de oposición
popular, tanto más asequible en el día, cuanto es indudable la total
exasperación de Chile bajo el yugo del tirano.
Mas,
pudo comprender que la caída de Alvear había alejado todas las
posibilidades de éxito a una expedición suya y de sus hermanos de
regreso a Chile, y que San Martín no cambiaria su favoritismo hacia
O'Higgins, a pesar de las promesas de supuesta asistencia a una acción
sobre Coquimbo, con Luis Carrera al mando.
En el par de meses que siguieron, entonces, José Miguel se formó la idea de ir a los Estados Unidos para obtener una flota naval
acorde a las necesidades militares que demandaba la lucha
independentista. Fueron meses oscuros para los hermanos, sin embargo,
reducidos a las sombras de la capital argentina y marginados de toda
clase de participación en el proyecto que San Martín y O'Higgins
comenzaban a trazar para Chile, por entonces.
Juan
José decidió regresar a San Luis para reunirse con su esposa, además,
por lo que los hermanos quedaron dispersos cuando, tras ejecutar
difíciles gestiones y procurando armarse de contactos, José Miguel
partió embarcado hacia Norfolk, en enero de 1816.
Los
tres hermanos hombres: José Miguel, Juan José y Luis Carrera, en
ilustración publicada en "El ostracismo de los Carreras", de Vicuña
Mackenna.
Juan
José y Luis Carrera, conducidos hacia el patíbulo en Mendoza. Imagen
publicada por revista "Corre Vuela" en 1908, en el 90° aniversario del
asesinato.
José
Miguel mantuvo una nutrida correspondencia con Luis en esos días de
aventuras y desventuras en los Estados Unidos, reflejando sus temores y
malestares por los sacrificios que implicaban estos esfuerzos y apuestas
por recuperar la Independencia de Chile.
No
fue así de intenso, sin embargo, su intercambio con Juan José, con
quien tenía la dificultad de acercamiento sincero provocada por las
viejas rencillas. De todos modos, le escribió en algún momento:
Juan
José, ten honor y te harás feliz. Te prometo que en este caso serás uno
de los objetos de mi aprecio y procuraré tu suerte como la mía. De lo
contrario, aborrece el volverme a ver.
Pero,
tras una exitosa labor durante su aventura en Norteamérica, José Miguel
Carrera regresa a Buenos Aires desconociendo que la Logia Lautaro ya
había decidido sacarlo del camino con los más arteros mecanismos. Cuando
llegó a bordo de la "Clifton" con la flota conseguida por intermediación del Presidente James Madison, en de febrero de 1817,
y después de reunirse con los suyos en la casa de doña Javiera, el
Director Supremo de las Provincias Unidas de La Plata, Juan Martín de
Pueyrredón, hizo apresarlo y se apropió de la flotilla para evitar que
interfiriera en el camino trazado desde El Plata para la Independencia
de Chile.
El
triunfo de O'Higgins en la Batalla de Chacabuco, iba a tener lugar a
los pocos días... Pero aún así, lo que podía estar mal para los Carrera, podía empeorar.
Sucedió
que, el 8 de febrero de 1817, en la hacienda San Francisco de El Monte,
habían llegado tres viajeros desde Buenos Aires con destino en la
Hacienda San Miguel, llamados Manuel Martínez, José Conde y Manuel
Jordan, quienes partieron por los caminos al otro día, acompañados por
peones armados con hachas. Sin embargo, su presencia despertó sospechas y
fueron apresados por un destacamento del nuevo gobierno patriota, al
llegar a Santiago.
Rápidamente,
la investigación fue revelando los vínculos carrerinos de los
apresados: Martínez había sido el ayudante de José Miguel en Rancagua,
Conde había sido su asistente en las campañas en España; y Jordan,
muchacho de sólo 17 años, era primo de doña Mercedes Fontecilla, esposa
de Carrera.
Seguidamente,
como si las autoridades fueran víctimas de un ataque de pánico, fue
llevada a diferentes presidios buena parte de la población carrerina en
la capital: Manuel Rodríguez,
Manuel José Gandarillas, Tomás Urra (colaborador de Carrera, llegado
hace poco desde Buenos Aires), Manuel Lastra (hijo de doña Javiera),
Juan Antonio Díaz Muñoz, Pedro Aldunate y el padre de los hermanos, don
Ignacio de la Carrera, además de los oficiales Guillermo Kennedy, Tomás
Eldredge y Exequiel Jewett. Sólo por nombrar algunos.
Estando
aún en su prisión flotante en Río de la Plata, en tanto, José Miguel
Carrera había sido visitado en Buenos Aires por San Martín el 12 de
abril, en lo que el propio prócer chileno definió como "una escena teatral".
El cuyano venía a cobrarle una palabra que Carrera le había dado hacía
poco: que si recuperaba la libertad, desistiría de insistir en su
proyecto de volver a Chile y marcharía Boston.
No
llegaron a acuerdo, sin embargo, pues la situación cambiaba
radicalmente en esos momentos. Parece ser que se le ofreció a José
Miguel un cargo diplomático en los Estados Unidos en esos mismos días,
aunque terminó buscando refugio en Montevideo. También se le prometió
mantener los cargos militares de Juan José y Luis en Chile.
Por
entonces, pues, sería liberado Luis, quien se escondió entre la
población; y Juan José, a causa de su estado de salud, quedando
prácticamente solo pues su esposa había retornado a Chile. Y ya logrando
recuperar también su libertad, vino el complejo período de
publicaciones clandestinas de don José Miguel, refugiado en la capital
uruguaya. El camino de conspiraciones, guerrillas y complots que le
costarían carísimo a todos ellos, como veremos.
El escándalo que desde Santiago había alcanzado ahora a los hermanos, caratulado como la Conspiración de 1817,
sirvió a San Martín para establecer vigilancia y redes de espionaje
dentro del Ejército en Chile y en Buenos Aires, donde residía aún la
mayor de los Carrera,
doña Javiera, cuya casa se había vuelto un lugar de reuniones para los
que esperaban poder complotar contra el secuestro sectario del proceso
de Independencia en Chile. Entre otros: Fray Camilo Henríquez (editor
original de "La Aurora de Chile"), Carlos Rodríguez, el canónigo Tollo,
Lastra, Urriola, etc. Y, por supuesto, sus hermanos José Miguel y Luis,
ahora tras las rejas, otra vez. Todos ellos compartían el afán ardoroso
de poder crear las condiciones para regresar a su patria y derrocar a
los lautarinos, eso los condujo a tomar para sí el insensato plan de
doña Javiera, surgido únicamente de la desesperación.
Contando con promesas de recursos y la decisión de la propia Javiera de vender propiedades en Santiago, los Carrera
planeaban dar así este golpe fraguado por ella, siguiendo consejos poco
sesudos y más bien fantasiosos: cruzar la cordillera y provocar una
gran revuelta en Santiago, todo a partir de un puñado de agentes.
A
mayor abundamiento, en este delirante plan, Luis debía llegar por el
camino de Córdoba para apresar a O'Higgins, y Juan José a San Martín,
obligándolos a firmar en Alhué la dimisión y entregar del gobierno,
desterrando al primero y sometiendo a Consejo de Guerra al segundo.
Consejo que, dicho sea de paso, Juan José insistía en presidir, de
seguro motivado por su afán de venganza más que de justicia.
El
plan estimaba la creación de un ejército de 10.000 hombres una vez
estabilizado el mando y su marcha hacia Perú, devolviendo a los
elementos argentinos hasta Mendoza. Los chilenos que desertaran serían
castigados con la pena capital. Se asignaría a Manuel Rodríguez el cargo
de Dictador; Brayer quedaría encargado de la organización del Ejército y
José Miguel Carrera partiría a saldar deudas en los Estados Unidos y
proveerse de una nueva flota... Toda esta aventura iniciada por sólo 12
conjurados iniciales.
Grabado con el calvario de los Carrera en Mendoza, publicado en el libro de Vicuña Mackenna "El ostracismo de los Carreras".
Otra
ilustración del artista gráfico Luis Fernando Rojas, con la escena del
abrazo de los hermanos carrera en la cárcel de Mendoza, poco antes de
ser ejecutados.
Pero
la barrida por los sucesos de Santiago, llegó rápidamente a territorio
platense: Luis Carrera fue apresado de camino a San Juan por la Rioja,
donde había cometido la imprudencia de quitar los envíos postales a un
mensajero de la posta local, siendo llevado a una cárcel de Mendoza.
Juan José Carrera, por su parte, fue atrapado en la misma localidad de
sus eternos calvarios, San Luis, el 20 de agosto.
También
fue hecho prisionero en estas operaciones, un sujeto de apellido
Cárdenas, colaborador de Luis Carrera, a quien éste había dejado en San
Juan separándose en el camino. Cárdenas delató a los hermanos y reveló
los alocados planes, por lo que fueron acusados de intentar incitar una
revuelta en Chile. Por más que San Martín y sus colaboradores quisieron
interrogarlos, sin embargo, no dijeron palabra.
Cuando
se enteró O'Higgins de los detalles del complot, que revestía en
realidad poco y nada peligro de sedición real contra el gobierno
dictatorial, escribió a San Martín el día 27 de agosto de 1817,
haciéndole ver que la osadía carrerina requería de un castigo ejemplar:
Los
imponderables males que hemos sufrido todos, han tenido su origen en la
ambiciosas miras de estos jóvenes audaces. Su existencia es
incompatible con la seguridad, buen éxito y tranquilidad del Estado, y
ya no es posible tolerarlos por más tiempo. Es de rigorosa justicia un
ejemplar castigo en ellos y en todos los demás que hayan cooperado con
sus detestables designios.
San
Martín compartía esa misma sed de castigo y veía con buenos ojos dar un
garrotazo como lección a toda la sociedad chilena, ya bastante
preocupada por las medidas represivas y la cantidad de presos sólo por
la sospecha de ser carrerinos. Sin embargo, no había testimonios sólidos
ni pruebas para inculparlos, por lo que comenzó a redactar sendas
declaraciones de su propia imaginación, instando a los detenidos en
Santiago a firmarlas como si fueran suyas "por el bien de la patria".
Presionados por sus carceleros y bajo amenazas, firmaron aquel
disparate Martínez y los asustados adolescentes Jordan y Lastra. Conde
se negó terminantemente, en esa y en todas las ocasiones posteriores.
Se
inició así un raudo pero abultado sumario en Santiago y Buenos Aires,
que constituye casi un monumento al abuso de la autoridad y de los
tribunales sometidos a la política. Se puso especial atención en
Rodríguez, el mismo al que habían llegado a ofrecerle antes la
representación en los Estados Unidos con sueldo de 3.000 pesos para que
abandonara su participación en Chile, pero los rehusó. Ahora, se
enteraba de los cargos que se formularon como parte del complot.
Sin
embargo, entre el 15 y 20 de octubre, San Martín había dado un giro y
comenzaron a ser liberados todos los acusados, ordenando sobreseer la
causa en Santiago. La razón de esto era sencilla: a los lautarinos sólo
les interesaba cargar la mano contra Juan José y Luis Carrera, que
seguían detenidos y mudos al otro lado de la cordillera.
El
proceso fue largo y tedioso, con extensas redacciones que intentaban
aterrizar los hechos pero que acababan siendo ambiguas y
contradictorias. En Mendoza, Luis refutó gran parte de los confesado por
Cárdenas, además, lo que agregó más elementos de incertidumbre al
asunto. Este último había sido trasladado ya a Santiago en septiembre.
En
San Luis, en cambio, Juan José declaró que, en su calidad de Brigadier
General, no podía ser juzgado por el Teniente Gobernador, don Vicente
Dupuy, por lo que se negó a colaborar. Éste, enfurecido por la temeridad
del prisionero y saltándose las obligaciones de observar mínimos
derechos, castigó en venganza a su amigo y colaborador el impresor Cosme
Álvarez, con 100 azotes. Al poco tiempo, Juan José fue trasladado a
Mendoza, en el mismo presidio de Luis, ubicado en un ángulo del costado
oriental de la plaza mayor y más antigua de la ciudad, sector del
edificio del Cabildo, correspondiente a la actual Plaza Pedro del
Castillo.
Ambos
quedaron en estrechos calabozos separados, esperando el desarrollo del
proceso que se iba volviendo cada vez más abusivo y viciado, al punto de
establecerse un desarrollo informal del mismo en momentos en que lo
tenía por detenido, en la práctica, por momentos sin derecho a
contestación por parte de los acusados. Así se refiere al caso Vicuña
Mackenna:
La
prisión de los Carreras durante la segunda mitad del año 17 no tenía el
carácter de un proceso, fue más bien una tortura: la tramitación estaba
suspendida, pero el castigo sordo y terrible era incesante. San Martín,
que era su supremo y único juez, estaba indeciso. Quería ser inexorable
para con ellos, pero en la hora debida. Ahora, sea que los mirase ya
como criminales convictos, ya como émulos peligroso, ya como víctimas
necesarias de una transición política, su fallo definitivo estaba en
suspenso. Entretanto, él sólo miraba a ambos rehenes de una gran jugada
que iba a emprender en el tablero de sus colosales combinaciones. Si
debían perecer o salvarse entonces, le importaba poco; lo que ahora
deseaba simplemente, era tenerlos seguros, al alcance de su mano.
Recién
el 26 de diciembre, ya con cuatro meses seguidos de presidio en el
cuerpo, se les notificó avisando que podían designar un apoderado en
Santiago para su defensa. Escogieron para esto, hacia inicios del año
siguiente, a Manuel Araos, pariente de ellos. Casi al mismo tiempo, San
Martín ordenó a los carceleros reforzar la vigilancia y el
encadenamiento, el 20 de enero, "pues me repiten los avisos de que se trata con empeño de promover su fuga".
Todos
los esfuerzos del jurista Araos resultaron inútiles, pues los reclamos
no eran considerados. Llegó a invocar en ellos el día de la Jura de la
Bandera, el 12 de febrero de 1818, sin lograr resultados ni siquiera
suplicando a O'Higgins algún gesto. Los otros tres "jueces", San Marín,
Pueyrredón y el Intendente de Cuyo don Toribio Luzuriaga, se mostraron
igualmente inflexibles. La campaña iniciada por las imprentas de José
Miguel Carrera y algunas aparentes expresiones solidarias de autoridades
norteamericanas, tampoco funcionaron.
Fusilamiento de los hermanos Carrera según semanario "El Peneca", en 1909.
Homenaje
mortuorio a los Hermanos Carrera, atribuido a Rafaela de la Lastra,
hacia 1828. Correspondiente a cabellos humanos pegados sobre vidrio, se
encuentra en el Museo Histórico Nacional y llega la siguiente
inscripción en dorados: "Dedicado por Rafaela Lastra a su mamita Doña
Javiera Carrera".
Compadecidos
con el terrible y tortuoso cautiverio de ambos Carrera, unos artesanos
liderados por el cabo de destacamentos carcelarios Manuel Solís,
intentaron un complot para permitirles fugarse en 25 de febrero. Lo
secundaron en el plan José Antonio Jiménez, José Mesa, Benito Velasco,
Carlos Tello y Eugenio Figueroa.
Sin
embargo, en la noche Solís había incorporado a su camarada de armas
Pedro Antonio Olmos, para que colaborara con los planes. Esto resultó
ser un craso error: el conscripto dio aviso a la autoridad y, en media
hora, llegaba un contingente armado liderado por el gobernador
Luzuriaga, justo cuando los conjurados intentaban abrir los grilletes y
cadenas de los presos con limas.
Cuando
San Martín fue puesto al corriente del intento de fuga, por
notificación de Luzuriaga, el general cuyano estaba en campaña, por lo
que tenía la facultad de poder eximirse de las demandas militares que no
fuesen estrictamente aquellas. Se limitó a exigirle que el nuevo
proceso por el complot fuese rápido y terminante, quedando así todo el
poder en manos de Luzuriaga.
Todopoderoso
frente al caso, entonces, Luzuriaga dio inicio al nuevo sumario, pero
se vio en dificultades de sacarlo rápido cuando Luis Carrera decidió
abreviar los trámites y complicar, con su nueva disposición, la
conclusión veloz del proceso.
Informa
de las declaraciones de los hermanos la investigadora argentina Beatriz
Bragoni ("José Miguel Carrera. Un revolucionario chileno en el Río de
la Plata"):
Juan
José Carrera, el primero en declarar, refutó los términos de la
acusación sobre la base de la debilidad de las 'pruebas' acumuladas por
el juez comisionado, dado que no podían justificar el plan de fuga y
menos aún podían probar que perseguían atentar contra el orden
público...
Sin
embargo, al ser interrogado Luis, el 6 de marzo, declaró que confesaría
todo sólo si se dejaban libres de cargos a su hermano y los demás
involucrados, asumiendo él todas las consecuencias. En palabras de
Bragoni:
La
confesión de Luis Carrera arrojó precisiones sobre el plan político
perseguido poniendo en escena aristas relevantes a las disidencias
programáticas en torno a la conducción política y militar de las
recientes comunidades políticas independientes. Debe notarse que el nudo
gordiano de su ardorosa confesión no remitía tan sólo a un conflicto
encorsetado en las tensiones facciosas dirimidas entre 0'higginianos y
carrerinos. Carrera cuestionaba ante todo la permanencia de San Martín
en Chile después de la reconquista, y las derivaciones ocasionadas a
partir de deserciones que larvaban las filas del Ejército unido visible
sobre todo en la campaña circundante a la ciudad de Santiago. De allí
el móvil central de la fuga residía más que en su propia libertad en la
de su país en cuanto lo creía oprimido por un "partido" sostenido por
"las armas de Buenos Aires" que era "detestado por la mayor y más sana
parte de los Patriotas. Partido que ha cometido los excesos más
criminales contra aquel estado, como son las las Capitulaciones de Mayo
de Ochocientos catorce, reposición de la Bandera y Escarapela Española
destruyendo la Tricolor del País, y el paso último que dio, el que es
ahora Director Supremo en aquel estado de abandonar la posición de
Maule".
El
día 11 se nombró como defensor a Manuel Vásquez de Novoa y el 16
recibió éste los autos, devolviéndolos al fiscal el día 29. Se iniciaba
así la controvertida y confusa parte final del proceso judicial.
Coincidentemente,
sobrevino en Chile el gravísimo error estratégico de San Martín que
detonó en el Desastre de Cancha Rayada, el 19 de marzo, que casi
significó la ruina del proyecto independentista, de no mediar la
inteligencia y talento del General Juan Gregorio de Las Heras para
salvar a las tropas. En aquella ocasión, el siniestro e intrigante
Bernardo de Monteagudo, auditor del Ejército Unido, asesor directo de
San Martín y alto consejero en el círculo lautarino, partió escapando a
galope casi sin control, pasando por Santiago y, desde ahí, de regreso
hacia Mendoza, creyendo que todo se había perdido en la derrota de
Cancha Rayada.
No
bien llegó a Mendoza casi al mismo tiempo del comunicado sobre el
desastre sucedido hacía pocos días, Monteagudo tomó el control del caso
con los abogados Vargas y Galigniana. Era un plato sabroso e
irresistible para él, ver servido ante sí el destino de dos enemigos del
clan Carrera.
Mientras
tanto, en Chile se preparaba todo para el enfrentamiento que que debía
decidir la guerra y que resultaría ser la Batalla de Maipú, el 5 de
abril de 1818. Sólo un día antes, según cuenta cierta creencia, San
Martín había enviado a toda prisa un emisario a Mendoza, con órdenes
secretas para Luzuriaga, ordenándole ejecutar a los prisioneros.
Si
hubiese existido una forma expedita de confirmar la victoria de Maipú a
los mendocinos en aquel momento, en que recién llegaban las primeras
noticias del triunfo, quizás -sólo quizás- la vida de los Carrera
podría haberse salvado. El caso es que pesaba la derrota de San Martín y
O'Higgins en Cancha Rayada, y las noticias que se conocían a principios
de abril hicieron suponer que era hora de poner orden con todos los
rigores posibles. Esto explica Campos Harriet al respecto:
O'Higgins
y San Martín ante aquella derrota tuvieron miedo, una vez más, de la
audacia de los Carrera, que quisieran aprovecharse de aquella desgracia
para realizar una intentona revolucionaria. Luzuriaga veía tambalearse
su puesto en caso de una insubordinación. Todas las precauciones le
parecieron pocas al Intendente de Mendoza para asegurar a los Carrera.
Había colocado a los dos juntos en el calabozo más bien resguardado de
la cárcel; les había redoblado las prisiones; había tomado sus medidas
para que no se comunicasen ni aun con los centinelas, pero nada le
calmaba y siempre estaba lleno de sobresaltos.
Así
las cosas, Luzuriaga estuvo de acuerdo con aplicar los máximos rigores,
pues seguía creyendo que lo sucedido en los campos de batalla podía
provocar una migración masiva de patriotas similar a la del Desastre de
Rancagua, y no podía exponerse otra vez a las divisiones que hubo
entonces. Pidió instrucciones para proceder al Director Supremo de
Buenos Aires, el 31 de marzo, pero impaciente y desesperado por la
demora comprensible en recibir la respuesta, decidió atropellar las
disposiciones de la ley procesal y completar el juicio lo antes posible,
de manera totalmente ilegal y arbitraria.
A
la sazón, los tres abogados en Mendoza, incluido el recién llegado
Monteagudo, habían puesto en marcha ya la etapa más escandalosa y
siniestra de este grotesco proceso, justificando en forma express con
un cúmulo de superchería judicial y apelaciones antojadizas a leyes,
citas y pergaminos, la decisión ya tomada de ejecutar a los hermanos
Carrera. En su dictamen, que sería la caricatura de una sentencia real
de no estar involucrado el elemento trágico, se leía como conclusión
basada en la Ley 2, título 2°, Parte VII:
Cualquier
hombre que hiciese alguna cosa de la manera de traición que dijimos en
las antes de ésta, o diere ayuda, o consejo que los hagan, debe morir
por ella.
Con
el camino llano, Luzuriaga reunió al cabildo el día 6 de abril, cuando
llegaron los primeros escapados de Cancha Rayada siguiendo las huellas
de herraduras al cobardísimo Monteagudo. En el encuentro, hizo que el
procurador de la ciudad, Pedro Nolasco Videla, exigiera poner fin al
proceso de los Carrera
y ejecutar una sentencia. Al día siguiente, dos letrados reemplazaron
por oficio la representación de los Supremos Gobiernos de Chile y Buenos
Aires, eximiendo así el trámite de consulta, que era obligatorio en
todo caso con sentencia de muerte.
Con
aquella tenebrosa treta judicial, violando los preceptos básicos del
derecho, y motivados por sólo una estrategia del Estado Mayor, fijaron
el día de la ejecución para el 8 de abril de 1818.
El
abogado Vargas se negó a suscribir un dictamen absolutorio de la
consulta previa a la sentencia, pero esto fue considerado una ilegalidad
por el auditor de guerra Pedro Ortiz, procediendo a amonestarlo.
Monteagudo intervino ante el gobernador y zanjó la situación
devolviéndola a su fatal curso. Como diría de él Vicuña Mackenna:
...siniestra
figura, que a la manera de esas aves agoreras de la muerte, vemos
aparecer en todos los sitios de América donde se exhala el olor de los
cadáveres...
Aunque
un indiscutible elemento emocional de San Martín estaba tras buena
parte de la dureza de esta sentencia, hay autores que intentan eximir de
las mismas responsabilidades a O'Higgins, refutando a otros como Miguel
Luis Amunátegui. Tal es el caso del propio Campos Harriet:
Mucho
se ha escrito sobre el odio de O'Higgins por los Carrera. No
compartimos esta opinión. Ciertamente O'Higgins no fue generoso con los
caudillos. Pero no era odio personal el que lo guiaba: el imperioso
deber de gobernar, de sostener su mandato, lo hacía ser inflexible con
enemigos políticos peligrosos, cuyo afán de recuperar el poder y cuyas
demostraciones certeras de haberlo escalado varias veces, en afortunados
pronunciamientos de cuartel, conocía el Director más que
suficientemente.
Antiguo
altar de la Cripta de los Hermanos Carrera en la Catedral de Santiago,
antes de ser retirado y destruido en los años ochenta.
La cripta de los Carrera de hoy, en la Catedral Metropolitana.
El
último y lúgubre día de los hermanos, comenzó con las tensiones y el
ambiente angustiante de aquella mañana. Situación dura para ellos y
también para sus carceleros. A pesar de todo, los condenados mantenían
una digna serenidad, cada uno en su calabozo, aún engrillados y
encadenados como fieras salvajes.
La
primera noticia del triunfo de Maipú llegó a Luzuriaga el mismo día 8,
hacia las dos de la tarde, traídas por el oficial Escalada, hermano
político de San Martín. La ejecución, sin embargo, no se detuvo: debía
llevarse a cabo esa tarde, junto a la plaza. Aunque la ciudadanía era
mayoritariamente hostil a los Carrera, se reforzaron las vigilancias por
si hubiese otro intento de escape o de darles socorro desde el
exterior.
Juan
José fue sacado de su celda y llevado engrillado al patio solariego de
la cárcel. Luis fue conducido hacia el mismo rincón del recinto,
escoltado por otros soldados. Por fin, después de tanto tiempo en
cautiverio y torturas, los maltrechos hermanos podían reencontrarse,
dándose un fuerte e histórico abrazo.
La muerte, menos cruel que las cadenas -comenta Vicuña Mackenna-,
los reunía un instante para elevar a la Providencia aquel voto de
gratitud y de consuelo de una última felicidad que se escapaba de las
manos del carcelero a las del verdugo.
Fue
un abrazo emotivo, triste, trágico; tan diferente al que quienes los
habían condenado a pasar por este martirio, se habían dado para el
famoso retrato épico de Maipú, hacía sólo tres días. El abrazo más
dramático y doloroso de la historia de la lucha por la Independencia de
Chile, sin duda.
En
esos tristes momentos, bajo la sombra de la túnica negra de la muerte,
ambos hermanos tuvieron también la posibilidad de cruzar sus últimas
palabras íntimas. Al parecer, se les proporcionaron unas banquetas para
este diálogo final entre ambos. Según Vicuña Mackenna, aquella
conversación hecha allí e iniciada por Luis, en la sala de espera de la
muerte, se habló con resignación de lo que les esperaba y cómo esto era
casi un alivio tras tantos meses de torturas y tratos inhumanos. Mucho
de lo que publicó el autor, por cierto, le fue informado por el defensor
Vásquez de Novoa, años después.
Continuaron
hablando hasta que llegó el carcelero, llevándolos a los últimos
trámites del procedimiento de ejecución. Hacia las 3 de la tarde se les
había leído la sentencia, con angustiantes momentos caminando por los
pasillos y luego vistiéndose con sus uniformes y rangos militares
correspondientes. Aunque ambos debieron ser ayudados en a cambiar sus
prendas, Luis parecía más animoso, pero el muy débil Juan José se veía
molesto, irritado, muriendo así como vivió: bajo dominio de sus
temperamentos.
Se
les dio poco rato para esto, pero, por alguna razón despiadada e
inmisericorde, Luzuriaga había dilatado los trámites de ejecución
durante todo ese día y hacía confusos aquellos momentos finales. Las
intrigas se repitieron durante todos estos momentos de depresión
profunda, con esperas absurdas y confusiones por falta de información.
Comenzaba
a acercarse la tarde cuando los bancos de ejecución quedaron listos
para impedir a los Carrera alcanzar a ver el crepúsculo del último día
de sus vidas. Fueron ubicados contra una muralla de adobe baja y ruinosa
de la cárcel, en el costado oriental de la plaza mendocina, ya bien
marcada y perforada por descargas de otras ejecuciones. Hacia las cinco
de la tarde, los condenados iban a exhalar su último aliento en este
preciso lugar.
Anunciada
la hora, los prisioneros fueron llevados con lo que pudieron rescatar
de sus uniformes ya puestos, hasta la plaza. Ambos engarzaron sus
brazos, caminando juntos, los dos en actitud resignada. Juan José iba
con su levita de campaña de color grisáceo, abotonada hasta el cuello y
cerrada con corbatín militar. Luis, en cambio, iba con su uniforme
marcial, luciendo menos fatigado que su hermano, tal vez por la juventud
que aún le quedaba a sus menos de 27 años de vida.
Llegaron
al murallón en donde estaban las bancas contra los postes. Luis se
sentó en él sin dilatar su tormento, entregado a su destino. Pero Juan
José, eternamente dominado por su colérica energía, exclamó algo así
como: "No, no quiero morir. ¡Protesto delante de Dios mi inocencia, y acuso a los asesinos que me inmolan!",
enrostrándole a sus verdugos pasajes y principios del derecho que
habían sido violados con este acto vil, los que él conocía desde sus
días de estudiante. Luis logró contenerlo, pidiendo permiso para
acercarse y llamándolo a la calma, consiguiendo que se sentara en
silencio, ya sin agresividad ni exabruptos.
Quedaron
sentados separados, con los fusileros al frente. La cuenta fue rápida y
el tronar de las balas sonó por toda la poco transitada plaza,
provocando ecos en las calles adyacentes.
Según
el testimonio que dio a Vicuña Mackenna don Ramón Subercaseaux, que
estaba en Mendoza en esos días y vio estos hechos, la vida de Luis
Carrera se desvaneció veloz, dejando un cuerpo con la cabeza inclinada
hacia adelante, como buscando su pecho perforado por los tiros. Juan
José Carrera, en cambio, dio un aterrador grito de dolor y furia antes
de morir, demorando más en dejar este mundo y rugiendo al final de todo:
"¡Jesús! ¡Qué trabajo!".
Los
románticos guerreros y hermanos de la Independencia, dos de los pilares
humanos de la Patria Vieja, habían muerto, en el quizás primer crimen
de carácter político cometido con participación del Estado de Chile,
desde consumada su Independencia.
Hay
autores, sin embargo, asegurando que los Carrera pudieron haber
sobrevivido a esta innecesaria y exagerada condena, si las
confirmaciones del triunfo en Maipú hubiesen llegado un par de horas
antes, ese mismo día. Es lo que sugiere Armando Silva Campos ("Episodios
Nacionales"), asegurando que el comandante Manuel Escalada que había
partido desde Maipú el día 5 en la tarde, con el parte oficial del
triunfo, pudo llegar más tarde de lo que se dice a Mendoza, sólo en el
amanecer del día 9 de abril:
Encalada
dio, además, a Luzuriaga, el siguiente recado del General San Martín,
en forma verbal: -Suspenda todo procedimiento contra los Carrera, hasta
que reciba nuevas instrucciones.
Pero, ¡ya era tarde! pues el acto de crueldad se había consumado el día anterior, a las 6 P. M.
Decreto
dictatorial exigiendo a don Ignacio de la Carrera, en 1819, el pago de
las deudas por el proceso y ejecución de sus hijos Juan José y Luis
Carrera.
Segunda parte del texto del decreto de 1819.
Pequeña
placa conmemorativa enfrente de la vieja plaza de Mendoza, entre las
ruinas del antiguo edificio del Cabildo, donde estaba la cárcel y el
murallón.
Al
día siguiente, Luzuriaga escribía a O'Higgins informándole de la
ejecución y procurándole el necesario manto de legitimidad al asesinato
judicializado:
Ayer
a las 5 de la tarde fueron pasados por las armas en la forma ordinaria,
don Juan José y don Luis Carrera, a consecuencia del fallo definitivo
que pronuncié en la causa que les he seguido por conspiración y atentado
contra el orden y las autoridades constituidas, habiendo perdido antes
el dictamen de dos letrados, que tuvieron presente el mérito del Proceso
y circunstancias extraordinarias de que instruirá a U.E. el adjunto
manifiesto que acabo de publicar, para satisfacción mía y de los que se
interesen, tanto en la tranquilidad pública, como en la imparcial
administración de justicia. La influencia que puede tener este suceso
sobre las circunstancias políticas de ese país, me mueve a comunicarlo a
U.E. con la brevedad posible, y espero que el orden público de ambos
Estados quedará asegurado por el temor que debe imponer a los
turbulentos este ejemplar castigo.
Sin
embargo, las malas nuevas llegaron a Santiago en momentos que ya
comenzaban a complicar al mando supremo. Desde culminada la Batalla de
Maipú, cuando se hizo disolver a los Húsares de la Muerte, Manuel
Rodríguez había quebrado toda relación con el gobierno y vivía los días
de su propio calvario. Al enterarse de la repugnante ejecución en
Mendoza y enfurecido por la pasividad y sumisión de O'Higgins a la
influencia platense, ingresó desafiante a caballo al Palacio de
Gobierno, protestando y emplazando al Director Supremo, seguido de una
enardecida muchedumbre.
O'Higgins
y los demás lautarinos no estuvieron dispuestos a perdonarle la
insolencia a Rodríguez. Incluso San Martín, que tantos esfuerzos hizo
para atraerlo, viró en seco y se decidió así por darle el mismo destino
que a sus amigos Juan José y Luis Carrera. Nuevamente, el terrible
escorpión de la Logia, Monteagudo, parece haber sido el principal
instigador de la decisión tomada, y así Rodríguez fue apresado y
asesinado por la espalda en Tiltil, por un piquete de militares
argentinos dirigidos por el Coronel Rudecindo Alvarado, el 26 de mayo de
1818. Con ello, el guerrillero de la Independencia se sumaba también a
los asesinatos políticos cometidos por los propios cabecillas patriotas.
Testigo
de la situación social desatada por la noticia del asesinato, María
Graham, que había hecho amistad con algunos amigos y familiares del
círculo de los Carrera a pesar de no compartir simpatías por ese bando,
escribió en sus famoso diario:
Su
muerte excitó la compasión para ellos y el temor para con el partido
que tan pérfidamente abusaba del poder, temor que después se ha
convertido en un profundo horror para alguno de sus individuos. Hay que
confesar que tanta severidad fue inútil; y en los gobiernos la severidad
inútil es siempre criminal.
La
autoridad se les confiere para que puedan aumentar y resguardar la
felicidad de la comunidad con la menor restricción posible de la
libertad ó de la felicidad de los individuos. Pero mientras se
desarrollaba la lucha por la independencia, los nuevos gobernadores
sintiéronse tan embriagados por el poder, que con el nombre de libertad
en los labios oprimían y asesinaban, y cuando satisfacían así sus bajas
pasiones personales llamaban á eso sus deberes públicos.
No
eran los Carreras buenos ni útiles ciudadanos; pero los dos que
acababan de ser ajusticiados eran, por lo menos, inofensivos, y se les
podía haber dejado respirar con sus familias, en otro clima donde no
hubiesen podido tratar ni con los soldados ni con los gobernadores de
Chile.
La
noticia de la ejecución fue una puñalada en el alma para doña Javiera y
don José Miguel Carrera, en tanto. Desde la clandestinidad en Río de la
Plata, este último publicaría su folleto titulado "Un aviso a los
pueblos de Chile", el 24 de junio de 1818, advirtiendo con estrépito a
sus compatriotas:
¿No
veis repartido el gobierno de las provincias entre la Aristocracia y
estacionado el Ejército auxiliar en vuestro territorio? ¿No veis
arrebatar vuestros caudales para enriquecer a vuestros opresores? ¿No
veis arrancar a los chilenos de sus hogares, del seno de sus familias,
de los brazos de sus tiernos hijos, para sostener con sangre el poder de
los Tiranos en las riveras del Río de la Plata? ¿No veis a nuestros
hermanos expatriados y repartidos en las haciendas de Mendoza para
servir como viles colonos? ¿No veis en la inicua ejecución de los
Carreras deshonrada la Nación en medio de sus triunfos? (Aterrados los
asesinos por su propia conciencia, y queriendo dar algún colorido a tan
horrible crimen, nombraron una comisión de abogados de las Provincias
Unidas vendidos al poder y a la historia, para que suscribiesen en
calidad de jueces la sentencia que suscribieron de San Martín y
O'Higgins. Los Carreras fueron ejecutados en el término de dos horas,
sin ser juzgados, ni respetada la inmunidad en un territorio extranjero.
Tal ha sido siempre la conducta de los Tiranos en todos los tiempos y
en tonos los países. El célebre demócrata, el autor del periódico de
Buenos Aires 'Mártir o Libre', Bernardo de Monteagudo, fue el conductor
de la orden y dio uno de los doctores infames de aquella comisión
política para bajar a la posteridad con el carácter de verdaderos
asesinos) ¿No veis en O'Higgins y San Martín el carácter bárbaro y feroz
de los Morillos y los Morales, que inundaron de sangre americana las
fértiles campiñas de Caracas y Bogotá?
Igual
de mal lo pasaría el destruido padre de los hermanos, don Ignacio de la
Carrera. A la muerte y a la distancia forzada de sus hijos, se sumaría
un acto de innecesaria crueldad que hiere los mínimos escrúpulos: ante
las insistencias de la gobernación de Mendoza de cargar a Chile las
costas de todo el proceso que condujo a la ejecución de Juan José y Luis
Carrera, se emitió un decreto con fecha del 29 de marzo de 1819, a
pocos días del primer aniversario del crimen, ordenando el pago de la
deuda a don Ignacio, visado nada menos que con la firma de O'Higgins.
El
anciano padre español falleció ese mismo año, agobiado por el dolor y
los sinsabores que agriaron la última etapa de su vida. Algunas
propiedades le fueron enajenadas odiosamente a la familia, pudiendo ser
recuperadas después de tediosos y desagradables procesos judiciales de
los descendientes, tiempo ás tarde.
En
tanto, tras largo tiempo barajando la unificación administrativa de
Argentina, Chile y Perú, y hasta considerando posibilidades de
establecer una monarquía constitucional
para estos tres países, tras los asesinatos de los Carrera y de
Rodríguez había cundido la desconfianza popular, especialmente hacia los
costos que iban a generar al país los preparativos de lo que sería
después la expedición libertadora a tierra peruana. Buenos Aires había
postergado el reconocimiento a la independencia chilena, por entonces,
pero al cundir las tensiones, se allanó a hacerlo después de que el
representante chileno Miguel Zañartu presentara credenciales en la
capital argentina, el 4 de agosto de 1818. El Congreso platense la
reconoció recién el 12 de diciembre de ese año, sin más excusas para
retrasarla.
En
esos momentos, don José Miguel seguía atacando con ferocidad la
sociedad entre O'Higgins y San Martín, además de los planes de los
lautarinos y los crímenes de próceres que acumulaba. Sin embargo,
sabiendo cuánto valía su cabeza y que la misma espada que había caído
sobre Juan José y Luis pendía ahora sobre él, el 25 de junio de 1819
redactó su testamento, en donde reserva algunas palabras aludiendo a los
bienes que le correspondieron desde sus fallecidos hermanos:
Con
respecto a que con la muerte de don Luis, mi hermano, debe recaer en mí
la mejora que mi madre le hizo de una casa que está en Santiago de
Chile, según todo consta de su disposición testamentaria, la declaro
parte de mis bienes.
Por
el fallecimiento de Juan José, mi hermano, deben venir a mí las
capellanías de legos que gozaba, lo declaro para que conste.
A
pesar de las precauciones y sospechas de un final próximo, don José
Miguel desconocía aún que iba a seguir el mismo y exacto camino al
patíbulo que sus hermanos, tras su larga y dura lucha por el federalismo
en territorio argentino, siendo ejecutado en la misma plaza mendocina
el 21 de septiembre de 1821, pasando a formar parte de la seguidilla de
infelices crímenes de connotación política cometidos por patriotas
contra otros patriotas.
Los
cuerpos de los tres hermanos permanecieron sepultados en el Cementerio
de la Caridad de Mendoza, hasta que, en marzo de 1828, por iniciativa
del diputado Manuel Magallanes, se aprobó un decreto para repatriar los
restos de los héroes y se creó una comisión especial para exhumar las
osamentas, ayudados por información que proporcionó el sepulturero. Así
fueron recuperados los restos Juan José y Luis Carrera, mientras que los
de don José Miguel exigieron un poco más de atención, por estar
revueltos con los otros ejecutados. Se los trajo a Santiago y se realizó
una ceremonia fúnebre en la Iglesia de la Compañía de Jesús, siendo
sepultados en el Cementerio General y, después de algún peregrinar
náufrago, en la cripta de la Catedral de Santiago, donde permanecen hasta ahora con su hermana Javiera.
Una
modesta y poco visible placa conmemorativa fue instalada en el antiguo
muro del cabildo mendocino, en la Plaza Pedro del Castillo, ubicada
enfrente del Museo del Área Fundacional de Mendoza junto a la avenida
Alberdi y la autopista, donde estuvo la cárcel y el murallón de
ejecuciones. Recuerda a los dos hermanos asesinados en 1818 y al tercero
que se les unió allí mismo, en 1821.
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